ÉTICA POLÍTICA
Juan Pablo Duarte y Juan Bosch: una política desde el amor a la patria y el ser humano
Juan Pablo Duarte y Juan Bosch: una política desde el amor a la patria y el ser humano
Dilema y elección
Juan Bosch poseyó diversos dones intelectuales y estéticos, diversas vocaciones. Pero donde, de un modo asombroso, con fervor de un artista, consiguió unificar todas sus inclinaciones, sentires y talentos, -ya ante las inapelables circunstancias que lo colocaban a la cabeza de un pueblo oprimido inclementemente por décadas y sumido en la ignorancia y la pobreza- fue al delinear su obra de gobierno como una creación que cambiaría la imagen del país ante el mundo, establecería un nuevo modo de hacer política, radicalmente distinto y contrastante con lo que conocían los dominicanos en lo que iba del siglo XX, exento de odios y maldades, una economía próspera y justa, un pueblo de amantes a la cultura y de creencias y fe libres; un gobierno operando en un palacio de cristal para que todo el mundo viera lo que se hacía; despojado de los títulos y la parafernalia del poder; impolutos funcionarios públicos animados por el ideal de servicio; un Presidente tan digno, tan seguro de sí mismo, como para hablar en el lenguaje sencillo de la gente llana y llamarle la atención, cuando fue preciso, al representante del imperio y al representante de la Iglesia… esto era más increíblemente creativo y desafiante que escribir una novela o componer una sinfonía. ¿O no? Este propósito sí que hacía valer la pena el sacrificio de su escritura de ficción. Su éxito sí que le produciría parecido placer al que sigue al terminar un libro de cuentos, una novela. Es un solaz demasiado profundo como para ser descrito. Comporta una reconciliación con todo y todos.
En una de sus alocuciones radiales, revela con nitidez su visión del momento:
"La Presidencia es una carga muy pesada, y quien reciba esa carga no puede estar manchado por la maldad ni el odio ni la injuria ni la mentira ni la calumnia. El que gane las elecciones tiene que hacerse perdonar la victoria, porque todo ganador deja detrás gente enconada, y no puede hacérsela perdonar si no usó métodos limpios de lucha".[1]
Si iba a sacrificarse, debía ser por algo que valiera la pena. El poder se ejerce, se experimenta y se padece como control sobre otros, como sojuzgamiento de la voluntad de otros, como forma de acumular más poder. Construye destruyendo, si es que construye algo. Tiende a enajenar. Esa es una dimensión del poder demasiado conocida, encuentra su clímax en los regímenes totalitarios, pero no solo en estos. De hecho, es idea bien generalizada la que asocia el poder al frío cálculo pragmático, a la carencia de escrúpulo y al hacer caso omiso de los sentimientos y necesidades de la gente de carne y hueso, de los de a pie. Maquiavelo sintetizó magistralmente esta forma de poder encarnada en “el príncipe”, el gobernante. La política se reduce así a un juego de intereses entre poderosos, disociado de toda moral, y quienes actúan para convertirse en más poderosos. Es toda una codicia del poder y la “codicia es la madre de todas las desgracias”, dice el Tao te King. "Subirse al tigre" y saber mantenerse sobre el tigre. “Ser político decente en el Caribe es jugarse la vida contra la piratería, el gansterismo nacional e internacional”[2], escribió Juan Bosch en 1955, cuando, en su exilio dentro del exilio, residía en Chile.
Desde luego, hay otra forma del poder, el poder hacer, el poder crear, el poder potenciar lo mejor de los otros, el poder liberar, el poder explorar, el poder descubrir, el poder producir, el poder de sembrar y cosechar. El poder crear un libro, un mito, una chispa de inspiración, una idea fúlgida, un sueño transformador… La resistencia no violenta de Gandhi, el sueño de Martin Luther King… En República Dominicana, Juan Pablo Duarte, Ulises Francisco Espaillat, Salomé Ureña y Eugenio María de Hostos vislumbraron y ejercieron esa forma de poder que funda, ilumina y crea inspiradoras referencias. El núcleo duro y terrible del asunto estriba en los escollos monstruosos con que se topan este tipo de personas para hacer realidad sus ideas. Por lo general, no son los de mayor brillantez de inteligencia y bondad los que suelen encaramarse sobre el tigre y mantenerse sobre él a toda costa.
