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¿Quién es Ángela Hernández Núñez?

Premio Nacional de Literatura 2016. Nació en Buena Vista Jarabacoa, República Dominicana, 6 de mayo de 1954. Graduada con honores de Ingeniería Química. Narradora y poeta. Apasionada del cine y la fotografía. Textos de su autoría se han traducido al inglés, francés, italiano, islandés, bengalí y noruego. Se incluyen en importantes antologías. Es Premio Cole de novela corta, a la novela Mudanza de los Sentidos, 2001; dos veces premio nacional de cuento. Su libro Alicornio mereció el premio nacional de poesía.

ENTRE LAS ESFORZADAS VIDENTES Y LAS SUBVERSIVAS INTELIGENCIAS

Hay en la historia humana largos períodos que transcurren en lentitud y sin mayores mutaciones. Existen otros que parecen estar hechos de saltos. El Siglo XX es de vértigo: apertura, reconciliación interior, amenaza, chance de renovación, incertidumbre, linealidad, arrebato de la inteligencia, constreñimiento… Progresa la solidaridad y a la par el individualismo extremo. La historia se despliega, dejando ver miríadas de hechos significativos; por otra parte, la historia se clausura… Es el siglo del etcétera y la relevancia de lo paradójico. La imaginación fácilmente se aturde procurando un norte.

Protagonista singular de este período ha sido la mujer, de todas las clases, etnias, religiones y países.

De Salomé Ureña a Julia Álvarez, un vistazo a dos expresiones, a dos contextos diferenciados, nos daría una idea de lo que ha variado la mujer y su expresividad en nuestra región. Estoy segura que en cada país podría hacerse lo mismo: contemplar el panorama de un siglo a través de las escritoras.

Pasamos de una prodigiosa labor de excepcionales mujeres, a un movimiento social que copa todos los linderos; de la pelea por el voto y la educación, a una interpelación a las ideas de progreso, democracia y ciudadanía; de un sufrir la cruz del matrimonio a una propuesta de pacto de amistad entre mujeres y hombres; de un esfuerzo de mostrar el aporte femenino a través de la función maternal y el magisterio, a la revisión de los roles femeninos y masculinos en la cultura, la ciencia, la producción y la reproducción, sugiriendo nuevas oportunidades afectivas e intelectuales para mujeres y hombres.

Entre todos los cambios, podemos detectar constantes en las escritoras del siglo: especial sensibilidad ante las injusticias y feminista humanismo presidiendo las íntimas escogencias estéticas.

HA LLEGADO EL MOMENTO DE VUESTRA GRACIA. ESPERO JUSTICIA.1

Empiezo con estas frases de Breton, de su Carta a las Videntes (1929), pues desde la primera vez que la leí me pareció un arranque de lúcido equilibrio en que el autor surrealista vislumbró el paisaje futuro, aproximándose a lo inviolable del espíritu de las mujeres, cuya sustancia más que en tinta y formas tangibles, se diseminó como un boreal misterioso tejido, latente en la cotidianidad y que a veces se expresó claramente, en conjunción lo diferido, y lo porvenir.

¿Quiénes son las videntes? ¿Son las inspiradoras de los poetas o son aquellas que poseen destello propio? ¿Son las Musas o las Furias? Al hablar del paulatino descubrimiento de las mujeres, nos vemos tentadas a aislar su producción en coordenadas genéricas femeninas; olvidando que la cultura, a pesar de su sello androcéntrico, no ha sido hecha exclusivamente por los hombres (ni tampoco principalmente). Es acaso la reacción previsible frente a la sistemática lectura/desciframiento de la obra femenina bajo la luz de los cánones estéticos y morales que se presumen universalistas.

