SALOMÉ: EL ANGEL DE LOS
SUEÑOS IMPOSIBLES
Un
reencuentro
No pude comprender a Salomé ni
gozar su poesía hasta conocer sus cartas. Si el mito oficial ha presentado la
epidermis barnizada y descifrada de la poeta de la segunda mitad del siglo XIX,
sus epístolas nos ofrecen el curso de su sangre, su médula y armadura. Es la
cotidianidad la que retrata su ser de mujer sustantiva, tenaz, poeta de cada
día, de cada acto, de cada pregunta y elección. Sus cartas narran un viaje; la
travesía de una persona en el punto de una época que preludia grandes mutaciones de conciencia en
la mujer y sobre ella, en un país ebullente y empobrecido, regenteado la
mayoría del tiempo por tiranos voraces.
Una mujer entre dos planos:
retraída y expansiva, transgresora y recatada. Angel hogareño; y a la par,
águila planeando entre los muros que cercan imperceptiblemente. Los versos del
poeta egipcio Kavafis, escritos en 1896,
bien describen este tipo de suceso: “Sin
ninguna consideración, sin piedad, ni vergüenza/levantaron muros alrededor mío,
gruesos y altos./ Y ahora me siento aquí tan desesperado./ No puedo pensar en
otra cosa: esta suerte roe mi mente-/ pues tenía tanto que hacer afuera./...).
(2)
Opinaba Carl Jung que los grandes
acontecimientos de la historia son de notable insignificancia, afirmando que en
“último análisis, sólo la vida subjetiva del individuo es esencial”. Convincente nos resulta al deducir que “cuando consideramos la
historia de la humanidad sólo distinguimos la capa más superficial de los
acontecimientos, enturbiada, además, por el espejo deformante de la tradición.
Lo que ha ocurrido en el fondo escapa
incluso a la mirada más escrutadora del historiador, pues la propia marcha de
la historia está profundamente oculta, al ser vivida por todos y estar enmascarada
a la mirada de cada cual” (3).
Este punto de vista encuentra
enfático sentido cuando alude a la historia de personas o grupos orillados por
los valores emblemáticos de una cultura, en razón de determinadas relaciones de
poder. Por ejemplo, la historia conocida de las mujeres es la que el ojo
masculino “ha escrutado” desde sus coordenadas. La verdadera sería otra
laberíntica historia, en la que el orden de lo emocional, lo cotidiano, lo
subjetivo, la sustentación de la vida constituirían las referencias cardinales.
Por ello, para aproximarse dentro de lo que cabe a la historia de una mujer y a
los factores que la han llevado a distinguirse, los diarios, epístolas y
“subjetivas anotaciones” conforman una fuente invaluable en la que podemos dar
con claves que permiten descodificar y entender mejor su tiempo y
circunstancias. Ese íntimo orbe está repleto de pistas que orientan sobre sus
éxitos, límites y restricciones.
La rebeldía de una sola mujer,
declarada mediante vías diversas, corre paralela a las sordas y desconocidas
rebeliones de muchas.
Las cartas escritas por Salomé
Ureña aportan una visión recóndita, serena, desde dentro, de la posición social
de las mujeres, así como de las ideas de la época. De mi parte, me han servido
para acceder a la entrañable coherencia de esta escritora, a su carácter
resuelto, a su forma de concebir su
papel y su pasión en el mundo. Lo que conduce a figurar su consistente
actividad en el medio político-intelectual que le correspondió; y a la par,
sentirla sobrepuesta a este tiempo de circunstancias inapelables, intentando,
mediante la exploración poética, entablar conversación con aquella otredad
presentida, que no es más que entereza de espíritu.
Salomé, en su postura y
entendimiento, es una metáfora de la patria, tal como puede representarse en
las décadas que siguieron a la Restauración. Sueño de utopías e irremediables,
cesiones y pugnas. Apuesta deslizándose entre ser y fatalidad. Salomé, con la
nación, recibe los ritos reverentes de la esperanza, lo mismo que el golpe de
las herraduras, la sangre de los fusilamientos, la traición y la siembra. La
idea de patria, en el pensar de la poeta, subyace y trasciende a los prosaicos eventos
domésticos y políticos. Progreso, porvenir,
ideales de bien, hoy son palabras desustanciadas por las incoherencias
humanas; sin embargo, en aquellos tiempos abarcaban el impulso liberador, las
aspiraciones de soberanía nacional, una
identidad intelectual que se concebía influyente sobre el curso político.
La noción de “patria” como se lee
en todas las manifestaciones escritas de Salomé nada tiene que ver con
mezquinas exclusiones, con guerras o resentimientos. Desde sus poemas de
veinteañera, probablemente antes de conocer a Hostos, ve en la educación la
manera de avanzar de su pueblo. En el poema “A los dominicanos”, dice: “...que en esta nueva singular cruzada/ no será
de las armas la alta gloria” (...) Salvad triunfantes el altivo muro/ que
levanta en su orgullo la ignorancia/ y arrancad al error su cetro impuro”
(5). En carta a su marido, fechada en 1889, expresaba: “Uno debe procurar saber quienes son sus enemigos para saber precaverse,
pero no para guardarles rencor ni injuriarlos. La indiferencia absoluta para
con las almas mezquinas nos eleva sobre lo vulgar”. (6)
Salomé era la mujer perfilándose en
virtud de un talento (agudeza del percibir, sentir y pensar) que halla alianza,
estímulo y recreación en los libros. La confluencia con Eugenio María de Hostos
y con personas como Prud’ Homme y los Henríquez y Carvajal procedió de modo natural.