El discurso que Juan Bosch dirigió al pueblo dominicano a su llegada, tras 23 años de exilio, revela mejor que nada la constitución de este hombre, que amaba ardientemente a su esposa y expresaba una ternura infinita hacia sus hijos e hijas, que hablaba con verdadero cariño a sus conciudadanos, sobre todo a los más humildes, el campesinado, la mayoría de la población, con quien cultivó lazos inefables de afecto y complicidad en los días lejanos de su infancia, lazos que permanecerían siempre y que están retratados en buena parte de su producción literaria:
“Nosotros somos una tierra pequeña, que solo podemos engrandecernos por el amor, por la virtud, por la cultura, por la bondad”. Y, casi a seguidas, decía: “Nosotros estamos en una América, en una América que ha tomado ya resueltamente el rumbo de las democracias con libertades públicas y justicia social”. Apelaba al pueblo, a la juventud, a los hombres y mujeres adultas, a los funcionarios y a los uniformados para que pensaran en los sufrimientos inexpresables de este pueblo por más de trescientos años. Juan Bosch apelaba al corazón. A los sentires que nos hacen humanos, aun más que las capacidades intelectuales. Juan Bosch había sufrido lo suyo en el exilio, sin embargo, en ese momento crítico, apoyándose en José Martí, le dijo al pueblo dominicano: “no podemos vivir como la hiena en la jaula, dándole vueltas al odio”.
Juan Bosch y doña Carmen Quidiello habían trabajado duro para sostener su hogar. Pero nada habían acumulado y en la Declaración jurada de Bienes de Juan Bosch, hecha antes de juramentarse en el 1963, él y su esposa hicieron constar que no poseían ninguna clase de bienes, muebles, propiedades, ni acciones de ningún tipo, ni fondos, ni dinero, aquí ni en el extranjero. Él vivía en una casa alquilada con muebles a crédito pendiente de pagos, y pese a vivir en condiciones limitadas rebajó su sueldo como presidente de la república. (Juan Bosch y doña Carmen, no dejarían una herencia material a sus hijos e hijas y nietos, pero legarían una invaluable actitud, una referencia de humanidad y justicia para todo el pueblo).
Juan Bosch poseyó diversos dones intelectuales y estéticos, diversas vocaciones. Pero donde, de un modo asombroso, con fervor de un artista, consiguió unificar todas sus inclinaciones, sentires y talentos, -ya ante las inapelables circunstancias que lo colocaban a la cabeza de un pueblo oprimido inclementemente por décadas y sumido en la ignorancia y la pobreza- fue al delinear su obra de gobierno como una creación que cambiaría la imagen del país ante el mundo, establecería un nuevo modo de hacer política, radicalmente distinto y contrastante con lo que conocían los dominicanos en lo que iba del siglo XX, exento de odios y maldades, una economía próspera y justa, un pueblo de amantes a la cultura y de creencias y fe libres; un gobierno operando en un palacio de cristal para que todo el mundo viera lo que se hacía; despojado de los títulos y la parafernalia del poder; impolutos funcionarios públicos animados por el ideal de servicio; un Presidente tan digno, tan seguro de sí mismo, como para hablar en el lenguaje sencillo de la gente llana y llamarle la atención, cuando fue preciso, al representante del imperio y al representante de la Iglesia… esto era más increíblemente creativo y desafiante que escribir una novela o componer una sinfonía. ¿O no? Este propósito sí que hacía valer la pena el sacrificio de su escritura de ficción. Su éxito sí que le produciría parecido placer al que sigue al terminar un libro de cuentos, una novela. Es un solaz demasiado profundo como para ser descrito. Comporta una reconciliación con todo y todos.
