CAMILA HENRÍQUEZ UREÑA:
EDUCAR ES ENSEÑAR A LEER
(Prólogo al libro Invitación a la lectura)
Por Ángela Hernández Núñez
El conjunto de ensayos reunidos bajo
el título Invitación a la lectura[1]
está concebido para enamorarnos de los libros. Persuadirnos, con acento de
generosidad y lucidez de miras, de los tesoros de saber y placer que nos
aguardan en la poesía, la novela, el ensayo, el teatro, la biografía. La autora
delinea con precisión el proceso mediante el cual se forman lectoras y lectores
inteligentes. Con admirable perspicacia discurre sobre mitos, símbolos, historia,
religión, cultura, crítica, y formación de criterio en el lector. Su
preocupación capital es enseñar a leer, a comprender, a combinar sensibilidad y
razón en un proceso empático, dinámico.
Esta obra es atractiva para todo
público e imprescindible para educadores y educadoras. Contiene una elaborada propuesta de educación
literaria, cimentada en una visión comprensiva (abarcadora) y responsable,
vastos conocimientos y fe en las potencialidades de estudiantes y lectores. El
conjunto es una ecuánime y luciente defensa de los libros, considerados como
amigos y única puerta para acceder al acervo cultural de la humanidad y ser
personas libres, con criterios y capacidad de hacer elecciones.
En los once ensayos que componen la
obra, correspondientes a una serie de conferencias dictadas hace más de medio
siglo, su autora destila sus experiencias de muchas décadas, su visión de la
literatura, su sistema para enseñar a leer, su postura vital. El conjunto, de palmaria
vigencia, es síntesis sustantiva de una formidable erudición al servicio de un propósito
pedagógico: aproximarnos al espléndido universo de los libros, inspirarnos a
ser lectoras y lectores que alimentan su espíritu en una fuente inagotable.
Puede afirmarse que Invitación a la
lectura es un curso de literatura diseñado con esmero de artista y
conciencia de época para que quienes lo apliquen continúen enriqueciéndolo a la
luz de los nuevos ingredientes y retos surgidos del movimiento de las ideas y
la creación. Es un curso completo y, a la vez, abierto, con la flexibilidad de
las cosas vivas. Camila Henríquez Ureña retrata en él las motivaciones que
confirieron encanto a su labor académica, la calidad que premió su dedicación,
el brillo de un pensar que discurre cómodo en la ausencia de publicidad. («El silencio es el sol que
madura los frutos del alma»[2],
expresó Maurice Maeterlinck, autor del que ella recomienda El pájaro azul y La vida de
las abejas como lecturas escolares).
Cada uno de los ensayos posee su
valía, en tanto condensada y, a la par, expansiva reflexión que va al meollo
del asunto, trátese de arte literario, poesía, novela, ensayo, teatro,
biografía. En todos incita a la formación de criterio, al discernimiento, al
hábito de lectura.
Seguramente se aprovechan más leídos
en secuencia, pero imagino, por ejemplo, a los integrantes de un taller de
narrativa inmersos en el análisis de los ensayos sobre la novela y su
evolución, a estudiantes de teatro haciendo lo propio con «Estructura de la
obra dramática». Ningún docente de literatura, ninguna escritora o escritor
dominicano, debe privarse de leer el libro entero. Además de aprovechar los
frutos del mismo, querrá seguir conociendo a una de las ensayistas más notables
del Caribe en el siglo XX (incluidos hombres y mujeres).
Se necesitaría leer un significativo número de libros para igualar el conocimiento que puede adquirirse en esta obra. Y, aunque se leyeran centenares de páginas de aquí y allá, sería una suerte encontrar pasajes que seduzcan tanto como muchos de los surgidos de la pasión intelectual de Camila Henríquez Ureña.
Leer es auspicioso, es el mensaje que
subyace en su discurso. Nos aclara dudas de esas que solemos arrastrar quienes no
hemos recibido una formación guiada y sistemática en torno a los lenguajes, la
historia literaria, los géneros, la relación literatura oral y literatura
escrita, entre historia y literatura, lenguaje literario y lenguaje corriente
(coloquial, jergas, argot).