En su juventud destacan las urgencias de su vida interior. Cuando halla eco, se
advierte celebrada y acogida.
Con el tiempo, los avatares de la
patria colindan y se intercambian con los personales. La liberación, el
cautiverio y la ruina moral/política son
inseparables de la vida singular desde la que la poeta desenvuelve su
conversación. Procuró libertad intelectual, complacencia en la pareja y
familia, fundación en la idea educativa. Pero a poco, el cuerpo se desgasta
prematuramente, los horarios para los libros encogen, de vivir de su trabajo pasa a depender económicamente de
otras personas: “Eso de disponer del
bolsillo de los extraños no está en mi naturaleza” (6), dice al borde de la
muerte. La luz es habitada por fieras invisibles, entre amaneceres y ocasos
caben únicamente las obligaciones, la soledad se presiente infranqueable. La
poeta, como cualquier mujer de ahora “administra la miseria”. El destino del
país y el pensamiento suyo, vida personal e historia, se con-funden.
Cuando leo:
“Te miro en el comienzo del camino,/clavada siempre
allí la inmóvil planta,
como si de algo que en llegar demora,/de algo que no
adelanta, /la potencia aguardara
impulsora...” (8) no puedo dejar de ver a la poeta en cuerpo de mujer. Es decir
la forma de libertad (la poesía) en
cuerpo de restricciones ancestrales (la mujer), aguardando por el afecto/pasión
y el conocimiento redentor. La pobreza, el despotismo y la exuberancia natural
del entorno, hallan paralelo en el cerco existencial y el lenguaje que hiende
paredes.
Cuerpo y tierra, mente y nación,
soportan análogos latidos. Los poemas de Salomé son una historia de la segunda
mitad del siglo pasado, relatada desde
la mirada de una mujer de sagaz inteligencia. Su vida fue su forma de hacer
patria; mientras otros combatían con la proclama altisonante, la animadversión
a la nación vecina y las armas; esta poeta empleó lo que ella misma era
(ingenio, paciencia, formación de valores intelectuales y científicos en la
mujer, amor por el conocimiento transmitido a sus hijos y alumnas).
En nadie como en ella parece
hablarnos la época de los sueños y desalientos de esta nación y pueblo. La
poeta se empecina en la fe, más bien en el entusiasmo por la fe; anclaje en un
concepto de porvenir al que se accede mediante la acción. Pero lo por venir no dejará en momento alguno de
ser mero horizonte.
A los treinta años, cuando contrae matrimonio, Salomé había
escrito el grueso de sus poemas más celebrados. En los siete años que siguen,
su producción será esporádica. Silveria R. de Rodríguez Demorizi interpreta este silencio como una protesta de
su patriotismo. “El fracaso moral del gobierno de Meriño le ocasionó profundo
desconsuelo. La poetisa escribe Sombras, y desde entonces en muy raras
ocasiones escribe versos” (9). A mi parecer, la causa del silencio y el
relativo cambio en el tono de su poesía debería de buscarse en el curso que
toma su vida personal, laboral y afectiva.
En lo
cotidiano: una vida nada mítica
En el acercamiento a la vida
privada de una persona ha de proceder se con cautela. Cualquier interpretación
siempre adolecerá de sesgos o errores. Fechas y datos poco cuentan, comparados
con lo que ha acaecido en los vínculos, en las finas circunstancias que
circundan las opciones personales, entramadas con el imaginario singular de una
persona. No puedo, pues, sino pedir disculpas a Salomé por aventurarme hacia su
mundo.
Hasta los treinta años la poeta
habitó en un ambiente de mujeres. En la casa número 66 de la calle 19 de Marzo
vivía con su abuela, su madre, su tía Ana y su hermana Ramona. Su padre se
había separado del hogar cuando Salomé contaba apenas con dos años, según
refiere Silveria R. de Rodríguez Demorizi. Estas mujeres poseían bastante
educación si se toma en cuenta que las oportunidades eran escasísimas. La madre, María Gregoria Díaz de León, enseñó
a la niña a leer. A los cuatro años leía de corrido, refiere Silveria R.,
agregando que la infancia de Salomé discurrió en las aulas de las escuelas de
primeras letras, únicas permitidas a las mujeres. Su tía Ana fue maestra toda
su vida. De acuerdo con distintas referencias, Salomé, precoz para el
aprendizaje y de asombrosa memoria, recibió una esmerada educación intelectual
de parte de su padre, el abogado Nicolás Ureña de Mendoza. Aprendió botánica y
aritmética, destacando su pasión por la literatura. Sabía, asimismo, suficiente
inglés y francés como para acceder a las literaturas inglesas y francesas.