En una de sus alocuciones radiales, revela con nitidez su visión del momento:
"La Presidencia es una carga muy pesada, y quien reciba esa carga no puede estar manchado por la maldad ni el odio ni la injuria ni la mentira ni la calumnia. El que gane las elecciones tiene que hacerse perdonar la victoria, porque todo ganador deja detrás gente enconada, y no puede hacérsela perdonar si no usó métodos limpios de lucha".[1]
Si iba a sacrificarse, debía ser por algo que valiera la pena. El poder se ejerce, se experimenta y se padece como control sobre otros, como sojuzgamiento de la voluntad de otros, como forma de acumular más poder. Construye destruyendo, si es que construye algo. Tiende a enajenar. Esa es una dimensión del poder demasiado conocida, encuentra su clímax en los regímenes totalitarios, pero no solo en estos. De hecho, es idea bien generalizada la que asocia el poder al frío cálculo pragmático, a la carencia de escrúpulo y al hacer caso omiso de los sentimientos y necesidades de la gente de carne y hueso, de los de a pie. Maquiavelo sintetizó magistralmente esta forma de poder encarnada en “el príncipe”, el gobernante. La política se reduce así a un juego de intereses entre poderosos, disociado de toda moral, y quienes actúan para convertirse en más poderosos. Es toda una codicia del poder y la “codicia es la madre de todas las desgracias”, dice el Tao te King. "Subirse al tigre" y saber mantenerse sobre el tigre. “Ser político decente en el Caribe es jugarse la vida contra la piratería, el gansterismo nacional e internacional”[2], escribió Juan Bosch en 1955, cuando, en su exilio dentro del exilio, residía en Chile.
Desde luego, hay otra forma del poder, el poder hacer, el poder crear, el poder potenciar lo mejor de los otros, el poder liberar, el poder explorar, el poder descubrir, el poder producir, el poder de sembrar y cosechar. El poder crear un libro, un mito, una chispa de inspiración, una idea fúlgida, un sueño transformador… La resistencia no violenta de Gandhi, el sueño de Martin Luther King… En República Dominicana, Juan Pablo Duarte, Ulises Francisco Espaillat, Salomé Ureña y Eugenio María de Hostos vislumbraron y ejercieron esa forma de poder que funda, ilumina y crea inspiradoras referencias. El núcleo duro y terrible del asunto estriba en los escollos monstruosos con que se topan este tipo de personas para hacer realidad sus ideas. Por lo general, no son los de mayor brillantez de inteligencia y bondad los que suelen encaramarse sobre el tigre y mantenerse sobre él a toda costa.
El discurso que Juan Bosch dirigió al pueblo dominicano a su llegada, tras 23 años de exilio, revela mejor que nada la constitución de este hombre, que amaba ardientemente a su esposa y expresaba una ternura infinita hacia sus hijos e hijas, que hablaba con verdadero cariño a sus conciudadanos, sobre todo a los más humildes, el campesinado, la mayoría de la población, con quien cultivó lazos inefables de afecto y complicidad en los días lejanos de su infancia, lazos que permanecerían siempre y que están retratados en buena parte de su producción literaria:
“Nosotros somos una tierra pequeña, que solo podemos engrandecernos por el amor, por la virtud, por la cultura, por la bondad”. Y, casi a seguidas, decía: “Nosotros estamos en una América, en una América que ha tomado ya resueltamente el rumbo de las democracias con libertades públicas y justicia social”. Apelaba al pueblo, a la juventud, a los hombres y mujeres adultas, a los funcionarios y a los uniformados para que pensaran en los sufrimientos inexpresables de este pueblo por más de trescientos años. Juan Bosch apelaba al corazón. A los sentires que nos hacen humanos, aun más que las capacidades intelectuales. Juan Bosch había sufrido lo suyo en el exilio, sin embargo, en ese momento crítico, apoyándose en José Martí, le dijo al pueblo dominicano: “no podemos vivir como la hiena en la jaula, dándole vueltas al odio”.
