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¿Quién es Ángela Hernández Núñez?

Premio Nacional de Literatura 2016. Nació en Buena Vista Jarabacoa, República Dominicana, 6 de mayo de 1954. Graduada con honores de Ingeniería Química. Narradora y poeta. Apasionada del cine y la fotografía. Textos de su autoría se han traducido al inglés, francés, italiano, islandés, bengalí y noruego. Se incluyen en importantes antologías. Es Premio Cole de novela corta, a la novela Mudanza de los Sentidos, 2001; dos veces premio nacional de cuento. Su libro Alicornio mereció el premio nacional de poesía.

AÍDA CARTAGENA PORTALATÍN EN EL SIGLO XX:Conferencia ofrecida por Ángela Hernández Núñez en la Fundación Corripio (15 de agosto 2007)

Conferencia ofrecida por Ángela Hernández Núñez en la Fundación Corripio (15 de agosto 2007).

 
Aída Cartagena Portalatín
AÍDA CARTAGENA PORTALATÍN EN EL SIGLO XX:


I. SOLEDAD QUE SE HIZO CANTO


Aída Cartagena Portalatín es un hito en la cultura dominicana del siglo XX. Se puede investigar y escribir sobre la Aída viajera, la poeta, la novelista, la editora, la gestora cultural, la profesora; la Aída revolucionaria, la feminista, la creyente; la que dibuja, la interesada por el cine… O sobre el enigma de nacer sin gran fortuna material en una provincia y convertirse en una paseante de antiguas ciudades del mundo; de ser joven mujer cuando las dominicanas carecían de derechos civiles y tomarse la prerrogativa de escribir, disentir,  auscultar tanto la luz como las penumbras del alma, tanto lo sencillo como lo laberíntico; de vivir en una atmósfera de opresivas subordinaciones y personificar la libertad individual. Su biografía ofrece excelentes pistas para aproximarse a los extraordinarios cambios que envuelven a las mujeres en el siglo XX, y más específicamente a las dominicanas.
Cultivadora de estrategias novedosas, alcanza cimas en la literatura dominicana, como la novela Escalera para Electra y el poema Una mujer está sola. Escritora que ejerce la libertad de manifestarse en firme con la palabra; no calificándose feminista, sino de la manera elegida por ella; cristiana leal a su fe, pero nada ortodoxa ni institucional; revolucionaria cuya autonomía debía suscitar irritación en las mentalidades sectarias. Crítica, artista, poeta, amiga, rebelde… cada cosa a su modo. “La Sagitaria Divina”, la llamaría Moreno Jimenes, “por su elocuencia revolucionaria”, contó Manuel Rueda.  Acaso el poeta de la Colina Sacra quisiera aludir a afectación o tal vez no ignorara que en Sagitario, novena Casa del Zodiaco, encajan los viajes, la educación y todo lo relacionado con la religión y la filosofía. El Centauro Sagitario es representado con alas y una doble cabeza. De éstas, una mira hacia delante, o sea hacia el futuro; mientras que la otra mira hacia el pasado. Los entendidos en esta controversial disciplina, destacan comprensión de las cosas trascendentes por parte de quienes pasan por la casa Sagitario. La imagen del centauro, capaz de ver a un tiempo el pretérito y el porvenir, encarna una poética.
Al fin y al cabo, pocas personalidades de nuestra cultura han sido tan curiosas, definidas y abarcadoras, como Aída. Amaba la poesía, el arte, la Arqueología, el cine, a sus parientes y amigos, a París, a Moca. Bebe de la copa universal, adentrándose en sus raíces. Su imaginación tiende elásticas elipses entre Moca y Atenas, entre la antigüedad y el presente, entre el Caribe y el Mediterráneo; entre la plástica y la poesía. Como si esta actividad le resultara completamente natural.

Aída jamás pasa desapercibida. Desde el principio, poetas, narradores, críticos, hombres y mujeres, muchos bajo el influjo fascinante de su bizarra personalidad, no dejarán de referirse a ella.  Su obra, es sin lugar a dudas, una de las producciones dominicanas más estudiadas en el extranjero.
El mero contacto personal, la conversación e incluso el trato familiar, revelaba escasamente su compleja y fulgurante vida interior. Sólo en su obra se delata.

Familiar

Olimpia Cartagena, hermana menor de la escritora, nos relata detalles que nos aproximan a una cotidianidad en la que Aída se perfila consciente del valor de los lazos afectivos.

Éramos… Siete hermanos: tres varones y cuatro hembras. Vivimos aún, dos hembras y un varón. Aída era la mayor; yo, la menor. Entre Aída y yo había una diferencia de unos 16 años. Cuando yo nací, ya Aída había venido para la Capital. En ese tiempo, en Moca no había escuela normal. Aída estudió en la Capital. Vivía donde los tíos nuestros, Pedro Pablo Bonilla y Altagracita Portalatín de Bonilla. Aquí terminó sus estudios, empezó a trabajar y se quedó en la Capital.

“Yo casé con un militar, por lo que vivía de provincia en provincia, de pueblo en pueblo. Por lo que en ese tiempo tampoco estuve cerca de Aída. Hasta que mi esposo y yo venimos a vivir aquí, a la Capital. Y es entonces cuando estamos más cerca.
 “Aquí, donde estamos ahora, era donde vivía con mi familia. Por esta casa pasaba Aída todos los días. Porque, muy diferente a lo que la gente cree sobre ella,  que estaba sola, -por el temperamento tan arrebatado que la distinguía-, Aída nunca estuvo sola. Era muy familiar, muy de su familia. Cuando no estaba aquí, estaba donde una tía nuestra, o donde los hermanos o en casa de las sobrinas que ella crió. Ahora, en su casa sí le gustaba estar sola: tirada en una cama, escuchando a los pajaritos, escribiendo… Así fue hasta el día de su muerte”[1].

La hermana recuerda que Aída manifestó muy temprano sus rasgos característicos e inclinaciones: “muy independiente, toda la vida”, “empezó a escribir desde muy joven en un periodiquito llamado Avance y en otro”. Posiblemente fue una de las primeras mujeres que manejó su vehículo. “En Moca lo hizo antes que nadie. Aída fue muy independiente, muy independiente…”, acentúa. A seguidas nos pone en conocimiento de la faceta de sentido práctico y espíritu emprendedor en cuestiones materiales.

Papá era notario, creo fue el primer notario que hubo en Moca. Aída, jovencita, era su secretaria. Era quien lo hacia los documentos, quien le hacía todo. Papá solo tenía que firmar. A ella le gustaba producir. Cuando vino a la Capital trabajó en el Seguro Social, en Pidoca… Después se dedicó a la Universidad. A Aída le gustaba manejar su dinero, no estar a expensas de nadie. Siempre estaba haciendo algo. Compraba un solar por aquí, lo vendía; compraba en otro sitio y se ganaba lo suyo. Siempre vivía haciendo sus negocios. Esto era aparte de su literatura[2].
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Qué tan buena podía ser una poeta en los negocios. Olimpia explica: “Ella vivió y se mantuvo en la Capital. Tenía su casa propia. Tenía sus ahorros, no grandes, pero sí suficientes para cubrir sus necesidades. Ella siempre buscaba cómo producir. Hasta que llegaron los años avanzados. Entonces vivía solo escribiendo”.

Olimpia nos retrata una Aída “muy temperamental” y al mismo tiempo persona de consistentes lazos afectivos.

“Todo era cuando ella quería. Pero era la más familiar de todos los hermanos y hermanas. Con papá y con mamá era loca. Con mi hermano Manuel, quien murió en un accidente de aviación, ella llegó a vivir mucho tiempo. Se llevaba muy bien con él. A mi marido ella lo adoraba, mientras conmigo peleaba. Cuando yo vine a vivir a la Capital, yo le decía: “Tú no puedes salir vestida así”, “que tú debes…”. Yo siempre estaba molestándola un poco con su temperamento y con su apariencia. Entre ella y yo había esa disparidad de criterios, por la misma diferencia de edad. Mi marido Joaquín no comía cuentos con ella, la quería mucho. “La primogénita”, la llamaba”.

Sus afectos primarios, sabía conservarlos al margen de literatura o intelecto. Resulta agradable mostrar detalles humanos que nos ayudan a sentirnos más cerca, más amigos, de la escritora.

“Ella editaba un libro. Traía un ejemplar a la casa y le decía a Joaquín: “Mira, este es mi último libro”.  Y después que hablaba mucho del libro, cuando lo iba a soltar a quien se lo pasaba era a mí. Me decía: “Toma para que lo guardes. Tú no lo vas a entender”. Yo le respondía: “Si yo no lo voy a entender, entonces, ¿para qué me lo traes?”. “Tú no lo vas a entender, tú no me vas a entender nunca”, decía, pero poníamos el libro en un estante. A los pocos días o a los pocos meses, iba uno a buscar el libro, ¿y libro adónde? Si ella tenía que darle un libro a alguien, venía, lo cogía y lo metía en su cartera y se lo llevaba. Pero, en resumidas cuentas, nos llevábamos muy bien. Nuestra familia es muy unida.

“Mi mamá fue una mujer que adoró a sus hermanos y nosotros adoramos a la familia de mamá. De tal manera que a Altagracita, donde vivió Aída por un tiempo, nosotros la llamábamos Mamá. Para Aída la muerte de Altagracita, unos tres años antes que su propia muerte, fue un golpe mortal. Todas las tardes ella pasaba por donde Altagracita. Lo que viera, una fruta, algo bueno, todo era para Altagracita. Tenía locura con ella.

“Por lo mismo de ser una familia unida, aprendimos a entender el temperamento de cada uno para no tener problemas. Yo, a veces, cuando veo a mis hijas con algún problema les digo: “Pero señores, cómo será posible, cuando ustedes ven que Aída tenía un temperamento tan difícil, y nunca tuvimos problemas, nunca surgió una enemistad…”, porque si ella llegaba a esta casa y se sentaba tranquila, todo el mundo la dejaba, lo mismo si se acostaba; si quería comer, comía y si no quería comer, no comía. Todo el mundo la dejaba tranquila”[3].