Estas cosas se nos dicen de Salomé.
También que temprano empezó a
escribir poesías, apareciendo quien le adjudicara la autoría al padre, dudando
de la capacidad de la joven. De todos modos, muy pronto Salomé recibe los
reconocimientos y la reverencia del público. Refiere Silveria R. que su
fama alcanza tal altura que para 1878
“se le hace una apoteosis y se le entrega una medalla costeada por suscripción
pública”. (10)
Incluso conoce a su futuro esposo,
Francisco Henríquez y Carvajal a través de un intercambio literario y en virtud
de la admiración que éste le profesaba.
De 1877 data la carta en la que
con su humildad característica expresa a
Francisco Henríquez palabras elogiosas sobre la obra “La hija del hebreo”.
“Desprovista de los atributos que constituyen una autoridad literaria, no puedo
levantar la voz para hacer el análisis de tu obra; pero, si se consultase mi
dictamen, yo, guiada por no sé qué influencia secreta que me hace adivinar lo
bello i me arrebata con sus inspiraciones, diría: que en este tesoro todo es joyas”. (11)
Para entonces la poeta había
cumplido 27 años y el joven Francisco Henríquez, que estaba iniciándose en las
letras, tenía 18. Es posible imaginar el agrado de éste ante el elogio de
Salomé. Es posible suponer que la digna y aplomada Salomé, inmersa en los
libros y que, como Emily Dickinson, apenas sacaba pie de la casa, estuviera
experimentando las presiones de quienes la veían quedarse “jamona”. Inteligente
como era, posiblemente había razonado sobre las ventajas y las inconveniencias
del matrimonio. Estaba rodeada de mujeres solas. A la vez, hallaba en el
conocimiento un poder afirmativo. Sus numerosas epístolas posteriores
manifiestan que un compañero de vida e hijos eran parte de su ideal de
felicidad.
Tenía treinta años cuando contrajo
matrimonio con Francisco Henríquez y Carvajal (1880), quien andaba por los
veintiuno. Esta diferencia de edad, fue al parecer también diferencia de
caminos y responsabilidades con la familia.
Al alumbrar a Francisco, el primer hijo, Salomé tiene 32 años, a los 34
tiene a Pedro y un año después a Maximiliano.
Al alumbrar a Camila ronda los 44. Ella misma confiesa que el embarazo y
parto de Maximiliano le afectaron la salud, situación agravada con Camila,
concebida cuando ya estaba enferma y, además, exhausta por los arduos años en
los que en ausencia de su marido (1888-1892) debió hacer frente al
mantenimiento del hogar y al Instituto de Señoritas, fundado en 1881.
Durante estos años, combina sus
variadas obligaciones, logrando, por momentos, raptos de armonía y plenitud que
transforma en un poetizar los placeres elementales de la cotidianidad. Se
cuenta que la cuna de su primogénito siempre estuvo cerca de la madre en las
horas de trabajo en el Instituto.
La correspondencia sostenida por
los cónyuges durante el período que Francisco Henríquez pasó en París
perfeccionándose en medicina, revela a una Salomé azotada por la angustia, las
exigencias que hace el marido desde lejos, las tensiones domésticas y el exceso
de trabajo. Una mujer desolada, tenaz y digna, es quien escribe esas cartas. A
veces deja entrever la decepción que el esposo le provoca. En ocasiones
estalla. Las más de las veces, empero, exhibe una esperanza cultivada como
tabla de salvación; a pesar de todo, un acento de madurez impregna sus letras.
Los temas que alimentan la comunicación son el interés compartido por los
conocimientos y el estudio, los pormenores sobre los niños y los mutuos
consejos. La partida del hombre a París
es un sacrificio que han convenido y de cuyos frutos ella no disfrutará.
La diferencia de enfoque resulta de
cualquier modo notable. Francisco trata a Salomé como a la madre de sus hijos,
no desaprovecha ocasión para enrostrarle las responsabilidades. Salomé ama con
pasión y respeto a su marido y asume las obligaciones. Rebosa de culpa, a
veces. En otras oportunidades la sentimos al borde de sus fuerzas, de pie
merced a su poderosa voluntad. Está sola con tres niños, en una ciudad pobre e
insalubre. El crup, el catarro, las fiebres acechan. Todo lo que hace para
cuidar a sus hijos y educarles le parece poco.
Desde París Francisco la conmina y trata de dirigir:
“Este niño
que podría ser el más sano podría caer en un estado de constante propensión a
las enfermedades si te descuidaras. Redobla, pues, sobre él la atención.”
“Veo con
suma satisfacción los progresos de Pibín, pero desearía que al mismo tiempo se
me marcaran los de Fran”.
“El carácter
demasiado bondadoso puede degenerar en tonto. Tú conoces ejemplos. Para
combatir ese estado o esa tendencia, convienen los juegos rudos y las empresas
difíciles y las conversaciones en que surjan problemas de grandes dificultades...”.
(12)
“Cuántas
precauciones nos reclama esa enfermedad! (el Crup) Cuán minucioso no se debe
ser! Cuanta perseverancia no se necesita para no dejar a un lado, ni por un
instante, dichas precauciones. Te supongo a ti en capacidad de realizar todas
las que se deban tomar...”