Juan Bosch y doña Carmen Quidiello habían trabajado duro para sostener su hogar. Pero nada habían acumulado y en la Declaración jurada de Bienes de Juan Bosch, hecha antes de juramentarse en el 1963, él y su esposa hicieron constar que no poseían ninguna clase de bienes, muebles, propiedades, ni acciones de ningún tipo, ni fondos, ni dinero, aquí ni en el extranjero. Él vivía en una casa alquilada con muebles a crédito pendiente de pagos, y pese a vivir en condiciones limitadas rebajó su sueldo como presidente de la república. (Juan Bosch y doña Carmen, no dejarían una herencia material a sus hijos e hijas y nietos, pero legarían una invaluable actitud, una referencia de humanidad y justicia para todo el pueblo).
¿Por qué el golpe de Estado?
Esto se ha analizado bastante, pero es
incomprensible si no se parte del marco de la época y de las fuerzas
recalcitrantes en el país, la Guerra Fría, la maquinaria militar trujillista,
etc. La pregunta que me parece pertinente más es:
¿Apoyaron a Juan Bosch quienes se esperaba le respaldaran o cuidaran ese gobierno en tan frágil situación? (El embajador de USA de entonces, cuenta que Juan Bosch se quejó amargamente de que “los mejores” no querían formar parte de su gobierno. Dice, en otra parte, que la antesala del despacho del Presidente permanecían atestadas de personas, muchos ventajistas y mediocres, que no iban a ayudar sino a gestionar un puesto, un beneficio, una ganancia, lo que pudieran sacar. Estos lo que hacían era quitarle tiempo al ocupado Presidente, quien laboraba desde la madrugada).
¿Qué lección hay que aprender respecto a la unidad, el discernimiento de lo principal y de lo secundario en un momento concreto?
En la introducción a Fouché El genio tenebroso Stefan Zweig anotó:
"En la vida real, verdadera, en el radio de acción de la política, determinan rara vez –y esto hay que decirlo como advertencia ante toda la fe política- las figuras superiores, los hombres de puras ideas; la verdadera eficacia está en manos de otros hombres inferiores, aunque más hábiles: en las figuras de segundo término".[3]
Lo verdaderamente admirable es que esos “hombres de puras ideas” saben a lo que se enfrentan y, aún así, siguen adelante; son los Juan Pablo Duarte, los Juan Bosch, los Mandela. Son personas que, además de inteligencia y carisma personal, están dotadas de finas intuiciones y capacidad afectiva fuerte. Saben que ascender o mantenerse en poder a toda costa y a cualquier precio podría significar terminar pareciéndose a lo que odian, aproximándose a lo que han combatido. Es el caso de tantos revolucionarios transformados luego en la reacción y el verdugo de sus propios pueblos. Esto nos enseña del reinado del terror en la revolución francesa, la crueldad de un Stalin en Rusia. Somos humanos, y como tales, tenemos límites. No hay una idea, una ideología, por pura que parezca que nos garantice el bien actuar, si está desactivada la función de amar. Si el espíritu y el corazón se excluyen, el poder creativo, el poder hacer y liberar, inspirar y construir, siempre puede transmutarse en poder mezquino, destructivo, avasallador; generatriz de esclavos y verdugos y genuflexos. Esta realidad engendra terribles dilemas y desgarramientos.
Hay quienes creen, por ejemplo, que Juan Bosch pudo mantenerse en el gobierno. Sí, sin lugar a dudas, pero transformándose en lo contrario a lo que él era, a través de concesiones a la corrupción, a la maquinaria militar formada por la dictadura truijillista, casi intacta, a los oligarcas, a las exigencias de EU, que miraba al país como una zona de experimento, dadas la revolución cubana y las tensiones de la Guerra Fría. Y Juan Bosch jamás sería indigno. Jamás actuaría contra sí mismo, contra lo que había sido y constituía su ética de vida. El país, lo escribiría el embajador de Estados Unidos, era visto como “una selva” por la maraña de fuerzas que actuaban.
Stefan Zwieg vio esta realidad con una lucidez incomparable. Y la sufrió en carne propia. Un escritor fuera de serie, pacifista y de sagaz capacidad creativa y analítica, “arruinado” a la postre por el nazismo. En 1934 se vio forzado a abandonar su hogar en Austria y huir a Londres. Y, posteriormente, en 1942, desesperanzado y deprimido ante el avance de las malignas fuerzas hitlerianas en Europa, él y su esposa se suicidaron en Brasil.