La poeta viajera, que seguirá siéndolo hasta que no le queden fuerzas, iba de la mano con la mujer práctica con capacidad de ganar dinero:

“Aída hacía una maleta como si nada, en cualquier momento. Y eso era en la época en que en República Dominicana se viajaba muy poco. De pronto recibíamos la noticia de Aída, que ando por París, que estoy en Egipto, o en cualquier otro sitio. Regresaba cuando quería o cuando se le acababa el dinero. Para esos viajes usaba el dinero que se ganaba en sus negocitos. Una vez hizo una casa lo más graciosa por La Caleta, otra vez construyó en Los Cacaos de San Cristóbal, las vendía y, con esto, mientras le quedara un centavo, por allá, en el extranjero, se quedaba.
Escritora y viajera hasta el final. El movimiento y la palabra escrita formaban parte de su sangre.
“Vivía con un viaje y otro viaje. Siempre. Solo los años la sentaron. Viajó hasta lo último, de tal manera que fue a Estados Unidos a buscar un dinero de unos libros, cuando ella ya no estaba en condiciones de viajar;  a lo último, no, ya no podía. Y mira lo que hizo. Donde se hospedó, puso el dinero en un lugar debajo de la cama. Al regresar a Santo Domingo, se da cuenta que se le ha olvidado el dinero. ¿Tú sabes lo que hizo? Llegó aquí al mediodía. Y en la noche estaba otra vez para Estados Unidos, buscando el dinero”[4].

La soledad que tanto aparecería en sus poemas, no es de índole física, es algo más complejo y recóndito. Es la soledad de quien se percibe y reconoce distinta. Para escapar de la enajenación no tiene más camino que seguir sus intuiciones, su visión interior. La gente querida es el soporte imprescindible. Con frecuencia el ascenso intelectual o profesional, la fama y el reconocimiento social, llevan a las personas a distanciarse de familiares y amigos que no pertenecen a ese mundo. Aída era distinta.

“Yo te puedo decir una cosa, ahora mismo de los tres hermanos que quedamos vivos una vive en Moca, Marina; el varón, que es médico vive en San Juan de la Maguana y yo vivo aquí. A nosotros se nos pasan meses sin vernos, aunque nos llamamos todo el tiempo. Con Aída no hubiera pasado eso. Ella buscaba a la familia. Y, a la vez, la familia estaba cerca de ella.
“Tenía su mundo, muy de ella. En cambio, ella se juntaba contigo y era muy amiga de hacerte un chiste, un cuento. A mi casa llegaba y embromaba a mis hijas bárbaramente, hacía chistes. O tal vez actuaba con nosotros de esa manera porque ninguno estaba a la altura de ella y sus conocimientos y su vida literaria”[5].

“Ella era “hacia dentro”. Nos decía, me voy a tal viaje, y ya. La noche que se puso mala, en vísperas de su muerte, la llevamos a la clínica. Ella estaba escribiendo un libro, que sería el último y me había dicho que lo terminaba en una semana. Yo me encargué de recoger el manuscrito y guardarlo.

Ha llamado la atención, y generado especulaciones, que muchas de nuestras escritoras notables no contrajeran matrimonio ni tuvieran descendencia (Carmen Natalia Martínez, Hilma Contreras, Aída Cartagena…), viéndose este hecho asociado a la dificultad de encontrar pareja estable por parte de mujeres con personalidades, intelecto y decisiones muy definidos. En el caso de Aída, su hermana tiene un enfoque donde la tradición familiar parece estar en primer orden.

“A veces me he dicho, ¡caramba! eso de casarse o no parece hereditario. De mis tías, en La Vega, hubo unas tres que nunca se casaron. En mi casa, de nosotras cuatro, dos nos casamos y dos se quedaron solteras. De mis hijas, dos se casaron y dos no. Tú vas donde mi hermano Felipe, dos de sus hijas son casadas, una se ha quedado soltera. Entonces, son mujeres muy de adelante, que saben lo que es un hogar, sin embargo no todas se casan. Las que se quedan solteras, a veces, son las más amantes de las cosas de la casa. Creo que en lo del matrimonio tiene mucho que ver la suerte”[6].

En sus últimos años, aquejada de distintas dolencias, Aída seguía conservando su espíritu independiente y su carácter. Visitaba regularmente a sus familiares y amigos, seguía escribiendo y continuaba manejando su carro por las calles de Santo Domingo y por la Autopista Duarte:

“Nosotros tratábamos, un poco inútilmente, de que dejara de manejar, porque a cada rato le chocaban el carro. Por ejemplo, le daba un carro en la San Martín y, en vez de pararse, venía enseguida para acá a refugiarse; como, primero, estaba aquí mi marido y, después, los guardianes, ya tenía su protección.
“Dos veces le robaron el carro. En la primera ocasión, lleva el carro a arreglar por la mañana y en la noche se lo roban. Joaquincito, mi hijo, le hizo todas las diligencias con la Policía. Esa vez, el carro apareció en La Romana. Yo era la que tenía que resolver el problema, porque no es que ella buscara cómo o con qué resolverlo. Se hacía “la chiva loca”. La segunda vez que le robaron el carro, éste apareció bastante deteriorado. Quisimos que saliera del carro. Ella no quería admitir que era la culpable. No estaba en condiciones de manejar un carro, pero insistía. Nunca se quiso poner espejuelos”[7].

Figura ineludible

Veamos, de entrada, su figura, a través de quienes tuvieron amistad o contacto directo con ella. Veámosla también a través de sus propias palabras, que revelan mucho más que cualquier reflexión que pudiésemos hacer.

Manuel Rueda, su amigo de largos años y a quien ella le profesara un afecto especial, hace una de las mejores descripciones de la escritora:

“Sin altisonancias, porque era mesurada de movimientos y hablaba en voz baja, la fuerza de su personalidad se manifestaba a contra corriente, subrayando los puntos de mayor énfasis con un evasivo mohín de boca, o con un brusco silencio que era como el summun. A primera vista parecían técnicas para llamar la atención, pero según se le conocía más a fondo, uno llegaba al convencimiento de que todo ello formaba parte de su propia naturaleza, entre provinciana y exótica, en que la simbiosis de Moca y Paris había tenido mucho que ver.

“Podemos decir que ella era un ser a la vez cotidiano y misterioso, que sabía moverse tanto en el ámbito patriótico como en el partidista, en el de la cultura universal como en los percances de los corrillos citadinos; de ambos poseía claves muy personales que solo ella lograba entender”. [8]

El escritor José Alcántara Almánzar, con agudeza de crítico y sensibilidad de creador, hace un juicio valorativo que abarca, en pocas palabras, los motivos y alcance en la obra de Aída, como si pudiera comprender a la perfección lo complicado que puede ser “un corazón de poeta en una mujer”:

“Aída fue una escritora de planteamientos audaces que cuestionó siempre los valores establecidos de una sociedad hecha a imagen y semejanza del hombre. Si ansiosa de originalidad, no fue sino por su afán de construir un espacio propio, consciente de sus desventajas en un mundo regido por la autoridad masculina. A su tenacidad de hormiga se unía un carácter contestatario que no hacía concesiones ante la apatía y la mediocridad de un medio asfixiante. Debió de ser muy agudo el drama interior de una escritora tan lúcida, tan consciente de su condición de mujer, de escritora y de mulata, en un país atrasado como el nuestro. Supo luchar con valentía, enfrentándose a prejuicios culturales inveterados e imposiciones patriarcales.
“Es innegable que Aída es un caso excepcional de las letras dominicanas de este siglo, no solo por la importancia de su mejor poesía, sino por la amplitud, la variedad de su obra, y la constancia de una vocación literaria que no conoció el desmayo ni el abatimiento y que supo enfrentarse a los obstáculos que entorpecían su desarrollo personal…
“De ella conservaré la imagen de una escritora en cuyo espíritu se renovaban cada día el humor y la esperanza, y sobre todo un obstinado amor por la justicia”.[9]

Ya en 1971 había observado este escritor:

“Aída es así: controversial, contradictoria, impredecible, pero tenaz como una hormiga, infatigable, con los ojos abiertos a los cambios.
“Quien no la conoce bien suele sentirse algo sorprendido por las palabras cortantes y de perfiles definidos que emplea para comunicar sus ideas, expresar su concepción del mundo y el arte, o esa tendencia, tan natural en ella, a convertirse en el centro indiscutible de su propio discurso. Pero después que uno ha logrado penetrar la corteza con que se protege de los demás, descubre a una mujer soñadora…
“Aída ha conformado un mundo que gira a su alrededor y que ella, con infinita paciencia, mueve sin cesar, tirando de unos hilos delgados y fuertes”. [10]

Un periodista que la entrevistara en 1991, describe la primera impresión que le produjo la poeta:
“La encontramos en medio de la galería, trabajando a mano sobre algunas hojas de papel. Luego nos informa que se trata de un libro. Nos ofrece un asiento y se queda en silencio. Al cabo de un instante logramos comunicarnos: a veces se torna fría, cortante, mas no prescinde de la cortesía suficiente para hacer el diálogo”.[11]
Es la impresión típica que produce Aída en quien no la conoce y la trata por primera vez. Puede, incluso, sentirse como intimidante. Pero luego, a este mismo periodista va a contarle sus proyectos, animándose cuando entra de lleno a hablar de sí misma y su obra, lo que le permite a éste hacer un rápido retrato de esta escritora.