De lo primero que se ocupa es de
establecer las diferencias entre literatura y bellas artes, lenguaje científico
y lenguaje literario, literatura y «grandes obras». Y lo hace con jugosa
morosidad de matices y ejemplos.
En cuestiones clave, como la función
de la literatura, la autora no se ciñe a ofrecernos su parecer, ahonda y expone
voces y perspectivas plurales. Su sistema consiste en avecindarnos en el
corazón del saber, donde se oxigena la sangre de muchas corrientes. Donde no
hay nada estático y todo, aun las zonas laberínticas, despierta nuestro apetito
de exploración, sed de verdad, de belleza.
Página tras página, Camila Henríquez
Ureña nos inspira a descubrir en la literatura lo que no podemos hallar en otro
campo, a encontrar en la obra lograda resonancia de todo lo humano,
constelaciones de preguntas, sentimientos complejos, provocación a nuestros latentes
talentos, estímulos a la generación de criterio e ideas, en suma: conocimiento
y placer específicos al arte literario.
Por doquier, abundan granos de materia
estelar; síntesis en las que su pensamiento y experiencias son indisociables de
la biblioteca universal en la que ha bebido durante toda su vida. Veamos
algunas. «Somos siempre contemporáneos del poeta». «El poeta tiene que insistir
en la poesía como victoria sobre la palabra». La intensidad de la expresión
verbal, recurso de la poesía, «implica una intención de cambiar, de transformar
los poderes del lenguaje». «Creo que cada novela (…) tiene sus características
propias, y que nuestro juicio personal deberá basarse en primer término en lo
que de esas características podamos apreciar». «La falta de desarrollo del
hábito de lectura puede hacer al individuo permanentemente ignorante». «Leer
novelas es un arte difícil; exige a la par finura de percepción y audacia
imaginativa». «Y persistirá la biografía, porque el hombre sentirá siempre la
necesidad de conocer al hombre; de llevar hasta el límite el descubrimiento de
sí mismo».
Este fascinador y meditado elogio al
libro y a la lectura, esta convocatoria a leer, cae como anillo al dedo en
nuestro país, tal si se hubiese escrito tras un minucioso examen de uno de los
más persistentes problemas en nuestra cultura, en nuestra educación: el bajo
nivel de lectura, el marginado rincón asignado a la literatura, el eclipse o el
olvido de la función de las bibliotecas públicas, la insignificancia a la que
se han condenado la Ley del Libro y Bibliotecas y casi cualquier otro intento
de atenuar el problema (recuérdese el cementerio de bibliobuses).
«Creer cinco cosas increíbles antes del
desayuno»
Es común escuchar a profesores de
distintas universidades lamentarse de que sus estudiantes son renuentes a leer
una novela que exceda las cien páginas. No les importa el contenido, solicitan
sin tapujos que les asignen obras cortas, de tramas simples, acordes con su
pereza intelectual.
La pobreza de lectura es el
inconveniente más advertido y menos resuelto en nuestra cultura. Ha sido
señalado de manera persistente como una falla en el sistema educativo que
afecta a todos sus objetivos, un obstáculo para el desarrollo editorial, una
barrera para el crecimiento en calidad y cantidad de obras de autoras y
autores, una situación que limita la expresión del pensamiento y nos sitúa en
desventaja frente a extranjeros.
Muchos quieren achacarlo al vértigo
tecnológico del mundo de hoy, como si se tratara de circunstancias recientes.
Hay quien se atreve a decir que el libro físico es obsoleto. Otros afirman que
las bibliotecas carecen de usuarios. O que no hay tiempo para leer una obra de
más de veinte páginas. Conforme a esta miopía, deberíamos recortar nuestro
intelecto, achicar nuestra imaginación, plegar nuestra humanidad. O, por el
contrario, escuchar a Camila Henríquez Ureña, quien exhorta a leer lo bueno, lo
excelente, y estuvo convencida de que «las obras maestras deben figurar siempre
en primer término en todo plan de lectura bien organizado». Al lector con falta
de imaginación le recomienda que siga el ejemplo de la Reina Blanca (en Alicia
en el país de las maravillas), «que se esforzaba en creer cinco cosas
increíbles todos los días antes del desayuno».