Las ideas que voy a compartir no persiguen presentar a las creadoras en un mundo aparte, y una tradición literaria privada (De hecho, las mujeres insisten en todos los tiempos en una postura holística, comprensiva, que ha sido soslayada o entendida de manera capciosa). Al respecto, me adscribo a las siguientes ideas de

Myrian Díaz-Diocaretz: “La creación mediante el lenguaje no es estática, está siempre en movimiento, en movimiento hacia un significado posible en el futuro” (…) “En este dinamismo interno, los conflictos, las contradicciones y la lucha por el signo interactúan...”. La función escritural –dice, citando a B. Johnson- es “infinitamente plural, y abierta al libre juego de significaciones y de diferencia, inabarcable mediante consideraciones de representación, y transgresora de cualquier intento de un significado decidible, unificado y totalizado”2.

Esta referencia ha permitido dar con un legado inédito, a través de la lectura de autoras de diferentes épocas, hecha con una concepción desprejuiciada acerca de la inteligencia femenina.

La teórica citada asume que la escritura de las mujeres no puede ser estudiada a fondo sin tomar “en cuenta su relación directa con la realidad histórica que prescribe las funciones del rol femenino y con las prácticas discursivas de los ámbitos culturales dominantes”3.

Sobre la obra producida por mujeres ha pendido como espada de Damocles la valoración moral; y sólo cuando se ha irrumpido con rebeldía en torno a la moral sexual, subyugante de la psiquis femenina, la creación ha podido librarse de una camisa de fuerza, compuesta de censura y autoimpugnación.

Creo que este problema no sólo afecta la manera de acercarse a la obra, sino a la escritora (y poeta) y al ejercicio creativo. Apremiada a manifestarse o a callar, o bien a drenar la insatisfacción, escudriña en el lenguaje subyacente a las lenguas, plasmando lo que su inteligencia y conocimiento le dictan. Urgida a indagar en lo oscuro de su conciencia y en la penumbra histórica en que navega el sujeto mujer, sabe que debe pronunciarse con sinceridad, y dominar recursos efectivos y precisos.

Estas instantáneas crispaciones entre expectativas externas y ritmo interior han socavado a muchas creadoras. Sin embargo, al madurar en solución se constituyen en marcas de fuerza en obras que presentan el mundo desde el imaginario y la cosmovisión de la mujer, al sujeto mujer desde su intrincada causalidad y al sujeto hombre percibido por “su otro –otra-”; encontrándose éste con el lance de contemplarse en un espejo, acaso desconcertante, rebosado de sugerentes desafíos.

Las escritoras ensayan y participan otra mirada, importante no porque agrega un ángulo de observación y entendimiento, sino, sobre todo, porque compele a cruciales reconsideraciones sobre la violencia, el erotismo, la cotidiana convivencia, la franqueza entre los sexos y la significación de nuevas conversaciones humanas.

VOSOTRAS, ÚNICAS TRIBUTARIAS Y ÚNICAS PROTECTORAS DEL SECRETO. ME REFIERO AL GRAN SECRETO, AL INOCULTABLE

Quiero, en lo posible, acercarme a las verdades entrevistas en los textos de algunas escritoras; otear sus intuiciones distintivas.

Afirma Octavio Paz que “los cambios en la sensibilidad colectiva que hemos vivido en el siglo XX obedecen a un ritmo pendular, a un vaivén entre Eros y Thanatos”, arquetipos del amor y de la muerte. Agrega que cuando esos cambios de la sensibilidad y el sentimiento coinciden con otros en el dominio del pensamiento y el arte, brotan nuevas concepciones del amor.4

En esta centuria, marcada entre otros acontecimientos, por la sinuosa y prolongada batalla de las mujeres por libertad, se ha ido generando una propuesta nueva sobre el amor y una/muchas percepciones estéticas que nacen de tanteos

inspirados y de audaces y disciplinados esfuerzos. De alguna manera, se le da un tajo a todo el pensamiento y saber occidental. Nadie negaría que una mirada de género a la historia, a la literatura, a la biología incluso, han revelado otras formas de saber, otras regiones y tiempo y circunstancias que esperan ser interpretadas.