“Aída se nos presenta como una mujer del arte, incapaz de precisar su predilección entre las manifestaciones artísticas. Además de hacer literatura, ha trabajado cine y ha enseñado cultura por más de 15 años: se dice seguidora fiel de la música clásica, también de la popular, así como del teatro y la pintura. Es poseedora de una de las colecciones pictóricas “más ricas” del país y de colecciones de relojes, lanzas y objetos arqueológicos
“La licenciada Cartagena Portalatín se ha desempeñado como encargada del Laboratorio Antropológico y profesora de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Además en el 1963 fue secretaria general del capítulo dominicano de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y en 1977 formó parte del jurado de los premios literarios de Casa de las Américas, En la Habana, Cuba.
“También ha publicado monografías, investigaciones históricas, ensayos… algunas antologías de escritores dominicanos y trabajos de crítica literaria. Ha dirigido publicaciones como “Brigadas Dominicanas”, coediciones La Isla Necesaria
“En el séptimo arte también ha incursionado, una afición que la asaltó durante sus estudios en la Escuela del Louvre… ”.[12]

Ahora el periodista, al final de la entrevista, tiene otra impresión, tal vez con mayor desconcierto. Ahora sabe que el silencio de Aída, esperando que fuera él quien comenzara el diálogo, preguntándole,  era significativo y apoyado en una seguridad que le venía del carácter y de una hoja de vida fructífera. En algún momento ella le hizo notar que había nacido en un pueblo del interior, sus obras habían nacido desnudas, “como nací yo”, le diría, sin que el prestigio ganado por otro influya en su destino.

Un detalle, que se podrá observar una y otra vez, es que Aída siente devoción por su país, la historia de su país, sus personas y personajes. Sin embargo, con la política guardaba sus reservas, aunque hace notar su satisfacción por haber tenido la oportunidad de participar en calidad de consejera en una reunión de “consultas de secretarios” de la UNESCO[13]:

No me gusta particularmente la política. Yo podría haber sido una ministra o cualquier otra cosa que yo hubiera querido.
…“Cuando yo llegué a París para la reunión anual de la UNESCO en 1965, yo era, como Le Monde dijo, la “vedette” de la reunión. Todo el mundo quería saber acerca de la República Dominicana por la Revolución que había tenido lugar”.[14]
Premios

En febrero de 1990 se dio a conocer al país la creación del Premio Nacional de Literatura dedicado a “reconocer la obra a lo largo de una vida”. Para la ocasión, Manuel Rueda escribió:

“Los grandes escritores son las voces más fieles de nuestra realidad histórica y social, y al exaltarlos en su justa medida nos reconocemos en lo que han producido, integrándonos al mismo tiempo a un concepto vivo de identidad nacional”[15].

Doce fueron los escritores nominados. Once hombres y una mujer, Aída Cartagena Portalatín. Tal vez para ir cerrando su prolífica y notable vida cultural con uno de sus versos más citados: “Aquí hace falta una mujer y esa mujer soy yo”. Falleció cuatro años después, siendo la única de los doce nominados que no llegó a recibir el trascendente premio. De hecho, creo que nunca fue premiada, aunque sí ampliamente reconocida. Estuvo cerca, del prestigioso premio Seix Barral (1969).

¿Feminista?

[AÑO 1931

-Ataques a las feministas en la prensa. Ellas responden.
Aparece un artículo titulado: «¿Conquistará la mujer dominicana sus derechos?» (Listín Diario, 9 de junio de 1931), firmado por: «Aída Cartagena, Moca”, quien con el tiempo se convertiría en una escritora fundamental. Las opiniones que expresa muestran que nuestra autora, aunque debía ser muy joven por entonces, no estuvo ajena al movimiento feminista.




“¿Conquistará la mujer dominicana sus derechos? Evidentemente que sí. Porque ella luchará para ello, a sabiendas de que no busca nada que en sentido alguno, pueda mermar los derechos del hombre.
“Ella, igual que las otras mujeres del globo, irá a reclamar lo que le pertenece, pues ya nos sentimos capacitadas para administrar la gran herencia que nos legó la Naturaleza y que a su antojo ha sido administrada por el hombre, creyéndonos niños, incapaces aún de racionar.
“¿Conquistará la mujer dominicana sus derechos? Sí. Tarde o temprano, no importa. Pues pedimos justamente, la protección legal de nuestra persona y bienes; el reconocimiento de la maternal potestad en el mismo plano jurídico que la paterna; el derecho a disponer de lo suyo y actuar en las relaciones civiles en el pleno ejercicio de la Ciudadanía, sin verse supeditada a la autoridad del hombre.
“Que derechos hay para negarle a una mujer ilustrada los derechos que una legislación injusta concede al más alto safio y ruin analfabeto?”[20]

Los párrafos anteriores corresponden a un artículo aparecido en el Listín Diario el 9 de junio de 1931, firmado por “Aída Cartagena. Moca, RD) y evidencian que nuestra autora, aunque debía ser muy joven por entonces, 13 ó 15 años, se relacionó con el movimiento feminista protagonizado por las maestras, artistas, escritoras y otras profesionales que desarrollaron sus actividades en el Club Nosotras y fundaron, precisamente en el 1931, la Acción Feminista Dominicana.

Aída estaba muy consciente de su condición de mujer, y lo estaría cada vez más, no podía ser de otra manera. No porque ella lo quisiera o buscara, sino porque el entorno se lo haría sentir continuamente. A su inteligencia y sensibilidad no le podían ser indiferentes las ideas prevalecientes con respecto a las ocupaciones de las mujeres. Ella miraría hacia atrás buscando referentes femeninos en el conocimiento, el arte, la poesía. Encontraría las conocidas excepciones. Disponer de referentes culturales es una necesidad del espíritu para confirmarse acompañado en su camino, en su vocación.

A comienzo de los noventa me tocó escribir un artículo sobre las pioneras del feminismo en República Dominicana para una edición especial de la revista latinoamericana Fempress. Pensé en tres mujeres: Salomé Ureña, Abigail Mejía y Aída Cartagena Portalatín. Cuando quise entrevistar a Aída, ésta me dijo que no entendía mi intención de incluirla en el artículo. De todas maneras accedió a la entrevista. Al indagar sobre las condiciones en que se desenvolvía una mujer que en los años cuarenta quisiera abrirse camino como poeta e intelectual, su escueta respuesta fue: “Había que tener las espaldas de bronce para resistir los embates”. Le pregunté a quemarropa si era feminista. Río abiertamente, y respondió con un rotundo NO, pero a continuación añadió: “Hay que buscar al hombre capaz de aguantar a una mujer inteligente”. En otro momento de la conversación opinó que es en la literatura donde el machismo dominicano se expresa más acentuadamente. “Las mujeres son más humildes –dijo-, ostentan menos sus triunfos”.

En París, según sus propias palabras, nuestra poeta conoció a Aimeé Cesaire, Marguerite Duras y Paul Valery. Entusiasmada y absorta en sus recuerdos me contó: “Estaba el existencialismo en pie. Yo me quedaba sin cenar por estar escuchando a Simone y a Sarte en el Café de Flores”, e introduciendo un gesto malicioso comenta: “Simone era superior a Sarte. Muy superior. Era una mujer de una cultura vastísima.


Aunque aún desconocía los vínculos de la poeta con la AFD y la FMD, consideraba a Aída era pionera de los derechos de la mujer en cuanto a conocimientos, arte y creación; incluso  ella no compartiera la idea.
Conociendo el poder apabullante de los prejuicios antifeministas, por un lado, y el celo con la independencia y libertad personal propios de intelectuales y escritores, podía entender la posición de mi entrevistada. Un rótulo es siempre limitante. Si eres escritora, te leen a través de la etiqueta.

Manuel Rueda, a raíz del fallecimiento de Aída, contó:

“Tal vez todas las mujeres ilustres de una época le servían como modelos para desenvolver sus actitudes; de ahí su apasionamiento por Gertrude Stein, por Simona de Beauvoir, por Marguerite Duras, por Marguerite Yourcenar, nombres que al ser pronunciados por ella, parecían teñirla de policromias de su propia imaginación”.[21]

El significado de Aída Cartagena para las dominicanas queda bien definido por la académica Daisy Cocco de Filippis, pionera en la aplicación de la crítica feminista en el país, quien la llama  “la madre de la poesía de la mujer dominicana en el siglo XX” y dice que con ella empieza la desmitificación de la mujer.[22]

La poeta y dramaturga Chiqui Vicioso, coincidiendo con Cocco de Filipps llama a Aída Cartagena “piedra fundacional de lo que luego se convertiría en la poesía femenina dominicana”. Asimismo, destaca una vertiente de la poesía de Aída, la negroide, muy poco estudiada. Y dice que en el poema “Memorias negras”, abarca “no solo la realidad de los negros y negras en nuestra isla, sino también la de la población negra en los Estados Unidos”.  En el poema "Mi madre fue una de las grandes mamás del mundo", Aída se reconoce mulata.[23]

Por conveniencia, por soberanía intelectual o por convicción, Aída no deseaba ser nombrada feminista. Quizás su actitud se debía al halo demasiado transgresor, agresivo para muchos, que rodeaba el término. Sin embargo, la vocación de justicia en Aída se muestra a lo largo de su obra.

En 1981, manifestó que Yania Tierra era “un viejo compromiso que se materializaba en un Poema Documento, homenaje a las mujeres que a través de un lapso de casi cinco siglos fueron ultimadas o se sacrificaron por su pueblo”. Yania Tierra, aclara Aída, “no es un simple juego poético, sino que, conscientemente, me nutro de las fuentes de la misma historia. Tengo mucho respeto, tanto por los hombres como por las mujeres que dicen “presente” en los momentos aciagos de nuestro país”. [24]

A la pregunta de que si lo consideraba un libro feminista, respondió:

“Una persona sin prejuicios pensaría que es un libro en el cual se hace justicia, es decir, un justificado reconocimiento. No se me ocurre pensar en “machismo literario” cuando tantos y tantos escritores investigan o exaltan los grandes hombres de la patria. Tengo para mí que el “feminismo” revela una lucha de discriminaciones, prejuicios y de injusticias entre géneros. En ningún momento se produce esa lucha a lo largo del contexto de Yania. Particularmente sólo veo la lucha de alcanzar su meta por medio de la superación y el respeto”.[25]

Respuesta que deja entrever una noción sobre los derechos de la mujer, coincidente con la de Salomé Ureña y otras precursoras del feminismo en RD, en la cual la educación era el medio idóneo para la mujer conquistar un cambio de posición en la sociedad.