«Mi misión profesional es enseñar a
leer», reitera una y otra vez, sin sombra de duda, la autora de Ideas
pedagógicas de Eugenio María de Hostos, para quien los libros conforman una
suerte de patria extra, pletórica, estimulante. Hábitat inmortalizado por la
labor de una multitud no numerosa.
Insiste en que «el desarrollo del
pensamiento humano en la época moderna es, fundamentalmente, obra de la lectura
inteligente». Cree, con Alain[3], a
quien cita con frecuencia, que enseñar a leer bien debería ser la base de toda
enseñanza. «Mi misión profesional es enseñar a leer. Enseñar literatura no es,
no debe ser en esencia otra cosa que enseñar a leer, cultivar en otros como en
nosotros mismos el gusto por la lectura», expresa Camila Henríquez Ureña, en su
ensayo «El lector y la crítica», en el que señala, asimismo, que enseñar a leer
presupone una adecuada orientación. Y es lo que ella pone en práctica no solo
en las aulas, sino también en sus conferencias, sean estas en una cárcel de
mujeres o en un ateneo, y en sus escritos. De ahí que, mientras nos está induciendo
a pensar, a imaginar, nos traspasa la agradable impresión de estar siendo
escuchados por la maestra. Sin que apenas nos percatemos, nos va enseñando a extraer
zumo solar de las páginas leídas, a participar mediante la reflexión y las
preguntas. A juzgar, de algún modo. Un docente que permite que estos ensayos le
cautiven, experimentará lo que es enseñar a apreciar de forma viva la
literatura. Y en este punto se hará evidente que Camila Henríquez Ureña, reacia
a todo género de afectaciones, logra contagiarnos su pasión por los libros
porque es una maravillosa lectora, una infatigable exploradora, colmada de
curiosidad y asentado asombro. (Quien no siente entusiasmo por los libros,
¿cómo podría enseñar a buscar en ellos conocimientos y gozo?).
La serie de ensayos (escritos para conferencias) apunta a un propósito: incentivar la buena lectura. Mostrar con incontrovertible argumentación y formidables ejemplos (obras, autores) que, como bien afirmó Aristóteles, la lectura produce un goce que le es «peculiar y propio». La literatura implica saber y placer. Se ocupa del suceder imaginario, nos dice Camila. Es arte, arte literario, expresión, comunicación. «Sin intención estética en el lenguaje no puede haber literatura», concluye en el ensayo primero de la serie, en el que resalta la especificidad del saber inherente a la obra literaria. Esta es, en cierto sentido, «pura experiencia» comunicada, que entraña imaginación en libertad, una actitud espiritual y una intención en quien la escribe.
Ideas y creaciones de poetas,
novelistas, filósofos, educadores son reunidos por el enciclopédico intelecto
de la maestra domínico-cubana,
quien nos invita al banquete sin fin. Clásicos, contemporáneos, antiguos, vanguardias,
todos se mueven con naturalidad en la voz y la pluma de la autora de «El arte
de leer». Homero, Cervantes, Alfonso Reyes, García Lorca, Virginia Woolf,
Milton, Virgilio, Eliot, Goethe, Shakespeare, Montaigne, Unamuno, Victor Hugo, Menéndez
Pidal, Juan Ramón Jiménez, Dante, Shakespeare, Francis Bacon, H.G. Wells, José
Martí, Rubén Darío, Maupassant... Visiones sutiles y poderosas discurriendo en
una duración propia de comunidad sin fronteras, de la que forma parte Camila
Henríquez Ureña en calidad de anfitriona, creadora de saberes y edificadora de
puentes hacia nosotros. (Hemos de confesar que extrañamos en ese concierto más
voces femeninas. Sor Juana Inés de la Cruz, Teresa de Ávila, Gabriela Mistral,
Carmen Laforet, Charlotte Brontë…).