Nadie podría negar que el feminismo atacó las tiranías patriarcalistas, la noción de la historia como camino de violencias, la noción de progreso como acumulación, la idea de Dios como castigo, las verdades absolutas y las justificaciones teóricas/ideológicas paridoras de infamias.

Sea que lo acepte o trate de ignorarlo, indudable es que la poeta y escritora de este tiempo entra en profundo conflicto con la imagen clásica de la mujer, pues en ella es despojada, por lo menos en apariencias, de su preciosa e intrínseca complejidad. Las dudas y las certezas propias del oficio escritural contravienen cualquier hipocresía. En estos territorios las concesiones resultan incosteables.

SI LAS MENOS DIFÍCILES ENTRE VOSOTRAS TUVIERAN DERECHO DE IMPONERNOS SU SUPERIORIDAD, NOSOTROS LA CONSIDERARÍAMOS COMO LA ÚNICA SUPERIORIDAD INDISCUTIBLE

Muchas veces me he inquietado por los destinos de poetas que parecen haberse sacrificado, pareciéndome que ha sido el precio por socavar el signo de culpa tatuado en sus memorias. Culpa por Eva, culpa por el deseo, culpa por la libertad, culpa por el impulso sexual, culpa de existir. Estas poetas poseían una intuitiva soberanía, no más que a través de la palabra.

Altagracia Saviñón, Delmira Agostini, Alejandra Pizarnik, Julia de Burgos, Alfonsina Storni, Sylvia Plath… algunas de las más celebradas. Me he llegado a preguntar, ¿tendremos que matarnos para ser respetadas, para ser perdonadas por nuestro “libre jugar en el conocimiento”? ¿Será preciso elegir entre la vida y la creación? ¿Tendremos que rendirnos a aquella frase emblemática: ‘amor o muerte’?

Entendiendo que el verbo amar abarca la pasión por el conocimiento y el fuego de la invención.

En ocasiones a las escritoras, hasta bien entrado el siglo, les ha faltado el diablillo humorístico que rompe puertas cuando éstas no abren. Debido a ello, en adición a los consabidos prejuicios, cuando en los escenarios culturales se mencionaba la escritura de las mujeres o se abordaba lo que de particular exhibía la obra femenina, los críticos entendían que alguien estaba solicitando su magnanimidad.

Se podría aventurar la conjetura de que la escritora a partir de los 60’s se encuentra, si no con menos crispaciones, más familiarizada con el bosque sin linderos de su propia imagen. Lo razona, se aproxima a la comprensión, hace distancia para traducirse, dispuesta a vivir y conocer en lo posible. Entonces se encuentran unas voces sin censura, un mundo nada simple, ni transparente; vital. Su sueño sigue calentado por la idea, primaria y provocadora, del amor; una concepción germinativa, a punto de temeridad o de simpleza. Esta escritora que al pronunciarse está diciendo a las mujeres de su época y que se extraña y también se reconoce en sus personajes, trabaja en salvar a las mujeres de inútiles sentimentalismos o declaraciones de victimización. Ella es fuego en todos los fuegos, pero asimismo no cierra sus ojos antes los vínculos que se corrompen y los finales pandemonios de muchas historias de prometedores comienzos.

La creadora escribe la cotidianidad en la literatura universal y, asimismo, ejercita sus dotes para la exploración épica, política e histórica. Tal vez ha sido ella quien ha puesto de moda finales menos infelices. A esto no se le puede llamar superficialidad, sino reserva de fe.

En el discurrir de este siglo no sobraría establecer los nexos entre un decir de las mujeres, que se eleva en la acústica social, (boom femenino tal vez podría llamársele a los éxitos de mercado de las mujeres –en Argentina, entre el 20 y el 50 % de los títulos publicados el último año por las principales casas editoriales correspondió a escritoras5. En todos los países de la región, publicadas o no, se multiplican las autores como en ningún otro tiempo-) y el afianzamiento de una conciencia con mucho de sagaz definición; la cual se expresó en las primeras décadas del siglo como demanda de derechos civiles y educación; tomando a partir de los 60’s un giro rotundo hacia la asunción de la sexualidad, la reflexión filosófica, teológica y científica, y de manera preponderante, el ejercicio cabal de todos los derechos de ciudadanía; abarcando de modo privilegiado la psiquis y las representaciones simbólicas.