Esta Aída, en su plenitud, es poseedora de un fuerte sentido de justicia social. La rebela la pobreza, la iniquidad social. Ha vivido, observado y comprendido lo suficiente como para tener una postura muy propia. También ha pasado por una dura prueba de salud, ha conocido a fondo el dolor, se ha desprendido de todo resto de vanidad.

A todas luces, tenía conciencia de lo que significan las jerarquías y valoraciones diferentes de acuerdo al género. Por su inteligencia y el tiempo que le tocó era imposible que no la tuviera. Debía conocer la inutilidad del sacrificio romántico de muchas grandes poetas latinoamericanas. Debía admirar a Gabriela Mistral, aunque no fueran afines en estética, esa chilena que cortó por lo sano con la romántica que amenazaba con mermar y destruir sus energías vitales, y que después de escribir unos poemas al hombre que antes de suicidarse se paseó frente a ella con otra, escribiría: Una en mí maté, esa no la quería. Aída debió leer, cómo no, a Sor Juana Inés de la Cruz, a Virginia Woolf y a tantas brillantes escritoras en cuyas vicisitudes y triunfos ella, de alguna manera, debía verse retratada.

Parte de su mejor poesía, sus novelas y narraciones breves dan cuenta de que Aída le dedicaba largo tiempo a las cavilaciones sobre el desasosiego de ser mujer en el siglo XX, el heroísmo, la inteligencia, la productividad de muchas mujeres. Posiblemente no le interesara el aspecto ideológico, pero sí, y en profundidad, el aspecto humano; su sensibilidad captaba la violencia síquica, social y emocional que perturbaba el universo femenino.

Lo interesante, atribuible al genio de la escritora, es que nunca hace concesiones al estereotipo. La mujer, aunque esté sola, aunque sea la única en el grupo, incluso cuando su vida está marcada por la violencia, o sea una mártir, nunca es débil, desamparada o lastimosa. Es siempre una figura plena de poderes germinativos, de cambios.

¿Un destino solitario?

La evolución, el salto, en la poesía de Aída, desde la década de los treinta a los años cincuenta, y su posterior desarrollo como narradora y ensayista, se deben, en primer lugar, a su determinación, a la influencia de La Poesía Sorprendida, a la apertura y curiosidad de su espíritu,  a su calidad de observadora alerta y a sus viajes por el mundo.

Y, a propósito de actitud, de ese saber lo que quiere y sin ningún género de dudas marchar en pos de ello, cabría preguntarse: ¿debió pagar Aída algún precio oneroso? En poemas suyos, que hemos encontrado en el periódico El Caribe, 1948, -no incluido en ninguno de sus libros- la poeta dice: “sueño mi patria el mundo” y en los títulos, “Solitario Destino”,  “Desnuda soledad del llanto”, parece vislumbrar la trayectoria de su vida, como si percibiera lo que significaría permanecer leal a las más esenciales inclinaciones de su alma.

Solitario destino

Al color de la brisa no le puso Dios nombre.
Sueño mi patria el mundo.
El hombre que no escucha se deshace en la nada;
y la tierra se crece con un aliento rojo,
y las aguas se ahogan con un temblor de carne!

Amor: Hazte blanco, hazte blanco como la luna mansa!
Haz trilla de ciclámenes a las rutas soñadas;
haz una llamarada!
Bosque no se levanta sin que un hacha lo abrace,
vida no se hace vida sin que un beso la hiera.

Dicha se hacía flor y me sabía más viva
cuando al pasar
los símbolos
dormíanse como hojas detrás de las pupilas.
Olas hacen sudario en la arena lejana.
La mirada se pierde como un amor muy vago;
y un sollozo sin ojos,
y un habla que no es habla,
sube del fondo oscuro, donde sueñan calladas,
sobre caracolas,
corales y algas,
almas, que no quisieron tierra
y suspiraron agua![26]

En el poema “Desnuda soledad del llanto”[27], dice:

“Soy de mundo que crece

“tengo los cansancios del que calla
y se pierde a su voz de así callarla

Antes, en “Poema”[28], expresó:

Yo poeta de la voz callada,
prendida a la última espina
por la olvidada rosa
en el milagro abril.

Sin voces
y hablándome pensamientos

 “En un cáliz doblado”[29], también publicada en 1944, podemos leer lo siguiente:

“Desde esta soledad que se hizo canto.
Apagará mi noche en la quietud de un alba.
Cortaré tus palabras. Sin la música eterna sentiré la mía…

II. EL CONCEPTO DE AÍDA SOBRE LA ESCRITURA, ESCRITORES Y ESCRITORAS

Literatura y testimonio

En 1981, durante entrevista que le hiciera José Alcántara Almánzar, Aída desarrolló su concepto sobre la literatura como testimonio, describiendo la transformación que experimentó su visión de la literatura con su salida del país hacia Europa. Estas ideas nos muestran a una mujer con inteligencia flexible, observadora, reflexiva y abierta a modificar sus perspectivas de las cosas, siempre que la realidad y los nuevos conocimientos le muestren su pertinencia, la concordancia con el pulso de su propio ser y búsquedas.
Si esta visión cobró forma en la década del cincuenta, debía haberse afianzada y definido más aún con los acontecimientos históricos que acaecerían en el país en la década siguiente, tales como la caída de la dictadura trujillista, la celebración de elecciones libres y la revolución de 1965.

“Sí, para mí la literatura debe ser testimonio. Para los que lanzan obras falsas también lo es a su manera. Yo creo en la literatura testimonial. Voy a tratar de definir lo que para mí es testimonio:
“a) El que hace una literatura que carece de base real, que evade el compromiso, que nada aporta a la historia aún cuando por su correcta sintaxis e inteligente concepción pueda considerarse obra maestra, queda inmerso en lo fantasioso, y lo irreal no es testimonial.
“b) Tengo para mí que el testimonio auténtico es la transcripción de hechos reales que obligan al autor a revestirse de coraje para el enfrentamiento. Los momentos históricos que nos ha tocado vivir deben ser enfocados desde todos los ángulos en que se mueve nuestra vida política, económica y social. Esa sinceridad contribuyó a que Zola y Balzac sean además de literatos, parte de la historia social de Francia.
(…)
“Debo confesarte que sólo aprendí esto luego de viajar y de vivir en países avanzados donde se respetan la dignidad humana y el derecho total a la comunicación. Entonces comencé a establecer paralelismos entre aquello y lo que pasaba en una sociedad amordazada, de mudos y ciegos como era la nuestra durante la tiranía. Nadie me daba la respuesta frente a fenómenos graves que sucedían. Conocí a mi país bajo el nefasto régimen del “benefactor” fuera de mi país. Entonces sin que nadie me empujara me lancé de la torre de marfil. Y dentro del contexto de mi libro La Voz Desatada incluí mi poema “Canto para el Hombre Nuevo”. Y como no iba a continuar engañada ni engañando, continué escribiendo como lo hago en La Tierra Escrita, Escalera para Electra, Tablero, Yania Tierra, La tarde en que murió Estefanía (inédita) y muchísimos poemas publicados en revistas, cuadernos y suplementos. Me siento cómoda escribiendo así porque por sangre corre un recuerdo amargo de injusticia. Papaviejo –mi abuelo- contaba que su padre negaba al régimen de y Lilís lo mandó a fusilar en la plaza del pueblo para dar un ejemplo”.[30]


Para Aída la escritura es un compromiso muy serio. Lamenta que muchos escritores se tomen el oficio con “figureo” y que no pocos utilicen la literatura “para subirse por la escalera”, pasando por alto la seriedad que conlleva hacerla. “Al menos a mí me ha costado mucho trabajo”[31], insiste.

Las opiniones de Aída sobre escritores y escritoras no podrían calificarse de “complacientes”. Al contrario, cuando se le preguntaba al respecto solía responder con frases escuetas y siempre con una pequeña dosis de ironía y humor. Al parecer, su postura en este sentido fue agudizándose con los años, dando a entender que: o había perdido interés por la literatura local y en consecuencia la leía poco, o tenía la convicción de que la literatura dominicana se hallaba estancada. Lo que siempre queda muy claro es que Aída es exigente consigo misma y exigente con los demás. Deja la idea de que aquí no se hace el suficiente esfuerzo, a los creadores les falta constancia y dedicación.

“El escritor aquí es muy haragán, la mayoría no trabaja, teniendo muy buena madera”[32], expresó en entrevista aparecida en El Caribe, 1991. Al mismo tiempo, expresó que los estímulos de la sociedad son pocos, y escasa es la importancia que se le da a un escritor: “Tú ves que le dan un premio Nacional a alguien y es como si nada”, dijo.
Para hacer novelas se precisa un buen bagaje:

““No, no, no, qué va, el novelista necesita una cantidad de cosas tremendas, y ahora, además, de acuerdo con el tipo de novela que va a hacer; por ejemplo, yo nunca sé el tipo de novela que voy a hacer, se me ocurre y ya, ahí comienzo.

“Aquí hay intelectuales como veloz Maggiolo, Manuel Rueda o Fernández Spencer, que son las vacas sagradas de la literatura dominicana. Son gente de muchísimos conocimientos y la novela necesita eso. Aunque sea de campo, aunque sea de vaca, aunque sea de lo que fuere, del corral, tú sabes; pero hay que tener conocimiento”[33].