Camila Henríquez Ureña le confiere especial
atención al lector. Este no es un recéptalo al que atestar de «cultura»,
tampoco equivale a barro moldeable por especialistas. Es una persona que merece
la mejor de las orientaciones. Sea joven o adulta, posee una historia personal,
imaginación, gustos, capacidad de pensar. La autora de Invitación a la
lectura concuerda con Virginia Woolf en que la independencia es la cualidad
más importante de un lector. «Permitir que unas autoridades, por muy cubiertas
de pieles sedosas y muy togadas que estén, entren en nuestras bibliotecas y
dejar que nos digan cómo leer, qué leer, qué valor dar a lo que leemos es
destruir el espíritu de libertad que se respira en esos santuarios», había
escrito la novelista inglesa en ¿Cómo debería leerse un libro?, ensayo citado
más de una vez por Camila. Ambas escritoras saben que el hábito de lectura se
forja con buen gusto y libertad.
Leer con prejuicios, reparos, desgana
e ignorancia conduce a un despilfarro de tiempo y energías. Enseñar a leer
implica suscitar interés por las obras de reconocido valor literario al tiempo
que se favorecen la apertura mental, la curiosidad, la manifestación del juicio
propio, aun este fuese, al principio, torpe, limitado. Hemos de creer que mejorará conforme crezca
el entusiasmo por las buenas obras. «Todo lector, consciente o
inconscientemente, tiende a analizar lo que experimenta al leer», piensa
Camila, y exhorta a que anotemos las impresiones e ideas surgidas en el curso
de una lectura, las cuales, eventualmente, se podrían convertir en valiosa
crítica.
No existen normas absolutas para
juzgar una obra. La oportuna orientación a los estudiantes, de quienes se
espera aprecien una buena obra literaria, incluye la flexibilidad para que
realicen sus propias deducciones, a la luz de su carácter y expectativas. Esto
no es menos importante que las pautas que les son dictadas para aprovechar la
lectura en su formación.
Los libros representan la cabal
democracia. Todas las puertas que simbolizan están siempre abiertas a todas las
personas, de todas las edades, de todas las condiciones. «Puede ser que el que
no haya formado temprano el hábito de leer no pueda sentir desde el principio
arder en su espíritu la llama del entusiasmo, no importa, hay que ponerse en
contacto con nuevas obras notables, y esperar…», observa la mujer que vio la
luz en la pequeña Santo Domingo de 1894, y cuyos saberes harían escuela.
Los dones de Camila Henríquez Ureña
De una estirpe de maestras y maestros,
Camila hereda la vocación y continúa la tradición familiar que tan
significativa influencia ejerció en la educación dominicana. Se convierte en
maestra por excelencia, al igual que su hermano Pedro. Inclinaciones
pedagógicas, acuciosa inteligencia, disciplina académica, pasión por la cultura
fueron características de ambos. Los dos, de pensamiento soberano, iluminaron
los ámbitos en que se desenvolvieron. Pedro es conocido y admirado en todo el
continente. Tardíamente empezaríamos a enterarnos en República Dominicana del
calibre intelectual de su hermana menor.
Miles de páginas manuscritas o
mecanografiadas atestiguan la consagración de Camila Henríquez Ureña a las
letras y a la enseñanza. Como notas de una música universal, en todos sus
escritos se percibe el influjo que los libros ejercieron en su constitución de
humana a quien la vida le deparó un destino acorde con su vocación. Su
grandioso legado intelectual la sitúa como escritora, crítica y pensadora estelar
del Caribe hispano. Es ella la gran ensayista dominicana del siglo XX.
La hija de Salomé Ureña fue una
muestra de ese pujante genio femenino que se manifestó en creadoras, pensadoras
y científicas en el siglo XX. Genio floreciente en la libertad conquistada por
las mujeres en los campos de las leyes, la educación, el trabajo y la cultura.