Por suerte, nos siempre los inescrupulosos, crueles y codiciosos se salen con la suya. Los que aman a su pueblo, a su gente, a la humanidad, los justos, también pueden triunfar. Un caso de luminosa relevancia es el de Mandela en Sudáfrica. Persistencia, unidad y convicción inamovible son las claves. En Sudáfrica, pese a todas las diferencias, había un propósito demasiado claro animando, uniendo, a los que buscaban la libertad.
“La política no es una especulación; es la Ciencia más pura y la más digna, después de la Filosofía, de ocupar las inteligencias nobles”, dijo Duarte. Esa era la noción de política a la que se consagraba. Pero cuántos son, desde entonces, los que restan credenciales al ejercicio de la política.
Escuché una vez a alguien decir que Juan Bosch no volvería a ganar la Presidencia porque era moral. Lo decía como un reproche. Vaya. Juan Bosch sabía el valor de las cosas, el valor de los valores. E hizo algo que fue más importante que “mantenerse sobre el tigre” o sentarse en la silla presidencial: construyó una referencia frente a la que habría de compararse cada gobierno, cada político de la RD. Si se habla de transparencia hay que referirse a Bosch, si se habla de defensa del patrimonio nacional*, hay que referirse a Bosch, si se habla de honestidad en el ejercicio público, hay que referirse a él, si se habla de humildad, de comunicación con el pueblo, de justicia, al que referirse a él, a la Constitución que auspició, a su estilo antipomposo, a su palabra, a su dignidad.
Hostos murió, se ha dicho, de “asfixia moral”. Salomé Ureña, de “asfixia emocional”. Duarte desterrado. Juan Bosch vivió luchando como infatigable guerrero del pensamiento, de la política, del humanismo, de la justicia. Pero nadie se llame a engaño, estas personas no fueron infelices, sino fuertes, vitales, llena de una vida enlazada por un afecto profundo, una visión clara –aunque a veces adolorida-, un saber proyectado en el tiempo.
La increíble María Trinidad Sánchez, fusilada en el primer aniversario de la fundación de la nación, es un signo de fuerza imborrable en la historia dominicana. Las hermanas, la madre, la familia toda de Duarte, que habían tenido una vida más o menos cómoda en Santo Domingo, condenadas al destierro. Y ninguna queja o vestigio de arrepentimiento se registra, sino que acatan que el destino de Duarte también es el suyo. En los Apuntes de Rosa Duarte se registra una carta de Duarte, de principios de febrero de 1844, dirigida a su familia:
"El único medio que encuentro para reunirme con ustedes es independizar la patria; para conseguirlo se necesitan recursos, recursos supremos, y cuyos recursos son, que ustedes de mancomún acuerdo conmigo y nuestro hermano Vicente ofrendemos en aras de la patria lo que a costa del amor y trabajo de nuestro padre hemos heredado".[4]
Este tipo de desprendimiento no emana solo del intelecto, sino que es moldeado por los sentimientos y por un compromiso que trasciende lo inmediato e implica el espíritu, el amor a las personas, el justo deseo de que vivan en un mundo ampliado por la libertad y la esperanza.
Juan Pablo Duarte, Juan Bosch no eran personas de empeñar su vida en pequeñeces. Ni creo les agradaría la santificación, el convertirse en fríos mitos, carentes de vida real. La celebración de sus vidas, las efemérides, no tienen valor alguno a no ser que promuevan los que les distinguió a ellos.
El mundo ha cambiado de manera vertiginosa en las últimas décadas y, a veces, parecería que nada de lo que antes valía conserve vigencia. Sin embargo, esto es ilusorio. En realidad, las relaciones de poder en el mundo global no han cambiado de signo, solo se reordenan un poco y aparecen atisbos de perspectivas promisorias, pero también asimetrías pronunciadas, poderío de la especulación financiera, que son verdaderas amenazas.
