29 de diciembre 2018
ESTE ES MI
SENTIR
Antes que nada, mi eterna gratitud a todas las personas que han abrigado
con una ola de afecto a esta mortal nada perfecta. Sus expresiones de
solidaridad han formado una verde montaña en la que descanso mi cabeza.
Somos dados a
ignorar que cuando enjuiciamos quedaremos reflejados en la sentencia o el
dictamen que emitimos. Si alguien observa nuestras palabras con suficiente
cuidado atisbará en ellas los contornos de nuestro espíritu, reflejos de
nuestra personalidad sumergida. “De la abundancia del corazón habla la boca”,
dice la sentencia bíblica. Nos alague o nos disguste, estamos revelándonos todo
el tiempo.
A quienes
ejerciendo su derecho a la libre expresión y a la democracia del internet me
han bombardeado en estos días, quiero contarles de una operación alquímica. El
pasado domingo se me abrió una cuenta en el Banco de la Cordura Nacional. Por
cada palabra maligna que alguien dirige a mí se me depositan diez mil pesos,
por cada frase para empequeñecerme me depositan cien mil, por un mensaje
vomitivo quinientos mil, por uno intimidante igual cantidad, por cada espectro
de musarañas agazapadas en un párrafo un millón, por cada proyectil de odio
diez millones. Con ese fondo erigiré una biblioteca pública en cada barrio de
la capital y en cada municipio del país, que contendrá el súmmum de la
literatura y del pensamiento. Debe quedar bien claro que sus puertas se
mantendrán abiertas para todos ustedes.
Las pasiones
son nuestro fuego. Seducen. Magnifican. Nos propulsan. Provocan placer, dilemas.
Pueden impelernos a un extremo o al otro. Pero el fuego puede secar, quemar,
reducir a ceniza algo de inmedible valor, quizás irrecuperable. Aprender a manejar
el fuego fue un desafío para la naciente humanidad. Y lo logró. Y lo convirtió
en un arte cotidiano. Pero no puede afirmarse lo mismo de otro tipo de fuego,
ese que se acrecienta mientras consume a quien lo alberga en un caldo de ideas
fijas.
El odio pare
espejismos de solución a problemas que agranda. Ata la conciencia a sus
dominios. La avidez de castigo que le es inherente eclipsa la facultad de
comprensión. Sembrar odio es cebar y atizar sombras de por sí candentes. Arrastra
hostilidades, discordias, confusión. Polariza. Aturde. Crispa. Desencadena
demonios incontrolables.
Si en una
sociedad el odio (un continente de sombra) se torna dominante y llega a tomar
las riendas nadie saldrá ileso, nadie triunfante. La sombra exacerbada gozará
su pantagruélico festín. Devorará vidas, acervo… Quienes las hayan alimentado,
quienes las hayan tutelado, también sucumbirán en la vorágine. El siglo XX es
penosamente rico en ejemplos. (Oportuno es recordar la obra El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde
de R.L. Stevenson, ver la película La Ola
del director Dennis Gansel).
Inherentes al
ultraje a individuos o etnias o pueblos son las tretas para sustraerles
humanidad a las víctimas. En épocas pasadas
se dudó del alma de las mujeres, indígenas, negros... Para quienes se habían regalado el derecho a
disponer de su vida era de crítica importancia decretar su animalidad, su
carencia de alma. Esclavizarlos no ofendería a Dios. No habría culpa ni
expiación ni menoscabo del rango social. Soldados de EE. UU. que combatieron en Vietnam
explican por qué llamaban Gook a los
vietnamitas. Un Gook no era un humano.
Matar a un Gook no implicaba cargo de
conciencia. Estos son los atajos del odio.
“El diablo es la arrogancia del espíritu,
la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda”, dice un personaje de
Humberto Eco.
2
Si nuestro corazón estuviese hecho de diamante sería bello,
tanto que casi cegaría. Si nuestro corazón fuese de diamante duraría milenios. Pero,
¿quién se enternecería con su perfección?, ¿quién se conmovería con su
eternidad? Los ruiseñores cantarían, pero no para nuestro deleite. El agua fluiría,
pero no para acariciar los sueños.
Nuestro corazón podría haber estado recubierto de platino o de
cromo o bien encapsulado en hueso, gracias a Dios su piel es más fina que la
más fina de las sedas; sus tejidos los más delicados, los más íntimos. Haz de lazos
comunicantes, simboliza la quintaesencia de lo que somos, el umbral del
espíritu, “el horizonte de los sucesos” a escala humana.
La fiesta de la vida es sentir. Perder sensibilidad denota
un glacial padecimiento.
La empatía es la piedra angular de lo que somos. Si esa
piedra se correo con ácido sulfúrico o se cuartea a martillazos, igual nos sucederá
a nosotros. De la empatía emana la capacidad de participar en el otro, de
ponerse en sus zapatos. Si me estás haciendo el honor de leer estas líneas, haz
memoria. ¿Qué sentimiento te estremeció cuando te lastimaron o se propusieron destrozar
tu autoestima, aislarte? ¿Qué experimentaste cuando alguien tuvo el valor de enfrentarse
a quien te hacía daño? ¿Qué emoción afloró en ti cuando saliste en defensa de
una persona que era agredida o acosada?
Nadie es solo
luz. Nadie es solo sombra. Las culturas, los relatos de los pueblos patentizan
también sus luces, sus sombras, sus penumbras, sus singularidades. A cada
generación le corresponde decidir qué fortifica, qué cambia, qué funda, qué mantiene
a raya, qué explora. Hasta donde conocemos, solo los humanos son capaces de crear
símbolos, lenguaje, pero su cualidad estelar estriba en cultivar los
sentimientos, desarrollarlos. Meditar sus emociones. Sentir sus pensamientos.
Así como
podemos criar y nutrir afectos, también somos capaces de impregnar de
combustible hasta la lógica más primordial de la vida. Eso empavorece
3
La bandera no
es un látigo, sino el emblema de la dignidad, la valentía, la esperanza. Une. Invita a confraternizar con todos los
pueblos del mundo. Está hecha de un lienzo para que ondee. Imposible concebirla
de concreto.
Para concluir
estos sencillos pensamientos, nada me parece más oportuno que la siguiente
estrofa de “La gloria del progreso” (1874) de Salomé Ureña:
¡Oh, dichosas
mil veces las naciones
cuyos nobles
campeones,
deponiendo la
espada vengadora
de la civil
contienda asoladora,
anhelan de la
paz en dulce calma
conquistar del
saber la insigne palma!
Esa del genio
inmarcesible gloria
es el laurel
más santo,
es la sola
victoria
que sin dolor
registrará la historia
porque escrita no está con sangre y
llanto.