La seducción, la inspiración, la inteligencia, los afectos, la reproducción y las facultades de crear y fundar cobran interés, perspectivas y atenciones inusitadas, como temas que involucran los cambios en la vida de las mujeres y en sus relaciones. Las posturas feministas, aún en los casos de un desenvolvimiento práctico, han incitado todos los ambientes intelectuales.

La mujer de este siglo anda por mil territorios distintos, se enfrenta al estigma de la competencia y separatividad , se acerca al hombre con un bagaje provocante, con tanta fuerza como si no albergara temores, y el hombre se relaciona con esta ‘supermujer’ con cierto recelo, que va desde la sobrestimación de sus fuerzas hasta la fuga. La mujer quisiera aproximarse con todo su florecimiento. Quisiera ser amada con el paraíso y el infierno, con lo firme y volátil, con lo viejo y con lo nuevo que indefectiblemente contiene.

Esta mujer puede ser una obrera o una académica, una activista o una monja, se desplaza imprimiendo el asombro a sus propios pasos, asombro que pervive a los propios pasos. Esta mujer Siglo XX padece y goza la mudanza en su relación con el conocimiento, con los saberes, la historia, la política, el Estado y el hogar, y sobre todo, con ella misma. La mujer en este siglo descubre la eternidad que la habita.

Aunque no esté claro para muchas y muchos –o la conveniencia les aconseje oscurecerlo- hay una intrínseca correspondencia entre esa subjetividad transgresora y caleidoscópica que van haciendo notable las escritoras, poetas y artistas, pluralizando nutriciamente las perspectivas culturales, y el movimiento social –feminista- que ha tenido como escenario esta época, en particular el que se despliega en todo el mundo con variadas facetas a partir de los 60’s.

Esas guerrilleras que quemaron naves, haciéndose blanco de puntapiés retóricos y escarnio, fueron el extremo de la lanza, la materia de choque, las que brincaron al vacío y encajaron la tara de ‘anormales’ o ‘desnaturalizadas’, para que la humanidad y las otras tuvieran el chance de tener ojos para ver una historia, cuya médula es la violencia sexual; para que la humanidad y las demás mujeres tuvieran un poco más de luz sensible destinada a acunar sentimientos propicios.

Ellas son las que hallaron el cáliz y auscultaron los libros apócrifos. Tienen muchos nombres. Infunden a menudo desasosiego: nos desagrada identificar las trabas que nos pinchan. Me ha perseguido la idea de que todas las escritoras han sido feministas en este siglo, si parto de que el feminismo es un movimiento hacia la libertad y el ser. Incluso son feministas, aquellas que lo niegan sin que se les pregunte. En el mutismo, en las esferas productivas, en la solitaria cavilación, la escritora entabla un diálogo consigo misma. No se ha propuesto expresarse a través de un prólogo fortuito o en las inflexiones afortunadas de una traducción, ni esconderse en

seudónimo masculino, ni producir mediante la influencia sobre un camarada. Quiere, y busca medios, para manifestarse.

El conflicto entre demandas interiores y represiones externas no cesará en todo el siglo. No son pocas las que desearían eludir los sentires y tópicos a que da lugar, pues siempre contienen algo punzantemente agrio. Pero no se esfuman, solo se disfrazan. Los motivos están en que los causantes de este conflicto persisten plásticamente en la cultura; se hallan en el imaginario y en las proyecciones. “La palabra no olvida de donde vino”, dice Myrian Díaz-Diocaretz.