La ética, la justicia, la búsqueda de verdad y sentido en la vida de las personas, la solidaridad, el calor comunitario, fundados en el afecto vivo, ¿cómo van a cesar o cumplir una fecha de vencimiento? Es absurdo. En lo fundamental, este tiempo exige más creatividad que ningún otro, más solidaridad que nunca. Para poder hacer lo nuevo, para poder crear ideas e inspiraciones oportunas, el legado ético, moral y afectivo de Duarte, de Juan Bosch y de otras personas en quienes se confirman las potencias de bien y de libertad en los seres humanos debe conocerse, difundirse, aquilatarse; porque esas personas, por su elección y destino, no corresponden a una moda, sino a las necesidades y búsquedas más profundas, las que perfilan la humanidad misma.
Para estos hombres y mujeres era importante ser buenos, no como imagen publicitaria, sino como estado de satisfacción de la conciencia y el espíritu; un sentido de haber hecho que el mundo fuera mejor con lo que hicieron. Un mirar límpido que sostenía cualquier mirada. Unos sueños que encarnaban en ideales, unos ideales que se adherían a la piel colectiva; sueños, ideas y actos inseparables del humano concreto, cada hombre, cada mujer…
Y Juan Pablo Duarte, en frase plena de significados, manifestó: “Procuraré conservarme bueno, conservaré mi corazón y mi cabeza”. ¡Yo soy bueno, y como bueno/ Moriré de cara al sol!”,
José Martí.
¡Hay que resituar el amor, rescatarlo de la trivialidad! ¡Hay que renacer a la pasión y la utopía!
*En este 23 de abril, Día Mundial del Libro, manifiesto mi aspiración de que, con unos puñados de nuestro oro, se abran bibliotecas en todos los municipios del país. Que toda la gente, de pueblos, barrios y campos, acceda, sin cortapisa alguna, al libro, al pensamiento, a la cultura. Esa sí que sería una manera realmente digna y elevada de celebrar las ideas y la consagración de Duarte y Hostos.
Ángela Hernández Núñez
[1] Juan Bosch, Discursos políticos 1961-1966, tomo I. Compilación y edición de Orlando Inoa. Ediciones de la Presidencia de la República Dominicana. Santo Domingo, 2005. Segunda edición. Pág. 38
[2] Santiago, 12 de enero, 1955
[3] Fouché El genio tenebroso, Stefan Zweig. Editorial Juventud. Décima edición. España, 2004. Pág. 8
[4] Apuntes de Rosa Duarte. Instituto Duartiano, Colección Duartiana. Volumen VII, Santo Domingo, 2006. Pág. 68
¿Apoyaron a Juan Bosch quienes se esperaba le respaldaran o cuidaran ese gobierno en tan frágil situación? (El embajador de USA de entonces, cuenta que Juan Bosch se quejó amargamente de que “los mejores” no querían formar parte de su gobierno. Dice, en otra parte, que la antesala del despacho del Presidente permanecían atestadas de personas, muchos ventajistas y mediocres, que no iban a ayudar sino a gestionar un puesto, un beneficio, una ganancia, lo que pudieran sacar. Estos lo que hacían era quitarle tiempo al ocupado Presidente, quien laboraba desde la madrugada).
¿Qué lección hay que aprender respecto a la unidad, el discernimiento de lo principal y de lo secundario en un momento concreto?
En la introducción a Fouché El genio tenebroso Stefan Zweig anotó:
"En la vida real, verdadera, en el radio de acción de la política, determinan rara vez –y esto hay que decirlo como advertencia ante toda la fe política- las figuras superiores, los hombres de puras ideas; la verdadera eficacia está en manos de otros hombres inferiores, aunque más hábiles: en las figuras de segundo término".[3]
Lo verdaderamente admirable es que esos “hombres de puras ideas” saben a lo que se enfrentan y, aún así, siguen adelante; son los Juan Pablo Duarte, los Juan Bosch, los Mandela. Son personas que, además de inteligencia y carisma personal, están dotadas de finas intuiciones y capacidad afectiva fuerte. Saben que ascender o mantenerse en poder a toda costa y a cualquier precio podría significar terminar pareciéndose a lo que odian, aproximándose a lo que han combatido. Es el caso de tantos revolucionarios transformados luego en la reacción y el verdugo de sus propios pueblos. Esto nos enseña del reinado del terror en la revolución francesa, la crueldad de un Stalin en Rusia. Somos humanos, y como tales, tenemos límites. No hay una idea, una ideología, por pura que parezca que nos garantice el bien actuar, si está desactivada la función de amar. Si el espíritu y el corazón se excluyen, el poder creativo, el poder hacer y liberar, inspirar y construir, siempre puede transmutarse en poder mezquino, destructivo, avasallador; generatriz de esclavos y verdugos y genuflexos. Esta realidad engendra terribles dilemas y desgarramientos.
