ALÓTROPOS:
LA MAGIA CENTRÍFUGA
DE LA PALABRA
Por Mantonio
Acevedo
He sido testigo de
la construcción de un universo dual, de la rutinaria vida de unos seres que
buscan fluir apegados a su designio de transparencia.
Borro
los ojos de Dinorah. Quisiera tacharla entera… En este momento las palabras me
contemplan desde esa mariposita empañada… He de aniquilarla. Un plagio. ¿Qué
busca esa mariposita empolvando la pared?... Suena el timbre. ¿Ordena dormir?
(Un plagio). ¿Ordena cenar? (Un plagio)… Me sonreía afirmándome que había
plagiado a un mexicano. ¿Eran seguras sus palabras?... En este momento las
palabras me contemplan desde esa mariposita empañada[1].
Todos los
personajes de Alótropos están hundidos,
sumergidos en la búsqueda interminable de esencialidad. El deseo de libertad,
de atravesar invisibles la vida, une a estos personajes, que si bien no escapan
de la realidad y el orden, pretenden negarlos.
¿Por qué el deseo
se apodera irremediablemente de los personajes de este libro, enviándonos a esa
vertiginosa placidez de la que nunca retornan? El que esto ocurra me permite
aludir al humano pasto de que están hechos.
Cuando aludía
anteriormente a una intencionada fugacidad, lo hacía a partir de antecedentes,
para mí muy claros. En Alótropos los
personajes se diluyen y se evaporan, dejando tras de sí una estela, una
irrebatible materialidad. Estos llegan a tener una forma, una definición de
vida. Ahora bien, ellos eligen seguir transformándose en lo que Lezama Lima
diría que es “una misma agua discursiva”. Tal vez se deba a que no aspiran a
una concreción determinada, a que nunca piensan en ser, como en los nocturnos
de Gorostiza, estatua o niebla.
¿Qué quiere mi
sencillez al lado de tu complejidad? (Nietzsche). Tejer un pasado, que vuelva a
ser hoy, mañana y siempre ha sido el propósito de la narradora Ángela
Hernández: anclada a la orilla de un desvelado impulso, el de fluir e inventar
un tiempo nuevo. En esa aventura, uno puede sentir sus ondulaciones y
estallidos. Recuerdo que esos “papeles”, con dimensiones y nombres, solo eran
un grupo de cuentos mecanografiados, guardados escrupulosamente en un sobre
manila.
Digo esto porque
para mí Alótropos es mucho más que un
libro, ha sido la experiencia de contemplar un rito, de asistir a la ceremonia
de su tramado, de su mística fusión, de su unidad. Unidad de componentes que
sin ser idénticos cohabitan en un mismo espacio. A veces me pregunto cómo fue
posible ese acopio de tan variadas técnicas y procedimientos narrativos. Alótropos representa la magia de una
centrífuga escritura. No busca, no anhela, una verdad razonable, su única
verdad es la belleza. El libro para mí ya es un misterio. Él asume para sí el
campo de lo imaginario, en y desde lo poético. Sus textos borran límites.
Espacio que se apropia de ambos extremos haciendo de lo narrado y lo poético
una misma sustancia. ¿Cómo fijar o establecer la procedencia genérica de muchas
de sus partes?
Esa búsqueda en la
producción cuentística ha aproximado a Ángela Hernández a una auténtica
comunión con las leyes del cuento literario, pues a mi juicio los cuentos de
Alótropos son la más fuerte evidencia de madurez técnica y eficacia en el uso
del lenguaje. La lectura de sus escritos me confirma su personalidad como
creadora. Escritos que instauran, claramente, su percepción de mujer, sin
menoscabo de la calidad literaria. He de acentuar que la literatura es escrita
por individualidades, que toda la literatura imaginable no es más que el
conjunto de conciencias determinadas, de voces y percepciones que la
constituyen. T.S. Eliot no hubiese escrito nunca Las Olas, ni Virginia Woolf las primeras estrofas de La Tierra Baldía.
“Cómo recoger la
sombra de las flores” es un texto alucinante, el que más estimo. La utilización
del recurso poético en el mismo me produce la misma fruición y embriaguez que
la poesía oriental: Ando y ando/ si he de caer/ que sea entre las flores
(Li-Po). Genera en mí ese poder nadar por sus aguas en silenciosa complicidad
con lo narrado. Una Faride sepultada por un mundo de contrastes y pesadez, que
trata de recuperar su inocencia de mujer y que busca, en un estado de
vibraciones, integrarse al universo. La querida Faride ha encontrado la
poética:
Existir
y no se/ es un milagro/ ser el borde de lo indescifrable/ equidistancia de la
aceptación/ una cordura al margen de preceptos/ un lúcido candor/ una dorada
vértebra escondida[2].
Entonces, poco a
poco, en el hogar de Faride, el de la familia tradicional, cada quien me dará
noticias de sus irrazonables conductas. El relato terminando diciendo que quizá
todo se reduzca “a una mera cuestión de poética”. Estoy de acuerdo. La idea de
la poesía capaz de redimir la condición humana, se acentúa aquí como símbolo.
Faride es parte de esa humanidad cuya historia está llena de horrores,
impedimentos y miserias.
En “Teresa Irene”,
la escritora alude con cierta levedad al mito de la ciguapa. Texto de señales
que muestra las sucesivas y necesarias metamorfosis del espíritu. “Teresa Irene”,
que pudo haberse llamado Teresa Batista o Emily Fires, es aquella niña que ha
resuelto quedarse desvestida y entregarse a su entorno, formando con este, en
invisible permanencia, una misma entidad.
Sin embargo,
distingo un cuento de alucinante impulso y sólida atmósfera, “El Cuadro”. Uno
de los ejemplares insólitos que pueblan el libro. Este cuento nos proyecta a
una zona de angustia, recuerdos y vivencias de un pintor en pavorosa locura.
Lleno de arrebatos verbales de una aprensible reflexividad. Una cárcel en penumbras
acabará siendo su fugaz y volátil memoria.
Ahora estos cuentos
me asaltan por las hendijas más diminutas, siendo arrastrado a un juego de
leyes inocentes y misteriosas. ¿Quién es uno en ese andamiaje de cuerdas? Puede
que un día me siente a escribir temiendo la posibilidad de ser Felipe Alfonso.
O quién no ha sentido o experimentado la vaga pero irrefutable certeza de andar
por ahí desconectado de la realidad, tal y como Faride en “Cómo recoger la
sombra de las flores”, texto en que la autora mejor incorpora los sueños a la
creación cuentística.
Así Ángela va
revelándonos el mundo, falso e irreverente, camuflado por el caos, pero nunca
exento de locura, levedad o transparencia.
Mayo, 1990