(13)
“No me
inquietan los ligeros quebrantos de los niños; pero de ningún modo podría
convenir en que la muerte de un hijo es o puede ser una desgracia inevitable.
Los míos no han nacido para morirse sino después que nos hayan conducido a
nuestro lecho de tierra. Cuando se cuidan con esmero niños que por su
naturaleza están bien constituidos, que razón hay para creer que puedan
morirse? No, los padres inteligentes de hijos bien formados pueden afirmar que
sus hijos no se morirán”. (14)
La situación alarma. El peso emocional se agiganta. El marido hace
responsable a Salomé de la enfermedad, la vida y la muerte (de esta ocurrir) de
sus hijos. Ella es la fuente de la fatalidad y el esfuerzo.
Salomé no conoce la sumisión, pero se
acoge a los deberes. Casi en cada carta da cuenta de sus empeños hacia los
hijos. El tono es a menudo defensivo,
inquieto; jamás disminuido o lastimero.
“Pero tu acento de hoy es como el rayo que abate. Si uno de tus hijos
muere tú también morirás
Entonces,
¿qué dirá la pobre madre que lucha aquí sola, angustiada, desesperada al más
leve amago que se levanta sobre sus hijos? Y si después de todos sus
sacrificios, de todos sus desvelos no pudiese evitar que la muerte le
arrebatara un pedazo de alma,...”
“Yo los
atiendo y los vigilo con tanto desvelo, me angustio tanto con un simple catarro
que les vea, que todos me aconsejan modere un poco mis temores, si no quiero
poner en peligro mi propia vida...” (15)
“Muchas
veces he pensado que moriría sonriendo si al llegar tú pudiera decirte: “Aquí
están, te los he conservado a costa de mi vida”. (16)
Esta última exclamación resulta
profética y, asimismo, la actitud de Salomé quien ha adorado a ese esposo,
tanto como a los hijos, a la patria y al instituto con sus alumnas. Quizás ya
presiente lo poco que compartirá con él, por razones que a veces aparecen como
la miseria y escasas oportunidades que le brindaba el país al médico repleto de
ideales de grandeza, pero que, leyendo entrelíneas, muchas otras llevan a dudar
del deseo del marido hacia ella.
La permanencia de Francisco
Henríquez en París, que se había previsto por alrededor de un año, se prolongó
a cerca de cinco. Durante este tiempo Salomé arguye, protesta, explica sobre
las adversidades anímicas y materiales que la afectan. Sufre y expone sus
quebrantos pero jamás ruega, ni reclama, no acusa ni pide. Una vez escuché a un
famoso poeta dominicano aleccionarnos (a las escritoras) con Salomé: ésta sí
había sabido ser poeta, maestra, esposa y madre modelo. Leyendo las epístolas
de la poeta-esposa-maestra-madre he encontrado las mismas tensiones que afectan
a la mujer escritora un siglo después: sentimientos de fragmentación, exasperaciones domésticas, afán por dilatar el tiempo... El respeto por Salomé ha crecido y
también la conciencia del desfase entre las imágenes asumidas desde lo oficial,
con sus exageradas ficciones, y el vivo discurrir. Tomando prestada a Frijof
Capra una analogía, podría decir que
entre la figura oficial y la vida de Salomé Ureña cabe la misma diferencia que
hay entre un mapa y el terreno que trata de configurar.
Palabras de Salomé para describirle
al marido su estado son: “Hoy he salido
con Fran para distraer mi espíritu de esta pesadumbre que me agobia... Poco alivio he experimentado. Con qué
lentitud pasa el tiempo!” (17)
“Comienza a
respirarse el aliento de la primavera, que acabará por restaurar mis fuerzas
agotadas por la angustia y el sobresalto. Vuelvo a esperar paciente la
continuación de tus estudios y a creer que tu regreso nos hallara completos y
sanos. A mí, algo avejentada por las contrariedades que no me será posible de
evitar en absoluto, tratándose de una ausencia tan larga; ...” (18)
Francisco Henríquez, quien
estudiaba en París con una beca del gobierno dominicano, exclama: “Que haya pan y salud para mis hijos, que de
lo demás me encargo yo!” (...) “Abandona todos tus temores y todos tus pesares.
Regocíjate de tener a tu lado tus tres hijos y con la satisfacción de vivir de
tu trabajo!” (19)
Debió interpretar que los agobios
de Salomé respondían a depresiones arbitrarias, “neurosis del ama de casa” se
le llama ahora a ese vago, persistente y corrosivo sentimiento de estar sin
estar, de estar no satisfactorio, de cumplir a costa propia. Todo esto lleva a
colegir dos grandes momentos de variación y cierto estancamiento creativo de la
poeta: el paso de soltera a esposa-madre y el largo tiempo de soledad, repleto
de aflicciones emocionales por el bienestar de los hijos, el funcionamiento del
instituto, los apuros económicos y el deterioro de la salud. Aunque la dignidad
no le permite expresarlo explícitamente, me parece que en la duda de la poeta
acerca de la calidad y consistencia del afecto que le profesa el marido estriba
la mayor zozobra espiritual. Ante su particular conciencia del deber, ¿cómo
interpretaba la dejadez del cónyuge?