La amistad era un valor de primer orden en la vida de Aída. En una ocasión la escuché decir que su desarrollo intelectual se debía en buena parte a que elegía amigos de los que pudiera aprender.  Creo que subyacía una especie de consejo en sus palabras. No había que perder tiempo con quien no lo mereciera. En la que fuera una de las últimas entrevistas -1993-  que diera, posiblemente no hubo otras después, expresó: “Yo insisto en que, aunque yo he tenido que trabajar muy duro sobre mi formación intelectual, yo me he beneficiado (o aprendido más) de las relaciones con los otros”[34].

Con las mujeres poetas podía ser dura. Pero debe decirse que a pesar de su escepticismo sobre la producción de éstas, nunca dejó de mostrar amabilidad y atención a las mismas.

En 1989, en ocasión de una entrevista, Aída expresó:

 “La literatura es un problema muy serio y todo el mundo no la aguanta. Por ejemplo, “fulana” es poeta, pero poeta un día, un poema un día, esto y lo  otro y un librito. Es una vida muy seria, te das cuenta. Eso no es un juego. La poesía, la literatura en general es una cosa muy seria, muy seria, más seria de lo que uno piensa”[35].

Alrededor del año noventa, cuando el Taller de Mujeres Poetas (Carmen Imbert, Sabrina Román, Dulce Ureña, Miriam Ventura y Carmen Sánchez), liderado por Chiqui Vicioso y el Taller de Mujeres Creadoras (Marianela Medrano, Irene Santos, Ilonka Nacidit, Nelly Ciprián y Aurora Arias), habían generado una cierta resonancia en el país, tuvo lugar un programa en Televisión, conducido por Freddy Beras Goico, en el que participábamos varias poetas jóvenes, Sonia Silvestre cantaba y Aída Cartagena fungía como invitada especial. Las poetas respondimos preguntas, charlando con obvio entusiasmo sobre la poesía, sobre nuestra poesía. Al preguntársele a Aída su opinión sobre las poetas emergentes, ésta empezó con una frase: “Aquí poeta soy yo…”. Era como para helar al grupo. Sin embargo, nadie se tomó la declaración a pecho. El respeto reverencial por Aída y la manera, inmutable y algo humorística de decir las cosas, le quitaba carga a sus palabras. A fin de cuentas, lo que decía tenía su fundamento.

Por ese mismo tiempo, se reseñaba en un periódico: “Ella [Aída] piensa que el país tiene muchas escritoras talentosas, pero que “se pierden, porque para tú escribir un libro, tú necesitas de una cultura, no tú no tienes esa cultura no puedes hacer ese libro” (…). Dice (…) que a las jóvenes “les falta coraje para mantenerse”. “Hay mujeres que han escrito cuatro o cinco poemas en diez años”, agrega. También deplora la excesiva afición que presentan algunas por el grupismo. “Yo empecé sola”, indica”. [36]

Sería interesante indagar si las opiniones de Aída sobre la escritura de las dominicanas habían sido distintas en otros tiempos. Es posible que estuviera acostumbrada a ser la única mujer entre los hombres artistas y escritores, que ello le proporcionará algún tipo de seguridad, en un medio en el que debió abrirse camino mediante el lujo de su creación y con una tremenda disciplina intelectual.

III. LA RENOVACIÓN, UN IMPERATIVO

Me atrevería a decir que en la década del cuarenta Aída está formando su voz poética, hay agitación en derredor, surgen muchos y buenos poetas, publicaciones, debates. Ella se ahonda en el lenguaje, conoce lo que de antiguo y prometedor comprenden las palabras, piensa este proceso en su poesía. En los años cincuenta, Aída se encuentra a sí misma en su condición de mujer poeta navegando en un mar y un mundo mucho más complejo, sorpresivo, desafiante y esplendoroso que el que jamás soñó. Su poesía cobra definición y fuerza singular. Su poesía es, de algún modo, un testimonio fehaciente de los caminos que ha recorrido a ese momento y la mirada viva sobre estos caminos.

En Una mujer está sola, aparecido en 1955, escribió:

Es una alegría sentirse amiga de su propia palabra
Y acariciar el corazón de la conciencia.
Siento la intimidad de conversar conmigo,
de sentarme en otro fondo, sin nada que me espante,
y pensar: que todo seguirá estando aquí.
Pero es una alegría única
sentirse la amiga de su propio encuentro
y pensar que hay rostros para verlos en la ternura,
en el amor o el odio para conocerlos.[37]

El valor del pensamiento que necesita liberarse, el sentido íntimo de la escritura, se expresan en “Ahora que aún vivo” (1955). Posiblemente sea la primera vez en la literatura dominicana que una mujer, en primera persona, deja constancia de su conciencia al respecto. Es sin dudas, una mirada moderna y valiente:

Desde hace tiempo mi vida ha comenzado y no se basta a sí,
y todos mis pensamientos están como en una celda
y hay algunos que llegan a creer quererme
y están más cerca de mí a cada hora.
Pero oídme, yo no me avergüenzo, y quiero
ser procesada para poder revelarlos:
son ellos mis hechos o mi conciencia.

Hasta ahora los llevo con la cara sonreída,
con la cara tonta de los que se contentan
con la rutina de esta estación de tránsito.
Mas, yo no soy esa cara,
ni quiero la felicidad común
ni estoy hecha para el festín de los profanos.
He descubierto mis propios pensamientos
y he buscado en ellos, y no he encontrado
nada de muelle, ni eso que es la concordia
o la concialiación con la conformidad.
No quiero otra memoria, ni la razón ajena,
ni la grandeza de alcanzar
las cosas que reposan para otros.
También yo soy ciertamente una mujer
con todos sus momentos, y si no fuese así
me sentiría hervir a voluntad ajena.
Todos se han retrasado y aún espera en vigilia
esta mujer que sola
se compromete con sus respetos íntimos
Entre el 1959 y 1962, la voz poética de Aída va a contener otro salto, es el salto hacia el otro. Sus poemas de este tiempo se adelantan a lo que sería la tónica prevaleciente en los poetas en los años antes y siguientes a la revolución de 1965. Algunos son una suerte de manifiesto invitando a luchar con la palabra. Aída descubre al otro, en su dolor, aislamiento y marginalidad, y desde ahí su mirada se vuelve sobre sí misma en su deseo de ser distinta, de expresar el pulso de la sociedad cambiante. Los años sesenta no solo fueron tiempo de convulsiones, esperanza, rebeldía e intensas emociones para la RD, sino para buena parte del mundo, especialmente en Latinoamérica, Europa, Estados Unidos y el Caribe.
Aída descubre a los otros en toda su temerosa humanidad, y hacia ellos quiere volcarse, “secando” sus versos para imprimirle otro tipo de poder, efectivo y nada lírico:

Mi canto es un cesto lleno de buenos deseos para el pobre.
En estos litorales conozco conchoprimos, jíbaros y liborios.
Conozco pobres de New York, Londres, Viena, París…
Todos con las mismas desventuras
destruyéndose como insectos prensados.
Permíteme Poeta que exprese activamente mi nostalgia
porque el Mundo es ancho y estrecho el rincón donde mora el pobre.[38]


Sus versos se convierten en mandato de cambio:

Poeta, tira la tradición y el símbolo.
Tira las sensaciones vagas, difusas, nebulosas
y los sentimientos indecibles que perduran en el refugio
                                        de los valores formales.

Poeta, el arte debe cantar del hombre su lucha y su dolor.
Que tu poesía comience cuando comience la lucha.[39]

Aída no es una mujer común, pero quiere serlo. “Bajar de la torre de marfil”, como desea, es reencontrarse con su pueblo. Antes fue “una estrella” porque otras mujeres no tenían la palabra:

Yo soy como cualquier mujer de la Isla.
Mujer del Éxodo y del Salmo,
Cuando la mujer no tenía la palabra
yo era una estrella colgada del cielo,
de un cielo de palomas y de lluvia
donde la mujer es una feliz hormiga inútil
anegada de Dios

Ahora soy como cualquier mujer de la isla
Y se puede llamarme con cualquier otro nombre…[40]

Aída, a finales de los años cincuenta, tuvo una seria crisis de salud. La experiencia de dolor atroz que sufrió debió volverla mucho más sensible y abierta al dolor ajeno.

 “Fue como en el año 1958 que tuvo una dolencia seria. Estuvo interna mucho tiempo. Le daban unos dolores insoportables, terribles, en toda la cabeza. Los médicos decían que el problema era se origen nervioso. Le daban remedios para los nervios, y qué va. Luego se descubrió que un tiempo atrás, cuando le sacaban una muela, le habían partido un nervio. Le hicieron una operación fuerte, por el ojo… Tuvo mucha suerte porque pudo recuperarse”[41].

En lo adelante, Aída seguiría escribiendo poesía, pero empezaría su época de narradora a la vez que desarrollaba un notable dinamismo cultural, como editora, profesora e investigadora. A finales de los años sesenta produciría su obra narrativa más importante, Escalera para Electra. A mi modo de ver, en esta extraordinaria novela, se asientan en armónica simbiosis todas las nociones sobre la escritura que había acunado su autora en diferentes épocas.


IV. UNA MUJER SORPRENDE A LOS SORPRENDIDOS

Seguir las pistas y realizaciones de Aída en la década del cuarenta es fundamental para comprender su evolución. En estos años tienen lugar su tránsito desde Moca a la capital, desde su labor solitaria –en el sentido estético- a su participación en La Poesía Sorprendida. Porque Aída, al momento de surgir La Poesía Sorprendida, ya había recorrido un estimable trayecto como creadora y como activista cultural en Moca.