Hay quienes creen, por ejemplo, que Juan Bosch pudo mantenerse en el gobierno. Sí, sin lugar a dudas, pero transformándose en lo contrario a lo que él era, a través de concesiones a la corrupción, a la maquinaria militar formada por la dictadura truijillista, casi intacta, a los oligarcas, a las exigencias de EU, que miraba al país como una zona de experimento, dadas la revolución cubana y las tensiones de la Guerra Fría. Y Juan Bosch jamás sería indigno. Jamás actuaría contra sí mismo, contra lo que había sido y constituía su ética de vida. El país, lo escribiría el embajador de Estados Unidos, era visto como “una selva” por la maraña de fuerzas que actuaban.
Stefan Zwieg vio esta realidad con una lucidez incomparable. Y la sufrió en carne propia. Un escritor fuera de serie, pacifista y de sagaz capacidad creativa y analítica, “arruinado” a la postre por el nazismo. En 1934 se vio forzado a abandonar su hogar en Austria y huir a Londres. Y, posteriormente, en 1942, desesperanzado y deprimido ante el avance de las malignas fuerzas hitlerianas en Europa, él y su esposa se suicidaron en Brasil.
Por suerte, nos siempre los inescrupulosos, crueles y codiciosos se salen con la suya. Los que aman a su pueblo, a su gente, a la humanidad, los justos, también pueden triunfar. Un caso de luminosa relevancia es el de Mandela en Sudáfrica. Persistencia, unidad y convicción inamovible son las claves. En Sudáfrica, pese a todas las diferencias, había un propósito demasiado claro animando, uniendo, a los que buscaban la libertad.
“La política no es una especulación; es la Ciencia más pura y la más digna, después de la Filosofía, de ocupar las inteligencias nobles”, dijo Duarte. Esa era la noción de política a la que se consagraba. Pero cuántos son, desde entonces, los que restan credenciales al ejercicio de la política.
Escuché una vez a alguien decir que Juan Bosch no volvería a ganar la Presidencia porque era moral. Lo decía como un reproche. Vaya. Juan Bosch sabía el valor de las cosas, el valor de los valores. E hizo algo que fue más importante que “mantenerse sobre el tigre” o sentarse en la silla presidencial: construyó una referencia frente a la que habría de compararse cada gobierno, cada político de la RD. Si se habla de transparencia hay que referirse a Bosch, si se habla de defensa del patrimonio nacional*, hay que referirse a Bosch, si se habla de honestidad en el ejercicio público, hay que referirse a él, si se habla de humildad, de comunicación con el pueblo, de justicia, al que referirse a él, a la Constitución que auspició, a su estilo antipomposo, a su palabra, a su dignidad.
Hostos murió, se ha dicho, de “asfixia moral”. Salomé Ureña, de “asfixia emocional”. Duarte desterrado. Juan Bosch vivió luchando como infatigable guerrero del pensamiento, de la política, del humanismo, de la justicia. Pero nadie se llame a engaño, estas personas no fueron infelices, sino fuertes, vitales, llena de una vida enlazada por un afecto profundo, una visión clara –aunque a veces adolorida-, un saber proyectado en el tiempo.