Procurar libertad es indesplazable rasgo del alma, más urgente cuando se está constatando su carencia. Libertad es apertura visceral, sentido de unificación. Su búsqueda, empero, se expía solitariamente. Es así como de modo recurrente la han experimentado las mujeres y la han plasmado poetas y escritoras. Abominar las convenciones paralizantes significa quedarse sin palabras familiares, expulsadas a un suelo desconocido.

Condenadas a ser libres (Sartre) y víctimas de lo que escriben (S. Becker), la escritora cosecha el resultado contradictorio de su experiencia.La paradoja se resuelve en la apertura del acto creativo, que recoge los convulsiones, las tinieblas, lo claroscuro, y las súbitas direcciones, encrucijadas y replanteamientos. Las miradas se dilatan y solazan… a través del hallazgo repentino, del humor, de la ironía, de la exasperación, de la compasión, y de la frescura de reírse de sí mismas, y de las incógnitas.

A pesar del sostenido avance de las creadoras, las principales corrientes y movimientos estéticos/literarios poco las nombran (surrealismo, ultraísmo, realismo mágico, ‘lo real maravilloso’, etc. ) o cuando descuellan parecería que plagian estilos. Caso Isabel Allende/Gabriel García Márquez. No deja de impresionar que escritoras como Clarice Lispector (Brasil), Lidia Cabrera (Cuba, 1900), Rosario Castellanos (Méjico), Luisa Mercedes Levinson (Argentina, 1914-1987), por mencionar algunas, no sean vistas en quehacer de vanguardias culturales.

Por otro lado, las escritoras, ocupadas en ‘respirar’, en ‘nacer’ y compaginarse en polémica identidad, se han despreocupado en “teorizar” quebrantamientos formales. Ellas bregan con su ruptura; la de una tradición gravosa que ha apozado en la psiquis mandatos tenaces acerca de la manera de vivir la afectividad y encarar lo doméstico.

Sin embargo, la manifestación de este hecho deviene en tanteos de formas y significados que podrían contener los horizontes de las nuevas sensibilidades a que van dando lugar.

DADNOS PIEDRAS, BRILLANTES PIEDRAS, PARA PERSEGUIR A LOS INFAMES SACERDOTES.

Comenzando el siglo, Delmira Agustini (Montevideo 1887-1914) escribía:

¿No habéis sentido nunca el extraño dolor

de un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida

devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?

(Lo inefable, fragmento).

Así tendida soy un surco ardiente,

Donde puede nutrirse la simiente,

De otra estirpe, sublimemente loca”

(Otra Estirpe, fragmento)

En los versos de Agostini se puedeN sentir los muros y los intentos de saltos. “No encuentra su lugar en el mundo público masculino, ni en el privado femenino. Crea pues un mundo otro, el del ensueño, para poder liberar ‘lo que lleva dentro’, lo que al parecer nadie podía sospechar”, dice de ella María del Mar Campos Fernández. “Tiene algo de hija espiritual de Nietzsche. El ideal de superación del hombre, el superhombre, pero depurado de su crueldad satánica”, interpreta Zum Felde6.

Nuestra Aída Cartagena Portalatín no mencionó jamás –hasta donde conozco- las particularidades a que se enfrentan las mujeres. Incluso, en conversaciones con ella, creí captar que abrigaba cierta antipatía hacia el feminismo. No obstante, en la década del cuarenta, escribió:

Una mujer está sola. Sujetando con sueños

Sus sueños,

Los sueños que le restan y todo el cielo de Antillas.

Seria y callada frente al mundo que es una

Piedra humana,

Móvil, a la deriva, perdida en el sentido

De la palabra propia, de su palabra inútil

(Fragmento).

‘Una mujer está sola’ es considerado por algunas personas como un manifiesto feminista.

Rosario Castellanos (México 1925-1974) expresa un impulso en la conciencia de la mujer latinoamericana. Su escritura trasluce una calma desesperante. Nada oculta ni disfraza ni adorna. No hay medias tintas ni concesiones. El buen gusto, la ironía, un inevitable fatalismo, cubren su amorosa visión solitaria. El feminismo que prendió en la región en los setenta tiene mucho de su espíritu y carácter.