La Aída muy joven muestra visos de ser romántica, feminista y católica militante.
Dos estampas escritas por ella y aparecidas en el Listín Diario, en 1932 y 1939, respectivamente, dan cuenta de una mirada juvenil colmada de jubilosa fe. Debía sentirse participante de la epifanía de la natividad cuando escribió:

“La luz del Catolicismo brilla como un sol sin ocaso; de Belén ha soplado una brisa que baña los espíritus educados para el bien. Por esta magnificencia  se explica la fuerza misteriosa que ejerce la luz de Belén sobre las complejidades humanas.
“Belén es el lugar de la natividad. Allí nació el Niño Dios, como fue humilde entre los humildes, le acostaron sobre el heno de un pesebre. Una irradiación celestial se extendió por el mundo y soplos tibios y perfumados salían de la gruta misteriosa. Los que tenían sed de amor, de fraternidad y de paz, sintieron palpitar sus corazones de gozo.
“Mil novecientos treinta y dos años. Aún parece que una onda líquida llena de sonoridad melodiosa, se dilata sobre los más apartados rincones de la tierra y semejante repercusión armónica parece decir: _Despierta niña, despierta, no duermas, que esta noche es noche Buena”.[42]

“Estampas del Congreso” reseña el júbilo en la celebración del “gran Congreso Eucarístico Regional del Cibao” de 1939. Escribe Aída: “Las ciencias, las artes, todo lo que alienta la Naturaleza está sujeto a cambios, ajustándose al ritmo de las épocas. Pero la Cruz de Cristo es la misma que que 1939 años ha, levantaron en el Calvario para crucificar al Rabí de Galilea”. Y más adelante: “Cristo Reina, Cristo Impera, Cristo Vence, porque Cristo es divino. Moca ha gozado el triunfo donde las multitudes proclamaron a Cristo Rey…”.[43]

Cuenta Olimpia Cartagena que Aída y un grupo de amigos hacían “un periodiquito” y que año tras año era elegida como “la novia del periodismo” en Moca.

Escribe Iván Alfonseca en su Antología Biográfica[44], publicada en diciembre de 1942, que Aída Cartagena Portalatín, nacida en Moca, según él, el 9 de junio de 1916,  dio a luz sus primeros versos a los 15 años de edad. Asimismo nos informa que inicialmente publicaba bajo el seudónimo Lirio del Valle. Al momento de salir publicada la Antología Biográfica, Aída había publicado en “Ecos”, Listín Diario” y “La Nación” (dominicanos); y en periódicos y revistas extranjeros como “Carteles”, “Vanidades”, “Bohemia”, “Guayaquil Literario” y “La Crónica”.

En el 1942, según Alfonseca, Aída es vicepresidenta del Grupo América de Moca. Se le señala también como una de las personas que fundó la sociedad cultural Lumen en la misma ciudad.
Alfonseca califica a Aída de “poetisa modernista”, indicando que sus composiciones “han recibido elogios del gran poeta Carlos Alberto Fonseca”.[45]

El poema de Aída Cartagena Portalatín incluido en esta Antología Biográfica es de corte romántico, poema un tanto ajeno a la Aída más conocida. Vale la pena leerlo para observar cómo en sus libros, posteriormente, se difuminaría ese acento para dar paso a una poesía rica en imágenes sugerentes, en la que el ser se manifiesta con un conocimiento que atenúa o maneja las aristas sentimentales (o también podría interpretarse como paso de una cierta inocencia de los sentidos, hacia una mirada pulida por el intelecto y la experiencia), para ganar profundidad y sustantiva expansión.

Poema del Vencimiento

Nada importa que aún no me quieras,
¡tú tendrás que quererme!
¡Yo seré afanoso gusanito de seda
en tu vida… y en tu corazón!

Nada importa que aún no me quieras,
¡tú tendrás que quererme!
¡Tejeré con mi seda una malla,
donde caerá prisionera
tu altiva pasión!

Antes y durante la poesía sorprendida

Desde el principio, Aída será una de las figuras importantes de la Poesía Sorprendida, ganándose rápidamente el reconocimiento y respeto de los hombres que encabezaban el movimiento. Esto no deja de sorprender si observamos que era de provincia, única mujer en el grupo y, por lo menos hasta que no se documente algo distinto, la primera mujer que se reconoce parte de un movimiento literario.

Es un grupo en el que la escritora mocana parece encontrar las afinidades deseadas en cuanto a curiosidad intelectual, apertura al mundo e innovación. Se trata de coincidencia, alineación, entre escritores que efectivamente están movidos por aspiraciones análogas, ganas de respirar aires renovados, impulso de abrir el alma hacia la totalidad de la cultura, con sus tanteos, rupturas y hallazgos vanguardistas y modernos. Es tal vez el momento en que, por la conmoción de la sensibilidad, la conciencia del agotamiento espiritual y la disposición para la búsqueda, el enlace y la labor exigente, se observa con más claridad el surgimiento de una generación en la poesía dominicana.

Que allí estuviera una mujer no es fortuito, que fuera Aída Cartagena Portalatín, tampoco. Los años treinta fueron de intensa actividad feminista en la República Dominicana. A principios de esa década nació la Acción Feminista Dominicana, que se ramificaría hacia las más importantes provincias. (Como ya hemos visto, Aída no estuvo al margen de estos eventos). Las protagonistas de este movimiento eran maestras, escritoras, pintoras, profesionales de distintas áreas. Puede hablarse, sin lugar a dudas, de que es este el tiempo en que la mujer dominicana despierta a su conciencia humana, compleja y germinativa. Ya se sabe, este movimiento, en sus estructuras y líderes, pasó a ser un elemento más de la propaganda y la acción ultra conservadora de la tiranía trujillista. Pero la conciencia de ser mujer y de las potencialidades reconocidas han cambiado. En el 1942, las dominicanas adquieren sus derechos civiles. Pueden elegir y ser elegidas. Sin embargo, no es esto, a mi modo de ver, lo más relevante. El cambio irreversible ha empezado a producirse en la palabra escrita, en la mirada sobre las cosas, en la percepción de un espíritu rebosado de promesas y poderes. Es ahí, en la rígida cultura, en el ser que ha yacido como una brasa bajo una gruesa capa de cenizas, en la voz habituada a la palabra monótona y sumisa, donde se produce la alteración indetenible. Abigail Mejía, Ercilia Pepín, Evangelina Rodríguez, Celeste Woss y Gil, Delia Weber, son algunos de los nombres que hay que recordar, obligatoriamente. Cada una distinta de la otra en origen social y camino. Todas compartiendo ese viraje epocal experimentado en sí mismas con gozo a veces verdaderamente desgarrador o alucinado.

En los años cuarenta del siglo XX, el feminismo de los años veinte y de los primeros años del treinta está de capa caída. Se ha apagado y sin cesar se diluye en la retórica oficial. No es para nada lo mismo. Lo realizado anteriormente, empero, no dejará de influir.
En años subsiguientes, en la prensa, encontramos noticias de equipos de béisbol femenino, de equipos de soffbol, una orquesta de mujeres, una reseña que refiere cómo las mujeres están llenando la matrícula de Derecho en la Universidad de Santo Domingo. Encontramos a jóvenes, como Carmen Natalia Martínez, Minerva Mirabal, Josefina Padilla, entre otras, colocadas en la más ardiente y peligrosa resistencia antitrujillista.

Aída Cartagena Portalatín, tal vez por sus condiciones naturales,  es una de las más aprovechadas herederas de una nueva actitud de las mujeres ante la libertad y ante el conocimiento. Actitud que promovieron, practicaron y defendieron muchas dominicanas,  a un precio altísimo.
Aída es la muestra de la mujer inteligente, aguerrida, laboriosa, con alta definición en sus metas intelectuales, dotada de instinto creativo y gusto por el descubrimiento y la aventura espiritual, cualidades que hallarían cauces en su poesía, en sus viajes, en sus amistades con poetas y pintores. (Una vez la escuché decir que una de las claves de su desarrollo intelectual fue que solo buscaba y sostenía amistad con personas de las que podía aprender. Aunque, como me contaría su hermana Olimpia, esto no era totalmente cierto, pues cultivó y mantuvo hasta la muerte vínculos cuyo valor casi único era el puro afecto).

Entre el 1943 y el 1953 transcurre para la poeta un tiempo decisivo, de intensa labor creativa, difusión y reconocimiento de su obra poética. Los hechos de esta etapa marcarán toda su vida. En esta década traba importantes amistades con intelectuales y artistas. Participa desde los inicios en La Poesía Sorprendida, publica tres de sus libros fundamentales: Vísperas del Sueño (1944), Del Sueño al Mundo (1945) y Mi Mundo el Mar (1953). Publica poemas, de manera regular, en la revista de los sorprendidos y en los periódicos.  También, en este lapso viaja a París, donde cursa un postgrado en Museografía y Teoría de las Artes Plásticas en la Universidad Louvre. Se trata de la plenitud de la poeta. Se va descubriendo y viaja más allá del amor, hacia el descubrimiento del mundo.

La poesía sorprendida: un acontecimiento

Es imposible hablar de Aída sin adentrarse en lo que fue el movimiento de la Poesía Sorprendida. La revista La Poesía Sorprendida, cuyo surgimiento se ha calificado como “el mayor acontecimiento de este periodo”, se funda en 1943 y estará saliendo hasta el 1947. Sus fundadores se enorgullecen de que “128 firmas de 27 países diferentes” publican en ella. Entre las firmas dominicanas se destacan dos poetas, ya bastante conocidas por entonces, son la petromacorisana Carmen Natalia Martínez, cuyo vínculo con el movimiento fue esporádico, y la mocana Aída Cartagena Portalatín, que habría de convertirse en una de las voces poéticas más poderosas del grupo.
Los fundadores de la revista son el chileno Alberto Baeza Flores y los dominicanos Franklyn Mieses Burgos , Mariano Lebrón Saviñón y Freddy Gatón Arce. Como artista gráfico, será notoria la colaboración de Fernández Granell.