La increíble María Trinidad Sánchez, fusilada en el primer aniversario de la fundación de la nación, es un signo de fuerza imborrable en la historia dominicana. Las hermanas, la madre, la familia toda de Duarte, que habían tenido una vida más o menos cómoda en Santo Domingo, condenadas al destierro. Y ninguna queja o vestigio de arrepentimiento se registra, sino que acatan que el destino de Duarte también es el suyo. En los Apuntes de Rosa Duarte se registra una carta de Duarte, de principios de febrero de 1844, dirigida a su familia:
"El único medio que encuentro para reunirme con ustedes es independizar la patria; para conseguirlo se necesitan recursos, recursos supremos, y cuyos recursos son, que ustedes de mancomún acuerdo conmigo y nuestro hermano Vicente ofrendemos en aras de la patria lo que a costa del amor y trabajo de nuestro padre hemos heredado".[4]
Este tipo de desprendimiento no emana solo del intelecto, sino que es moldeado por los sentimientos y por un compromiso que trasciende lo inmediato e implica el espíritu, el amor a las personas, el justo deseo de que vivan en un mundo ampliado por la libertad y la esperanza.
Juan Pablo Duarte, Juan Bosch no eran personas de empeñar su vida en pequeñeces. Ni creo les agradaría la santificación, el convertirse en fríos mitos, carentes de vida real. La celebración de sus vidas, las efemérides, no tienen valor alguno a no ser que promuevan los que les distinguió a ellos.
El mundo ha cambiado de manera vertiginosa en las últimas décadas y, a veces, parecería que nada de lo que antes valía conserve vigencia. Sin embargo, esto es ilusorio. En realidad, las relaciones de poder en el mundo global no han cambiado de signo, solo se reordenan un poco y aparecen atisbos de perspectivas promisorias, pero también asimetrías pronunciadas, poderío de la especulación financiera, que son verdaderas amenazas.
La ética, la justicia, la búsqueda de verdad y sentido en la vida de las personas, la solidaridad, el calor comunitario, fundados en el afecto vivo, ¿cómo van a cesar o cumplir una fecha de vencimiento? Es absurdo. En lo fundamental, este tiempo exige más creatividad que ningún otro, más solidaridad que nunca. Para poder hacer lo nuevo, para poder crear ideas e inspiraciones oportunas, el legado ético, moral y afectivo de Duarte, de Juan Bosch y de otras personas en quienes se confirman las potencias de bien y de libertad en los seres humanos debe conocerse, difundirse, aquilatarse; porque esas personas, por su elección y destino, no corresponden a una moda, sino a las necesidades y búsquedas más profundas, las que perfilan la humanidad misma.
Para estos hombres y mujeres era importante ser buenos, no como imagen publicitaria, sino como estado de satisfacción de la conciencia y el espíritu; un sentido de haber hecho que el mundo fuera mejor con lo que hicieron. Un mirar límpido que sostenía cualquier mirada. Unos sueños que encarnaban en ideales, unos ideales que se adherían a la piel colectiva; sueños, ideas y actos inseparables del humano concreto, cada hombre, cada mujer…
Y Juan Pablo Duarte, en frase plena de significados, manifestó: “Procuraré conservarme bueno, conservaré mi corazón y mi cabeza”. ¡Yo soy bueno, y como bueno/ Moriré de cara al sol!”,
José Martí.
¡Hay que resituar el amor, rescatarlo de la trivialidad! ¡Hay que renacer a la pasión y la utopía!
*En este 23 de abril, Día Mundial del Libro, manifiesto mi aspiración de que, con unos puñados de nuestro oro, se abran bibliotecas en todos los municipios del país. Que toda la gente, de pueblos, barrios y campos, acceda, sin cortapisa alguna, al libro, al pensamiento, a la cultura. Esa sí que sería una manera realmente digna y elevada de celebrar las ideas y la consagración de Duarte y Hostos.
Ángela Hernández Núñez
[1] Juan Bosch, Discursos políticos 1961-1966, tomo I. Compilación y edición de Orlando Inoa. Ediciones de la Presidencia de la República Dominicana. Santo Domingo, 2005. Segunda edición. Pág. 38
[2] Santiago, 12 de enero, 1955
[3] Fouché El genio tenebroso, Stefan Zweig. Editorial Juventud. Décima edición. España, 2004. Pág. 8
[4] Apuntes de Rosa Duarte. Instituto Duartiano, Colección Duartiana. Volumen VII, Santo Domingo, 2006. Pág. 68
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