Leo los siguientes versos de 1950 y me regresa una impresión que antes he tenido: parecería que todas las escritoras coetáneas se encuentran sincronizadas en una luz casi opresiva. Que Aída Cartagena pudo haber dicho: matamos lo que amamos,/ lo demás no ha estado vivo nunca (de Rosario Castellanos). Y Rosario Castellanos pudo haber expresado: no quiero congraciarme con extraños (de Aída Cartagena). Son poetas diferentes; sin embargo nos hablan de muros, de apartamiento y de inestables armonías. Su arte poética es enunciada con el cuerpo.

Estoy sola: rodeada de paredes

Y puertas clausuradas;

Sola para partir el pan sobre la mesa,

Sola en la hora de encender las lámparas,

Sola para decir la oración de la noche

Y para recibir la visita del diablo.

Expresa Rosario Castellanos en ‘Dos Poemas’. Y en ‘Entrevista de Prensa’ nos permite captar el poder de subversión descubierto en la palabra.

_Pero, señor, es obvio. Porque alguien

(cuando yo era pequeña)

dijo que gente como yo, no existe.

Porque su cuerpo no proyecta sombra,

Porque no arroja peso en la balanza,

Porque su nombre es de los que se olvidan.

Y entonces… Pero no, no es tan sencillo.

(…)

Y luego, ya madura, descubrí

Que la palabra tiene una virtud:

Si es exacta es letal

Como lo es un guante envenenado.

En las cartas de Rosario Castellanos a su esposo Ricardo, (1950-1967) se encuentra el mismo sentimiento de autoinculpación, de menoscabo y confusos dilemas y dolencias que hallamos en las epístolas de la dominicana Salomé Ureña a su marido, Francisco Henríquez (finales del siglo XIX). Casi idénticas preguntas y trances. No importa cuán desbordada sea la pasión y la devoción hacia el marido, nunca será suficiente.

Veamos algunas citas elocuentes.

“El que usted me sea fiel o no, no me hace variar de actitud. Yo le seré fiel siempre, a toda costa. No me interesa coquetear con nadie. Lo amo a usted. Si usted me falla, si por cualquier motivo nuestro amor no puede realizarse, yo no quiero volver a saber nada de amor con nadie, yo quiero vivir completamente sola y sin que nadie me hable de estas cosas” (Madrid 6 de noviembre 1950)7.

“Observo a la gente, sus relaciones, y cada vez me siento más distinta, más extraña, como un ser de otro planeta” (Wisconsin, 13 de septiembre de 1966).

“Ten paciencia, porque quiero crecer y no puedo, porque quiero convertirme en una mujer y no lo alcanzo, y me quedo en unos balbuceos horrendos de niña, de monstruo” (Wisconsin, 13 de octubre de 1966).

“Duermo con mucho sobresalto y, como te he contado antes, con unas pesadillas inacabables. Siempre son momentos de violencia, de humillación y de rechazo y despierto bañada en sudor, con el corazón a punto de salírseme por la boca, deprimidísima y, sobre todo, con miedo de volver a dormirme por miedo de volver a soñar. ¿Qué bonito, verdad?” (Wisconcin, 1 de noviembre de 1966).

“Yo he pensado mucho también en el asunto de la fidelidad. Ni en sueños quiero ni debo ni puedo exigírtela. De vez en cuando me entrará el telele de los celos y te haré una escena pero, gracias al automatismo de mis estados de ánimo que cada vez observo con mayor exactitud, te haría escena con o sin causa” (Jalisco, agosto 16, 1967).

A juzgar por las cartas, la vigilia en Rosario es una pesadilla que el sueño se encarga de atestiguar. Un pasaje en que relata una conversación con su hijo Gabriel, cuando el pequeño la visitaba en su estancia en Wisconcin, habla por sí solo. Ella había calmado al niño con un abrazo y un sedante suave, luego del pánico por una falsa alarma de incendio. Para agradarlo le dijo que pasearían en su coche cuando estuvieran en México.