“Acobardase tanto es ridículo... -le reprocha Francisco H.,
concluyendo en una suerte de chantaje- ...
por el camino que vas pronto serás víctima del nerviosismo, y podrás enfermarte
de manera difícilmente curable. Si no puedes vivir contenta, dímelo con
franqueza: entonces yo me iré; pero piensa que en caso tal todo se habrá
perdido y que desde luego me condenaré a una vida oscura”. (20)
“Todo cuanto
tengas que decirme, todas las quejas que contra mí puedas tener, reúnelas,
acumúlalas, y cuando vuelva a respirar las brisas de la tierra, me las lanzarás
encima: no me quejaré entonces” (21).
Salomé tiene la mejor imagen de su
marido. Le ha reforzado el gusto por la ciencia y las letras y, asimismo, ha
recibido de él lecciones en varias disciplinas. La estada de él en París ha
sido producto de un acuerdo común, un sacrificio necesario. La actitud de
soporte moral y estímulo se trasluce en el poema que le escribiera en julio de
1889, cuyo título es de por sí elocuente: “Adelante!”. Todavía ella no sabe
cuánto se prolongará su ausencia y cuán distintas motivaciones podían mover al
hombre.
Tú que del
bien por la espinosa vía
firme, tranquilo, imperturbable avanzas,
y tus nobles y grandes esperanzas
en el estudio ves;
alta la frente, el ánimo sereno,
fija la vista al porvenir soñado,
irás contra los golpes escudado
de la pasión soez.
(...)
¿Qué son a
la conciencia del honrado
los aplausos o el odio de un momento?
Rumores que se pierden con el viento
sin eco y sin valor (22).
(...)
Francisco Henríquez es joven,
distinguido y amante del saber. Su preocupación por los hijos es irreprochable
(no así su dedicación a éstos). Es un culto hombre de su tiempo. Empero, no es
el compañero-amante de Salomé. Poco
menos que inhumana es su actitud
ante los quebrantos de su salud. Como
pidiendo auxilio, en los insistentes ataques de asma, la poeta describe en
muchas cartas el desgaste que está experimentando. ¿Qué puede explicar que
luego de su regreso de Francia, el hombre volviera a partir, esta vez para Cabo
Haitiano, hallándose Salomé en debilidad extrema? ¿Qué explica que habiendo
hecho la esposa tremendos sacrificios para que él culminara sus estudios de
medicina no estuviera a su lado atendiéndola, cuando ya veían la proximidad de
la muerte? ¿Es que para él la grandeza de ideales abstractos resumía y consumía
todo? ¿O es que tras la retórica de caballero político se oculta el hombre
incapaz de dar solidaridad, incapaz de reconocer y manejar sus elecciones y
cobardías?
Es el siglo pasado, podría
argumentarse, cuando la mujer no era más que madre y esposa sin derechos
políticos ni educativos. A lo que podría agregarse que para un hombre de
aquella época contraer matrimonio con una mujer que le sobrepasa casi una
década en edad, además de ser intelectual reconocida, admitir que ésta viva de
su trabajo y que emprenda iniciativas a favor de las mujeres, es ya mucho. Sin
embargo, nada de ello resuelve la actitud del marido frente a la esposa.
Repasando las cartas de una y otro, me pregunté si Francisco Henríquez había
amado alguna vez a aquella mujer o más bien había elegido una compañera que
encajaba en sus aspiraciones personales, un símbolo para que acompañara la
imagen que de sí quería lograr.
Ella debió advertir esta realidad.
Aparentemente adolorido, Francisco cita las palabras de ella:
“Tus debilidades de hombre y tus ideas políticas (con
ínfulas de planes), no debes mostrarlas a cualquiera que no sepa excusar las
primeras y comprender las segundas”. Eso me escribes. Qué quiere decir eso?
Infulas de planes! Es la risa? Es la burla? Es la ironía?-
Salomé comparte con su marido las
ideas de progreso, de la educación racionalista para cimentar la patria, del
bien ser y el bien actuar. Pero sus visiones están divorciadas por actitudes
contrapuestas. La grandeza de ideales, la patria y el bien en Francisco
Henríquez comportan un signo abstracto; mientras que en Salomé estas cosas
tienen denominación y sustancia cotidianas.
Conmociona el dolor emocional de la
poeta y sus declaraciones de avejentamiento. Salomé Ureña, nuestro mito
poético-patriótico, no tenía tiempo para leer, ni para peinarse y vestirse
bien, ni para asistir a misa, ni pasear junto al mar en compañía de sus hijos.
Todas sus cartas traslucen angustia y gravamen. Así lo deja sentado: “Los libros que me envías me llegan con
regularidad; pero pocos he leído con gusto y aprovechamiento. Veo regularmente
las obritas ligeras que ocupan un cuarto de hora o veinte minutos (...) La vida
me parece un cargo y el mundo un desierto por donde voy penosamente sin rumbo
ni guía” (23). “Tú pareces hoy más
joven, yo, por el contrario, creo haber envejecido bastante (...) Aquella falta
de gusto para vestirme y para salir, ha llegado a su máximum (...) Llevo la
vida como quien arrastra una carga”. (24)
“Es necesario que vierta en el papel el exceso de amargura que se
desborda en mi alma, porque mi pobre corazón va a estallar (...) Pero Dios mío!