Del impacto que produjo la poesía sorprendida, Flérida de Nolasco, coetánea de los sorprendidos e influyente ensayista e investigadora, nos ofrece la siguiente visión:

Después del movimiento que se inició hacia 1920 conjuntamente en España y en América, adoptó la poesía una expresión que se colmase en ensartar metáforas sobre metáforas. Con alarde se mantiene este lenguaje entre nosotros con la última renovación de nuestra expresión poética, en el grupo que a sí mismo se dio el nombre de Poesía Sorprendida. ¿Sorprendida? ¿o sorprendente? Porque[46]e en verdad, ella fue la que nos llenó de sorpresa, con expresiones a veces nunca oídas. Pensamiento enmarañado y nebuloso, que fue ventura para nosotros que se aclarara cuando se le metieron, entre las espesas telas de araña, los rayos lumínicos de un sol lejano que no evidenciaba groseramente los objetos; pero que nos los hacía perceptibles. Persistió y persiste todavía el tono grisáceo, el plateado de luna, de luna en creciente luminosidad. Y tenemos a una Aída Cartagena Portalatín, a un Rafael Américo Henríquez, a un Freddy Gatón Arce, a un Fernández Spencer, que inicia resonantes triunfos en Madrid… Y tenemos a un Franklyn Mieses Burgos, cuya obra, ya publicada en manojo de selección, puede ser espaciosamente estudiada.

En el número IV de la revista, Aída publica el poema “Sed del dolor”[47].  Sus colaboraciones se hacen regulares. 

A ojos vista, este poema guarda una gran diferencia con el publicado en diciembre 1942 en la antología de Iván Alfonseca. Este cambio en Aída la asemeja, en actitud, a Gabriela Mistral, quien escribiera: “Una en mí maté/ esa no la quería”, haciendo distancia con el romanticismo y la turbulencia emocional que cobró la vida y la salud de extraordinarias poetas durante el siglo XX, víctimas de un fatal sentimentalismo enraizado en la educación femenina.
Los años 1944 y 1945 serán decisivos y marcarán la gran poeta en la que se ha convertido Aída. De haberse difundido en la región sus poemarios de estos años, habría sido una de las voces femeninas notables del continente.
Pero hay que señalar que en los poemas de la poeta mocana la soledad y el dolor seguirán siendo temas recurrentes, sólo que éstos no la dominarán a ella, sino que la escritora los someterá a los propósitos de belleza, fuerza y profundidad en su poesía.
La importancia de Aída, solitaria y sagaz mujer en La Poesía Sorprendida, puede medirse en su primer libro, Víspera del sueño; el segundo de “Ediciones La Poesía Sorprendida”, publicado en 1944 –El primer volumen de estas publicaciones de La Poesía Sorprendida correspondió a Franklyn Mieses Burgos. Al año siguiente, en la Colección “El Desvelado Solitario”, también del mismo movimiento literario, apareció el segundo libro de poesía de Aída: Del sueño al mundo. Manuel Rueda fue el primero que publicó en esta colección. De manera que, en las publicaciones del movimiento son Franklyn Mieses Burgos, Aída Cartagena Portalatín y Manuel Rueda los poetas privilegiados, inicialmente; lo cual no me parece que fuera casualidad, sino que de algún modo era una muestra de la valoración que había de estos poetas. Y, si lo vemos desde aquí, podríamos decir que no se equivocaban.
La revista La Poesía Sorprendida era dirigida por una Junta de directores y editora, a la que se agregaba una Junta de Colaboración. En 1945, Aída Cartagena es incluida en esta última.

Valoración de Aída

En la introducción a Víspera del sueño, firmada por La Poesía Sorprendida, o sea que es un juicio del grupo, se supone, se establece:

La Poesía Sorprendida, al iniciar sus ediciones, entrega el primer libro de Aída Cartagena Portalatín, sabiendo que aporta a la lírica femenina dominicana contemporánea una voz de indudable valor, y el primer ejemplo de una obra poética desvelada y entrañable.
“… Su obra actual asigna una libertad a la imagen que va de los clásicos a ciertas zonas oníricas, las primeras que aparecen en la poesía dominicana contemporánea.
La Poesía Sorprendida se enorgullece al entregar “Víspera del sueño” en su colección “El desvelado Solitario”, sabiendo que habrá de tomarse en cuenta esta obra en cualquier panorama lírico antillano realizado con verdad seria y poética profunda”. [48]

En la mencionada introducción también se dice que la colaboración poética de Aída “ha sido muy parca siempre” y que ella reside en la capital de la República “y actualmente continúa su juventud una soledad, de trabajo poético y de silencio”. Lo cual podemos interpretar como que la poeta no era dada a publicar con frecuencia, situación que variará totalmente con La Poesía Sorprendida.

Vale la pena advertir en los juicios citados, a propósito de este primer libro de Aída, la originalidad y “entrañable” poética que los sorprendidos han visto en la poeta.

En 1945, solo un año después, en la introducción al segundo libro de la poeta mocana, Del Sueño al Mundo, “La Poesía Sorprendida”, refiere una obra “crecida, firme”, observando “una rigurosidad que se torna más resuelta, absoluta y pura” que, aunque se alejaba un tanto de “ese candor temblorosamente lírico de sorprendidos milagros de su primer libros”, posee una rigurosidad formal más estricta. “La línea fervorosa es estricta, colorida, diáfana, nada de anecdótica ni fácil y el ímpetu se marca puro, aireado, depurado y sorpresivo, pautando toda una zona de la poesía femenina dominicana”.[49]

De los comentarios anteriores, toca resaltar que las comparaciones de la poesía de Aída tomaban como referencia “la poesía femenina”, “la lírica femenina”, “las poetisas”, aunque, por otro lado,  se la destacaba en el panorama antillano. Asimismo, puede notarse que a ella la consideraban una auténtica “sorprendida”.

Sin embargo, a pesar de la notoria presencia de Aída en el medio cultural dominicano –en particular en el movimiento de La Poesía Sorprendida, su revista y otras publicaciones, así como en las publicaciones más o menos frecuente en periódicos, en los años cuarenta- y de la innegable originalidad y valor de su poesía, asombrosamente, es omitida en obras importantes de la época que abordan y enjuician la poesía de ese tiempo.

De paso, así como Aída es una integrante activa y de presencia constante en La Poesía Sorprendida, brilla por su ausencia o parquedad en otras publicaciones de bastante importancia.
Con motivo del Centenario de la República se publica, en 1944, la Antología de la Literatura Dominicana[50]. El primer volumen está dedicado a la poesía, el segundo a la prosa.
Poetas mujeres incluidas son: Josefa Perdomo (1834-1896), Salomé Ureña (1850-1897), Virginia E. Ortea (1866-1903) y Altagracia Saviñón (1866-1942).
La omisión de Aída Cartagena y la de Carmen Natalia Martínez resulta algo muy notorio, que lleva a distintas conjeturas:
a)   Aída Cartagena aún no era tan conocida. Hay que tomar en cuenta que la referida antología debió prepararse antes de 1944, ya que salió en febrero de ese año. Todo indica que el ascenso de la poeta mocana, “su salto” se produce a partir del 1944. Sin embargo, ¿por qué no se incluye a Carmen Natalia, cuyos poemas eran frecuentes en las páginas de las publicaciones periódicas, como en La Nación? (pudimos comprobarlo en los años 1941-1942).
b)   En los dos casos se trataba de mujeres que, según los criterios políticos prevalecientes, muy bien pudieron ser tildadas de “malcriadas”, debido a su independencia. Carmen Natalia se destacaría como antitrujillista unos años más adelante. Aída era desafiante y afirmada, su vida misma hablaba de libertad. ¿Podían “molestar” los sensibles egos autoritarios?
c)   ¿Ignorancia del antologador? O ¿no eran de su gusto los poemas de ellas?

En la revista Altiplano, cuyo primer número salió en abril de 1948, dirigida por Iván Alfonseca, Darío Suro, Mario Martínez, Federico Pérez, N.B De Castro Noboa y E. Mejía Arredondo, no aparece Aída en ninguno de los doce números que vieron la luz. Aunque eran públicas las diferencias que sostenían sus fundadores con los sorprendidos, en ella publicaron Franklyn Mieses Burgos, Mariano Lebrón Saviñón y Freddy Gatón Arce. Flérida de Nolasco e Hilma Contreras colaboraron con Altiplano.

No es posible establecer si Aída no publicó en Altiplano porque no fue invitada a colaborar, o si fue ella quien lo evitó. Dada la manera de Aída, no es descartable que practicara una lealtad un tanto excesiva hacia La Poesía Sorprendida y su revista. Las diferencias entre los sorprendidos y los altiplanistas fueron reseñadas por la prensa de entonces. Mientras que el grupo Altiplano, en el primer número de la revista, en lo que se puede leer como una reacción a la estética y conceptos de los sorprendidos, hizo constar que:
 “no es el órgano de un grupo ególatra o minoritario que pretenda sostener los pilares de la cultura nacional, o la escuela que marque los popes del arte o de la literatura actuales, sino la expresión del ancho sentir de toda actividad espiritual…
“Cultura sí con resonancia histórica, pero desde nuestro centro inmanente vital y espiritual.
“Creemos en aquel arte que brota de la más oculta arcilla humana, arraigado en su tradición y ambiente naturales, siempre inmerso en los problemas propios del hombre. Odiamos malabarismos artísticos y abstracciones metafísicas, que sólo sirven para “epatar burgueses y para ocio de filósofos insustanciales… Porque confundir el arte con el artificio, la esencia con el accidente, lo intrínseco con lo extrínseco o, en fin, lo finito con lo infinito, es como querer reducir la cualidad a cantidad…
“Arte intelectual, de sentimiento o volición, es pura palabreja escolástica en desuso”.[51]

A lo que, a ser interpelado por un periodista, respondió Franklyn Mieses Burgos:

La Poesía Sorprendida surgió en un momento de crisis del espíritu humano, durante la Guerra. En un momento en que parecía que los hombres estaban separados por nacionalismos estéticos, políticos y sociales. En esta isla, la Poesía Sorprendida surgió con un lema que explicaba la razón de su existir: Poesía Universal con el hombre.
“Nos proponíamos así, buscar el estado natural del hombre, que es la poesía. Para no desmentir esta norma con que aparecimos, en toda nuestra labor no hicimos distinciones raciales, ni de credos ni de clases, sino de posiciones estéticas, y de rigor en la labor espiritual del hombre, para quien lo importante es su propia creación.
“Creemos que esta es la posición que corresponde a toda labor artística que quiera mantenerse dentro del espíritu y las apetencias de nuestro tiempo. Cualquiera otra actitud, deber considerarse como ajena a la verdadera posición que ha de asumir un trabajador del espíritu”. [52]

En la Antología Poética Dominicana de Pedro René Contín Aybar[53], quien hizo un “paréntesis femenino”, que abarcó a: Altagracia Saviñón, Livia Veloz, amada Nivar de Pittaluga, Delia Weber, Concha Benítez de Valera y Martha María Lamarche. También Carmen Natalia Martínez y Aída Cartagena Portalatín fueron inexplicablemente ignoradas.
Aunque pueda calificarse de una conjetura peregrina, no puede una evitar pensar que precisamente esas dos poetas eran las que tendían a alejarse, de distintas maneras, de los cánones. Más Aída que Carmen Natalia. No producían el tipo de poesía que gustaría a un crítico conservador.