“Se sentó en la cama como si lo hubiera picado una víbora y me preguntó cuál coche y yo le contesté que un Volkswagen que iba a comprarme al regresar. Nunca supuse que iba a desencadenar una crisis tan violenta como la que le sobrevino. Me dijo que cómo me atrevía yo a pensar en comprar un coche, que cuándo se había visto que una criada tuviera esos lujos. Que yo me esperara a que tú te enteraras –él me

acusaría- para que inmediatamente a cachetadas me lo fueras a quitar. Yo me quedé tan sorprendida de esa reacción que en el primer momento no pude ni siquiera hablar. Él siguió amenazándome y entonces me decidí que se aclararan las cosas. ¿Por qué no podía tener un coche? Por eso, por criada, es que no era yo de su familia. Porque él, sus hermanos y tú eran patrones. Muy bien. ¿Cómo fue posible entonces que tú te casaras conmigo? Ah, muy fácil. Como todavía no habías madurado yo te engañé haciéndote creer que yo era una señora como Lilia o como Selma. Pero el día que descubriste el engaño ese mismo día me sacaste así, tronándose los dedos, de la casa” (Bloomington, 27 de marzo de 1967).

Su hijo la considera una criada. Prefiere vivir con las amantes de su padre, a quienes tiene en alta estima. Este pasaje, que parecería un chisme si no moviera a pensar en cuestiones tan dispares como la crueldad y la liberalidad, es una muestra de cuán desarmada se sentía la poeta, que en ese momento, en distintos escenarios, gozaba de una admiración y un respeto de los que apenas se percataba.

Las pesadillas de Rosario son la pesadilla de las mujeres. Con la sociedad: Ser examinadas constantemente. Ser reprobadas. Con el amante o esposo: Ser cambiada por otra, menospreciadas. Padecer una rabia inexplicable y ciega. (El amante o esposo sufre a su vez de iras que son un disfraz del rechazo). Procurar orientación o claridad desesperadamente. Con los hijos e hijas: éstos se ahogan, se enferman, se extravían o desaparecen. Con la casa: se incendia, se hunde, se llena de alimañas.

“La vida amorosa de Rosario es una tragedia porque es trágico no obtener respuesta y empecinarse, revolcarse en la esperanza nunca realizada. Rosario vive esa tragedia cotidiana y sin embargo escribe. Su cerebro dividido en dos lóbulos frontales está en realidad habitado por dos propósitos: uno para escribir, otro para sufrir. Aparentemente no se mezclan. Rosario puede pasar de la más pavorosa escena de celos a su mesa de trabajo. No se desfoga sobre el papel. Escribe. No se vuelca en catarsis psicoanalítica. Hace abstracción, traza sus signos, al descifrarse descifra al mundo”, expresa la escritora Elena Poniatowska.

Lo curioso es el íntimo parecido en las experiencias de muchas escritoras.

Donde no ha podido la inteligencia... podría ser nombrado ese territorio (¿de las emociones?) en el que son derrotadas por los sentimientos (Salomé Ureña, Rosario Castellanos, Julia de Burgos...). Prima en el mismo un estado obseso, una lucha constante y estéril por distanciarse del otro, un “otro” que representa una demanda sin fondo, inhabilitación para la gratitud y capacidad crítica siempre crispada. Una fuerza destructiva, alborotada en el interior y manipulada desde el exterior. Infortunio y amargor sedimentan como un cascajo abrasivo.

Mujeres brillantes, se dieron sin condiciones ni reservas, sin encontrar correspondencia. Sin embargo, lo novedoso es la conciencia en torno a lo que acaece. Una conciencia que brega por reconocerse, que se explica y se narra, quedando como testimonio. Rosario Castellanos, y las demás que hemos mencionado, experimentaron la raíz revuelta de sus emociones e imposibilidades amorosas, pero también crearon belleza, dieron cabida a la reflexión intelectual y se propusieron el duro trabajo de modificar sus propias actitudes, lográndolo en grados variables. Como diría Elena Poniatowska refiriéndose a la Castellanos, simplemente se rehúsan a ser víctimas.