Yo no puedo vivir así por más tiempo; si vivo aterrada, si tengo miedo a la vida,
si tengo miedo de esta soledad de espíritu! (...) Yo no quiero títulos, yo no
quiero nada que no seas tú. Por grandes que fueran las dichas y las pompas que
me aguardan yo las diera todas por no haber sufrido lo que he sufrido” (...)
¿Recuerdas cuando me decías que mis aspiraciones eran muy mezquinas? Yo deseaba
un hogar pequeño, un hogar sin lujo donde vivir contigo y mis hijos sin
cuidarme del mundo, con tu cariño y tu virtud por toda riqueza”. (25)
El retrato que de sí misma hace es
el de una mujer enamorada, pero, sobre todo, el de una madre agobiada, en
continua culpa: “Mis hijos van creciendo
como las plantas salvajes. Yo asustada y con la cabeza llena de pensamientos
tristísimos, no tengo acierto para dirigirlos, para estudiar sus inclinaciones y
encaminarles convenientemente (...) ¿Cómo ha de ser si por volar en tu busca me
paso las horas con la cabeza entre las manos, y el espíritu lejos, muy lejos de
cuanto me rodea?” (26)
“¿Quién te
habla de recursos? Por mí no te atormentes, que yo sé arreglarme con poco. Hace
tres años y medio que te ausentaste y ni una sola vez te he dicho que necesito
nada. Tú has insistido siempre en suministrarnos algunos recursos, pero no
porque yo me haya quejado nunca (...) debes comprender que te juzgamos a la
distancia, y que no pudiendo explicarnos ciertas incoherencias tuyas, creamos
que por momentos olvidas la necesidad de regresar cuanto antes al seno de tu
familia (...) Nunca tome mis quejas como una acusación: son gritos del alma que
no es posible contener”. (27)
Es entendible que más de cuatro
años en el París de fin de siglo XIX habrán surtido cambios significativos en
Francisco Henríquez. Es probable que afloraran los conflictos entre sus deberes
hacia su hogar y la costumbre de vida parisina, acicateados por
entretenimientos pasionales. Uno de sus
rasgos es la posesión de ideas de
grandeza. Su familia paterna ha empobrecido pero su apellido se reconoce. Está
convencido de su propia bondad y nobleza de pensamiento. Nada le hará ceder en
sus altísimos ideales.
En 1894 con el esposo en el hogar,
alumbrando a Camila, con el placer poco común de estar junto a todos los
miembros de la familia, Salomé experimenta el pulso de la muerte y de la vida.
Escribe “Umbra” y “Resurrexit”, transmitiendo la exasperación y, luego, el
flujo luminoso del fugaz placer. En este poema, en dos solitarios golpes de
sombra/luz, se compendia el signo de la poeta, sus descensos y la imperancia de
su vida interior, la soledad y los preciados lazos, las imposibilidades y
circunstancias ineludibles junto a la voluntad y la soberana
inteligencia... Contrapunteo de su vida:
lo universal y lo interior, música y
silencio, aceptación y rebeldía, ningún resquicio a la locura pero tampoco
lugar para la tradición anuladora.
Salomé no tiene antecesoras en
similares expresiones. Ejerce su libertad al escribir lo cotidiano, los
apasionamientos, la crítica política, el plural movimiento que desborda la
linealidad con la que se ha perfilado en la cultura escrita el temperamento
femenino. Su poesía es un dialogar los hechos que la circundan y envuelven,
como si tratara de aclararlos sin más fin que el vivir mismo.
Veamos Umbra y Resurrexit (dedicado
al esposo), casi al final de la vida, recogida la batalla perenne entre el ser
y el morir de cada día:
umbra
La mirada sin luz, la mente ansiosa,
corto el aliento al pecho,
en ruda agitación se va la vida...
Allá perderse en la penumbra vaga
miro las prendas del hogar benditas,
mis hijos, en su cándido abandono,
ajenos al amago
de la suerte sobre ellos suspendida,
y tú, de pie, bajo el dolor inmenso,
nublada por el llanto la pupila.
Resurrexit
Brota la luz en deslumbrantes ondas,
el aire al pecho fluye,
el espíritu absorto se reanima,
y cunde y se dilata en las arterias
el ritmo palpitante de la vida.
Y bajo el ala cándida que extiende
sobre el hogar en gozo
ángel nuevo de paz que el cielo brinda,
surgiendo victorioso de las sombras
el cuadro de mi amor esplende el día.(28)
La firmeza, a pesar de los estragos
afectivos y políticos, nunca dejó de caracterizar a Salomé. En febrero de 1896,
le escribe a su marido nuevamente ausente: “Un
día me negaste la facultad de pensar: yo no tengo ideas ni las he tenido nunca.