Ideas de vanguardia sobre feminismo, a
tono con lo más avanzado que se producía entonces en distintos países de
América y Europa, se las debemos a Camila Henríquez Ureña y a Abigail Mejía. Están
contenidas en los escritos de la primera sobre el tema y en el Ideario Feminista
de la segunda, lo mismo que en conferencias pronunciadas por ellas.
Asombra que pocos escritos de Camila
vieran la luz pública antes de su muerte. Por temor a ser comparada con su
hermano Pedro, opinan algunos. Pero esta podría ser la más simple de las
especulaciones. A lo mejor Camila atesoraba su paz, su privacidad por sobre
todo. A lo mejor sus estándares críticos eran demasiado altos. O heredó la
modestia de su progenitora.
Lo cierto es que la autora de Invitación
a la lectura, aunque afirma que no es crítica profesional, ejerce la
crítica con depurados criterios, como se evidencia en sus estudios de Cervantes
y Dante, sus comentarios a la poesía de García Lorca, a la narrativa de Guy
de Maupassant, a las técnicas de William James, entre otros. Sus
observaciones a la crítica escrita por otros pueden ser fascinantes. Por
ejemplo, su interpretación del ensayo de Azorín que resituaría Los trabajos
de Persiles y Sigismunda.
Camila Henríquez Ureña fue una isleña
cosmopolita de sobresaliente erudición. Investigadora, humanista con finas intuiciones.
Conocedora a fondo de la tradición, exaltó el valor de los clásicos, los
imprescindibles, y justipreció los giros revolucionarios indicadores de renovación.
Su visión, distante de autoritarismos,
unificadora de ética y estética, se refleja en su método de llamarnos al
convite literario, en su elogio a la libertad creativa, en su concepto de la
educación, en sus ideas en torno a la crítica y los críticos, en la selección
de libros que recomienda para la escuela. Léase con particular atención su
ensayo sobre el ensayo. «El ensayista no tiene para darnos, más que su
pensamiento desnudo», nos informa, y pasa a recomendarnos a aquellos que
considera escuelas de formación del pensamiento. (No es casual que reprodujera
como muestra el escrito por Alain sobre el poeta Lauro de Bosis[4],
moderno correlato de Ícaro).
Leyendo a Camila Henríquez Ureña experimenté deleite.
Vi las palabras en funciones iluminadoras y me acordé del hechizo que me causó Las
peras del olmo de Octavio Paz. Los dos ensayistas poseen el don de
persuadir, ilustrar y encantar. Inspiran con idéntico sol.
La alumbrada por la estoica Salomé
Ureña, ya en seria crisis de salud, en las proximidades del mar Caribe, ejecuta
con sus lectores un acto mágico, posible por la claridad y profundidad
características de su estilo, la sencillez de gran calado de su pluma, su
intención pedagógica. Doy fe de ello, pues, párrafo tras párrafo de Invitación
a la lectura he sido alumna de la autora. El genio femenino me ha mostrado el genio
humano, el genio de la creación y la duración en la fuente de las fuentes.
Santo Domingo, 2020
[1]
Según se ha dado a conocer en publicaciones anteriores, Invitación a la
lectura reúne el ciclo de conferencias que ofreció Camila Henríquez Ureña a
inspectores y asesores del Ministerio de Educación de Cuba en 1964. Sería
interesante recordar algunos elementos del contexto: el bloqueo total a Cuba, la
atmósfera hostil de la Guerra Fría, los arsenales nucleares, el convenio
firmado por Fidel Castro con la URSS, la toma de partido de los intelectuales
en América Latina y el Caribe, los movimientos pacifistas, anticoloniales,
feministas, juveniles y de derechos civiles que cobraban fuerza en esos años. El
talante de la conferencista domínico-cubana contrasta con un entorno en el que cunden circunstancias
perturbadoras, pero es factible deducir que no le es de ningún modo ajeno.
[2] En
este prefacio opté por citar según el modo común en poetas o prosistas
creadores de ficción, el cual no se ciñe a las pautas académicas.
[4] Lauro Adolfo de Bosis (Roma 9 de
diciembre 1901 - Mar Tirreno 3 de octubre de 1931), poeta italiano, aviador,
antifascista.