Es este tipo de autora la que va a influir la sensibilidad de la segunda mitad de este siglo. Ellas representan una acuciosa incitación.

Alejandra Pizarnik (Buenos Aires 1936-1972), en su poema ‘El Deseo de la Palabra’ parece interpretar el signo hierático de las mujeres que llevan “corazón de poeta”. El entusiasmo de existir, agobiado sin pausa por la supremacía de las imposibilidades.

Voy entre muros que se acercan, que se juntan. Toda la noche hasta la aurora salmodiaba: Si no vino es porque no vino. /Pregunto, ¿A quién?

Dice que pregunta, quiere saber quien pregunta. Tú ya no hablas con/ nadie. Extranjera a muerte está muriéndose. Otro es el /lenguaje de los agonizantes.

He malgastado el don de transfigurar a los prohibidos (los siento

Respirar adentro de las paredes). Imposible narrar mi día, mi vía. Pero contempla/ absolutamente sola la desnudez de estos muros. Ninguna flor/ crece ni crecerá del milagro. A pan y agua toda la vida.

En la cima de la alegría he declarado acerca de una música jamas oída. ¿Y qué? Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas, infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir.

EN LA VÍSPERA DE LA FELIZ CATÁSTROFE, LA GENTE INVADIRÁ VUESTRAS MANSIONES. NO OS ABANDONÉIS; OS RECONOCEREMOS ENTRE LA TURBA, GRACIAS A VUESTRAS CABELLERAS AL VIENTO.

¿Qué piensan las escritoras sobre la literatura, sobre su oficio? Una de las cosechas más interesante de este siglo es el pensamiento crítico de mujeres, sea académicas o escritoras, sobre la producción femenina. Textos como “Juicios Sumarios’ (1966) y “Mujer que sabe latín” (Rosario Castellanos), -atañe al dicho ‘mujer que sabe latín, no tiene marido ni buen fin’, el cual de paso nos recuerda una frase en boga en los años cuarenta en República Dominicana, al que Abigail Mejía le sale al frente: ‘Ese fenómeno que es una mujer escritora no necesita marido”-, revuelven nichos culturales.

En ‘El Coloquio de las Perras (1990) Rosario Ferré plantea: “Los parámetros ejercidos por la crítica hasta el presente no han concordado con los criterios femeninos, y existe un rechazo de nuestra escritura porque presenta una visión de mundo totalmente distinta de la del hombre”. Y más adelante: “Los perros escritores, por otro lado, han dominado siempre el panorama crítico latinoamericano, y no ha sido hasta el presente que ha surgido en nuestros países un cuerpo de perras críticas que se destaque por la excelencia del oficio”8.

Marcela Serrano (Chile 1951) declara:

“Cada vez que hablo de escritores hombres éstos lo niegan, pero yo creo firmemente que hay una literatura de mujeres, de la misma manera que hay un lenguaje propio nuestro, apelativo, basado en lo concreto frente al poder de la abstracción mayoritariamente masculino”9.

Para cerra este texto un tanto abruptamente hago referencia a , , una idea de Gioconda Belli (Nicaragua), 10, “Todavía podemos hablar de las escritoras como exploradoras y que –al contrario del hombre, que ve la sociedad con ciertos valores inamovibles- todavía se está replanteando cuáles son los parámetros”.

Con estos trazos, se expresa una visión sobre un tema casi imposible de abarcar (“Escritoras Latinoamericanas 1898-1998”). Por las variaciones insospechadas de este periplo y particularmente porque ha habido tal riqueza de cambios, elasticidad y hallazgos en lo que a la mujer/escritora respecta, que cualquier década en cualesquiera de los países proporcionaría material suficiente para averiguar, conjeturar y sorprender para largo.

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Cuento de Ángela Hernández Núñez

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