Esto me ha hecho reír varias veces porque yo no varío mi modo de pensar.
Conviene hacer tal cosa: Pues eso es lo que debe hacerse por encima de fulanito
y zutanito que no opinan como yo (...) ¿Qué no sabes pensar con tus ideas? No
soy yo quien te ata sino los consejeros gratuitos que tu tontería ha dejado
convertir en autoridades (...) Yo tenía razones para impedirte el viaje y lejos
de eso no mirando mas que tu bien y el de la familia, me sobreponía al peso de
la fiebre para inspirar confianza, y te deje partir” (29). Esta mujer cuando escribe estas letras está
padeciendo en cuerpo y alma.
Su desencanto ya se ha dejado
sentir. En carta que escribiera a Francisco Henríquez en octubre de 1895, a partir de una
nimiedad, expresa el cúmulo de sus decepciones:
“Siento que mi primera carta lleve una protesta, pero hace tiempo yo no
recibo de ti sino contrariedades (...) Todos mis grandes ideales han caído y
ahora me limito a pequeños deseos que tampoco veo realizados. Soñaba con un
cuadrito en que estuvieran reunidos mis cuatro hijos así como tengo a los tres
primeros. Cuadro lleno de luz y de inocencia. Tú creíste que plantando tu
figuron en el medio te convenía más; y a pesar de lo antiestético de tal idea y
de las observaciones mías debías estar allí quitándole el puesto al hijo
idolatrado que está detrás de ti como una figura vista en jarro o como una lagartija
seca”. (30)
En agosto de 1896, Salomé escribía desde Puerto Plata:
“Creo y lo repito que debieron hacerse todos los sacrificios por grandes que
fueran, para tratar de salvarme a tiempo. Ya es demasiado tarde” (31). Esas,
sus palabras, son suficientes para comunicarnos toda su vida.
La
educación de las mujeres
Muchas informaciones se han
difundido sobre el Instituto de Señoritas dirigido por Salomé Ureña. Quiero,
por tanto, hacer sólo algunas anotaciones que me parecen de lugar.
*El acceso de las mujeres a niveles
más altos en la escala de la educación formal, fue vislumbrado por Salomé como
una vía de emancipación, visión que permanecerá y se inflará con el tiempo.
Sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, esta será idea
predominante.
*El racionalismo y positivismo
hostosianos, bajo los cuales se orienta el Instituto de Señoritas, está
influido por corrientes de pensamiento que revisaban y hacían nuevas
formulaciones sobre la mujer y sus desempeños sociales y domésticos.
*El Instituto de Señoritas se funda
en el 1881, para esta época está en gestación lo que se ha dado en llamar “la
primera oleada del movimiento feminista”.
Entre los siglos XVII y XIX las luchas de las mujeres se orientan a
solicitar cambios educativos y apertura para ellas de las instituciones
educativas. Hay que recordar que los movimientos de mujeres en los distintos
países se inscribían en las tendencias
de democratización social. Para el final del siglo XIX se habían escrito documentos
y libros influyentes en el pensamiento social, principalmente en Europa (“Sur
l’admission des femmes au droit de cité”, Condorcet, 1788; “Declaración de los
Derechos de la Mujer
y la Ciudadana ”, Olimpia de Gouges, 1791; “Vindicación de los
Derechos de la Mujer ”,
Mary Wollstonecraft, 1792; “Teorías de cuatro movimientos”, Charles Fourier,
1808; “La Sujeción
de la mujer”, John Stuart Mill, 1869; entre otros).
*Según refiere Camila Henríquez
Ureña, su madre fue duramente censurada por “querer sacar a la mujer del seno
protector del hogar”. Sin embargo, la institución ganó considerable prestigio.
Inició sus labores con 14 alumnas. En 1885 contaba con 20 estudiantes. Al 1887,
su matrícula se había elevado a 64: 58 muchachas y 6 muchachos; número bastante
alto para las condiciones de la educación por entonces (32). De este plantel
vale destacar como aporte y novedad: la orientación científica, la formación
sistemática de mujeres en educación secundaria y la atención prestada a la
preparación integral de las alumnas.
*Los grupos de maestras formadas en
el Instituto de Señoritas, luego, Instituto Salomé Ureña componen el núcleo
intelectual del que partirán los hilos para la organización de las mujeres
requiriendo derechos civiles e intelectuales. Es el punto de partida para el
surgimiento de una nueva conciencia femenina que fue abriéndose paso entre
resistencias machistas y las obsesiones que intentaron sepultar las influencias
hostosianas.
Estas maestras fueron las
feministas dominicanas que influyeron por décadas enseñando, formando
instituciones, escribiendo artículos en la prensa. Mujeres de coraje. Lo poco o
mucho que lograron, fue, las más de las veces, a un alto costo personal. Pero
crecieron, escribieron, pintaron, organizaron, se expresaron; y si luego la
dictadura trujillista terminó absorbiendo parte, no por ello su siembra dejó de
fructificar.
*Salomé confirió al Instituto de
Señoritas su propia personalidad. Su carácter afirmado y su pasión por el
conocimiento y la poesía van a sentirse en las maestras que allí se graduaron.