V. ESCALERA PARA ELECTRA

Queda pendiente volver a la Aída narradora, con el fin de resaltar lo que a mi modo de ver es su obra mayor, la novela Escalera para Electra. Si entre los cuarenta y el comienzo de los sesenta vislumbramos dos posiciones, percepciones o propuestas en torno a la poesía y literatura (lirismo y realismo social), entre las que oscila la producción de la creadora, en Escalera para Electra la inteligencia su encuentra el centro, que implica todas las demás nociones y exploraciones, logrando una obra extraordinaria.
La académica Linda María Rodríguez Guglielmoni, ha calificado la novela Escalera para Electra como “El texto perdido del Boom latinoamericano”.[54]

Para muchas de las preguntas sobre la poeta y narradora mocana no hay respuestas. Todo tanteo y análisis, como al fin y al cabo debe ser tratándose de una poeta, se vuelve materia de una conversación con el temperamento y las obras que la hicieron famosa, remitiéndonos a un espíritu que desde muy temprano supo lo que quería ser y se dedicó a lograrlo.







[1] Entrevista a Olimpia Cartagena, años 2000. Ángela Hernández.
[2] Ídem.
[3] Entrevista a Olimpia Cartagena. Ángela Hernández. Año 2000.
[4] Ídem.
[5] Entrevista a Olimpia Cartagena. Ángela Hernández. Año 2000.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Manuel Rueda. Isla Abierta, periódico Hoy. 1 de julio de 1994.

[9] José Alcántara Almánzar. Isla Abierta, periódico Hoy. 1 de julio de 1994.
[10] José Alcántara Almánzar. Aída Cartagena Portalatín. “Yania Tierra” y el Testimonio. Revista Ahora No. 930. 21 de septiembre de 1981. Págs. 36 y 37
[11] El escritor aquí es muy haragán”. Entrevista a Aída Cartagena Portalatín por Francisco Ortega. El Caribe, 29 de junio de 1991. Pág.5.

[12] El escritor aquí es muy haragán”. Entrevista a Aída Cartagena Portalatín por Francisco Ortega. El Caribe, 29 de junio de 1991. Pág.5.

[13] Esta información, la referida a la UNESCO, es imprecisa. Deberá ser mejor establecida en el futuro. ¿Cuál era la función de Aída? ¿Por cuánto tiempo? ¿Cuáles fueron las circunstancias?
[14] Entrevista a Aída Cartagena Portalatín por Carolina González.  Callaloo. Volumen 23, Number 3. Dominican Republic Literatura And Culture. The Johns Hopkins University Press. Año 2000. Pags. 1080-1085.
[15] Manuel Rueda. Isla Abierta, periódico Hoy 2 de febrero 1990, Pág. 2.
[20] Aída Cartagena. Listín Diario 9 de junio de 1931. Pág. 5
[21] Manuel Ruedas. Suplemento Cultural Isla Abierta. Periódico Hoy. 1 de julio de 1994.
[22] Daisy Cocco de Filippis. La mujer dominicana y el quehacer literario”. Coloquio. Periódico El Siglo. Sábado 21 de octubre de 1989. Pags. 2 y 3.

[23] http://www.latinartmuseum.com/portalatin.htm
[24] José Alcántara Almánzar. Revista Ahora No. 930. 21 de sep. 1981. Pág. 36
[25] Ídem.
[26] “Solitario Destino”. El Caribe. 31 de julio de 1948. Pág. 7.
[27] “Desnuda soledad del llanto”. El Caribe. 14 de junio de 1948. Pág. 7.
[28] “Poema”. Revista La Poesía Sorprendida. Nº XV, julio de 1945.  Publicaciones y Opiniones de La Poesía Sorprendida. Universidad Central del Este. Volumen LXX. San Pedro de Macorís. 1988. Serie Literaria.  Pág. 275
[29] Revista La Poesía Sorprendida. No  XIII. Oct., nov. y dic. 1944. Pág. 213

[30] “Yania Tierra” y el Testimonio. Entrevista a Aída Cartagena Portalatín por José Alcántara Almánzar. Revista Ahora, No. 930. 21 de septiembre de 1981. Pags. 35-38.
[31] Aída Cartagena Portalatín… por Francisco Ortega. El Caribe, 29 de junio de 1991. Pág. 5
[32]El escritor aquí es muy haragán”. Entrevista a Aída Cartagena Portalatín por Francisco Ortega. El Caribe, 29 de junio de 1991. Pág.5.
[33] Entrevista con Aída Cartagena
Por Milcíades Frías Jiménez
Coloquio. El Siglo. Sábado 25 de noviembre 1989

[34] Entrevista a Aída Cartagena Portalatín. Carolina Gonzáles. Callaloo
Volumen 23, Number 3. Dominican Republic Literatura and Culture.
The Johns Hopkins University Press
2000. Pág. 1080-1085.
[35] Entrevista a Aída Cartagena. Milcíades Frías Jiménez
Suplemento Coloquio. Periódico El Siglo. Sábado 25 de noviembre 1989.


[36] “El escritor aquí es muy haragán”. Entrevista a Aída Cartagena Portalatín por Francisco Ortega. El Caribe, 29 de junio de 1991. Pág.5.

[37] Aída Cartagena Portalatín. Obra poética completa (1944-1984). Compilador: Miguel Collado. Colección Biblioteca Nacional. Santo Domingo, República Dominicana 2000. Pags. 114-115.
[38] Aída Cartagena Portalatín. Obra poética completa (1944-1984). (Cantos para el hombre nuevo 1959-1961). Compilador: Miguel Collado. Colección Biblioteca Nacional. Santo Domingo, República Dominicana 2000. Pág. 163.

[39] Aída Cartagena Portalatín. Obra poética completa (1944-1984). Compilador: Miguel Collado. Colección Biblioteca Nacional. Santo Domingo, República Dominicana 2000. Pags. 164-165.

[40] Aída Cartagena Portalatín. La Voz Desatada (1960).  Obra poética completa (1944-1984). Compilador: Miguel Collado. Colección Biblioteca Nacional. Santo Domingo, República Dominicana 2000. Pág. 138

[41] Entrevista a Olimpia Cartagena. Ángela Hernández. Año 2000.
[42] Aída Cartagena Portalatín. “Estampas de Navidad”. Listín Diario. 25 de diciembre de 1932. Pág. 8
[43] Aída Cartagena Portalatín. “Estampas del Congreso”. Listín Diario 23 de abril de 1939. Pág.
[44] De la antología que comentamos, nos llamó la atención las mujeres incluidas, además de Aída Cartagena Portalatín, algunas de las cuales desconocemos: Blanca Estela Mejía de Prestol, Dolores B. de Expósito, Carmen Lara Fernández, Carmen Natalia Martínez, Estela Fernández de Simó, Victoria Jimenes Rivera y Ana Quisqueya Sánchez.

[45] Antología Biográfica. La juventud de Santo Domingo en la poesía contemporánea. 1924-1942. Iván Alfonseca. Impreso por la Editorial Claridad. Buenos Aires. Pág. 139
[46] Rutas de Nuestra Poesía. Flérida de Nolasco. Impresora Dominicana. Ciudad Trujillo. 1953. Página 138
[47] Revista La Poesía Sorprendida. Nº IV. Febrero 1944. Isla Española. República Dominicana. Ciudad Trujillo.
[48] Víspera del Sueño. Ediciones “La Poesía Sorprendida”. Colección “El Desvelado Solitario”. Ciudad Trujillo. República Dominicana. Antillas Mayores. 1944.

[49] Del Sueño al Mundo. Ediciones “La Poesía Sorprendida” Colección “El Desvelado Solitario”. Ciudad Trujillo. República Dominicana. Antillas Mayores. 1945.
[50] Antología de la Literatura Dominicana. Colección Trujillo. Centenario de la República 1844-1944. Serie IV Literatura. Volumen I, edición del gobierno dominicano. Impreso en Santiago de los Caballeros. Editorial El Diario. Febrero 1944.
[51] Revista Altiplano Nº 1. Abril 1948. Ciudad Trujillo. República Dominicana. Página 2.
[52] Poeta Sorprendido Señala Diferencia con “Altiplano”. Mieses Burgos Define Ideología De Su Grupo. P.A. Reyes Vargas. El Caribe, 8 de junio de 1948. Página 13.
[53] Antología Poética Dominicana. Pedro René Contín Aybar. Librería Dominicana. Ciudad Trujillo R.D. 1951.
[54] Linda María Rodríguez Guglielmoni. Estudio incluido en la edición de Escalera para Electra de Editorial Letra Gráfica. 2004. Colección Novelas de Siempre. Santo Domingo.


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