El valor que para la poeta reviste esta institución puede observarse por una
actitud. Nunca salió del país y la ocasión que al parecer se presentaba la
rechazó, no obstante el profundo deseo de encontrarse con su marido. En carta
fechada el 29 de junio de 1889, le manifiesta a éste:
“Respecto de mi viaje te diré que
es una idea muy halagadora, pero de muy difícil realización. El imposible es el Instituto, imposible,
imposible, esto sin mí se desplomaría, y nuestra obra es de porvenir. Solo
suspendiéndolo pudiera yo irme, y eso en cierto modo también sería destruirlo,
porque probablemente se desalentaran los cursos teóricos en donde hay alumnas
de grandes esperanzas que yo sentiría mucho se me desbandaran” (Epistolario,
pag. 164).
El grado de dedicación que
implicaba el funcionamiento de este plantel queda patente en la carta en la que
refiere los esfuerzos para que el segundo grupo de jóvenes obtuviera su título
antes de la partida de Hostos. En noviembre del 1888, escribe: “Las discípulas
comprometidas vienen desde las siete de la mañana y se van a las seis de la
tarde. No dejamos libre mas que la hora de doce a una en que se descansa un
rato y se come para comenzar de nuevo” (Epístola pag. 149).
Salomé respeta a sus alumnas, les
imprime confianza en sus capacidades, comparte con ellas en auténtica amistad.
Y es probablemente esta empatía lo que más influirá en el comportamiento de
estas jóvenes.
Creo, asimismo, que les comunica
dos cualidades de capital importancia en Salomé: su sentido de “saber para qué”
actuaba, ignorando soberbiamente intrigas y opiniones desmoralizadoras
(reiteradas veces aconseja a su marido al respecto) y, por otro lado, su
modestia ante el propio saber. Llama la atención que en sus numerosísimas
epístolas no se encuentre una sola alusión a su estatus como poeta e
intelectual. Su sencillez alecciona.
En 1887, con motivo de la
investidura del primer grupo de graduandas del Instituto, escribió:
“He visto a las pasiones/ levantarse en tu daño conjuradas/ para ahogar
tus supremas ambiciones,/ tus anhelos de paz y de progreso,/ y rendirse tus
fuerzas fatigadas/ al abrumante peso (...) Ah! La mujer encierra,/ a despecho
del vicio y su veneno,/ los veneros inmensos de la tierra,/ el germen de lo
grande y de lo bello (...) Hágase luz en la tiniebla oscura/ que el femenil
espíritu rodea,/ y en sus alas de amor irá segura/ del porvenir la salvadora
idea (...)” (Mi ofrenda a la patria).
El Instituto de Señoritas
fue una auténtica ofrenda de Salomé Ureña para las mujeres y para su pueblo. Y
si aquilatáramos la influencia del pensamiento y las ideas, tanto como las
batallas, esta poeta debería ser nombrada madre de la nación dominicana.
Citas
(1) Poesías
Completas. Ciudad Trujillo, 1950.
(2) Constantino
Kavafis, Obras Escogidas, pag. 13. Traducción Alberto Manzano. Teorema S.A.
Barcelona. 1984.
(3) Carl G.
Jung, Reconquista de la conciencia, Recopilación Los complejos y el
inconsciente. pag. 68). Alianza
Editorial. Madrid 1992.
(4) Herber
Mander. Feminismo y Arte. Un estudio sobre Virginia Woolf. Editorial Debate.
Madrid 1968.
(5) Poesías
Completas, citada.
(6) Epistolario
(I) Familia Henríquez Ureña. Pag. 175.
Secretaria de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos. Santo Domingo, R.D.
1996.
(7) Epistolario
(I) pag. 266.
(8) Poema Mi
ofrenda a la patria. Poesías Completas.
(9) Silveria
R. de Rodríguez Demorizi. Salomé Ureña de Henríquez, pag. 18. Editora Taller,
R.D. 1984.
(10) Silveria
R. Op. Cit., pag. 16.
(11) Epistolario
(I), pag. 3.
(12) Epistolario
(I), pag. 19.
(13) Epistolario,
pag. 28.
(14) Epistolario,
pag. 67.
(15) Epistolario,
pag. 41
(16) Epistolario,
pag. 44.
(17) Epistolario,
pag. 53.
(18) Epistolario
pag. 55.
(19) Epistolario,
pag. 58.
(20) Epistolario pag 71
(21) Epistolario pag 88
(22) Poesías
Completas.
(23) Epistolario,
pag. 142.
(24) Epistolario,
pag. 171.
(25) Epístola,
pag. 195.
(26) Epistolario,
pag. 194.
(27) Epístolas,
pag. 201-202.
(28) Poesías
Completas.
(29) Epístolas,
pag. 228.
(30) Epístolas,
pag. 212
(31) Epístolas,
pag. 246
(32) Referencias
e ideas de esta parte pueden encontrarse en el libro Emergencia del Silencio,
La mujer dominicana en la educación formal.
Capítulo Segundo (El trepidar de la sensibilidad). Angela
Hernández, Editora Universitaria, UASD, 1986.