Del capítulo 18: Leona o la fiera vida
¿Qué me sucede? ¿Quién me explica? Un
licor de urgencias humedecía mi esqueleto. Me echaba a la boca puñados de
semillas de girasol inflamadas de belleza. Hincada en la orilla, metía los
brazos en el río para atrapar luces sumergidas. De mis cabellos mojados
goteaban palabras. A Batalla la escudriñaba por largo rato, desesperando por el
mensaje que se escondía en sus ojos.
¿Qué piensa Beba cuando asoma sus ojos
amarillos a este río sobrecargado y frágil, manchado y reluciente? ¿Qué piensa
de esta acumulación de ecos, chasquidos, música? Piensa que el caos acecha
desde hace meses. Piensa que leo más libros de los que aguanto. Que las letras
apiñadas en el cerebro trastornan el juicio. Que la experiencia es pequeña y
complicados los mundos en las páginas. Que me ha visto cantar y gruñir mientras
sueño. Que sabe del proceloso río y de sus ramificaciones. Con señas de muda,
le comunico que los sucesivos cauces, meandros y quebradas pasan por mí como
las sombras de las nubes sobre las montañas o el enjambre de mariposas que no
hace mucho sobrevoló Quima. Que no es para asustarse ni mucho menos. Pero el
formidable esfuerzo de calmarla, estando yo sobre ascuas, hace que mis
apretados párpados exuden ardientes gotas.
El universo se nutre de mí. Huele a mi
través. Escucha. Se goza en mi existencia rasgada. A cambio, puedo hablar en la
lengua de los cocuyos. Teñir mis dedos en la hierba. Morder la escama del
dragón hasta triturarla. Todo para que Emilio, al fluir por mi sangre como por
una quimera, donde esté sobreviva.
Abro los ojos en la ignición de un
sueño. Las palabras se asientan en mis labios crecidos como fruta de agosto. Me
clavan sus dientecillos de leche. Peinan mi boca con plumillas de colibrí. En
la lengua me incrustan brasas como granos de azúcar negra. Algunas se derriten
en mi saliva, haciéndome recordar a cubitos de añil en el agua. Aun las
horribles (los erizos, las bilis, las babosas, las fogaratés, las espectros)
transmiten querencia, no menos que las mullidas, sugestivas, cándidas. ¿Qué me
provoca este fenómeno? ¿El sufrimiento de Emilio? ¿Las resonancias de la
guerra? ¿El polvo mágico con el que dedos invisibles me alargan y redondean
partes de mi cuerpo? ¿La ausencia de Virgilio? ¿El declive de mi madre? ¿Las
historietas, los libros? ¿Los hijos de Noraima? ¿Mi reabsorción por Quima?
¿Qué? ¿Todo junto? Era como para esconder mis ojos delatores, mi alocado
semblante.
Beba no debía enterarse de las
metamorfosis que operaban en mí, porque entonces sí que iba a coger el monte
pensando que me había picado la misma mosca de metálico brillo (la mosca
mecánica, la escapada del futuro, decían) que envenenó de alucinaciones a
Leoncio, el perito forestal nuero de Florinda (hasta que el tétano, cogido en
una herida en la planta del pie al pisar una lata de sardina mohosa, terminó
con su tortura mental y con su vida).
En el canto del absurdo, me derribaba
el sueño. (Tal vez mi cerebro desarrollaba trances para imponerme reposo). Por
la mañana me encontraba como si saliera de una jornada en otro planeta,
derivando selvosos mensajes, lenguajes fronterizos.
LEONA,
O LA FIERA VIDA
by Ángela Hernández Núñez
From chapter 18: Leona o la fiera vida
What is happening to me? Who can figure me out? Intoxicated by a rush or
urgencies that moisten my very frame down to my bones. I toss fistfuls of
sunflower seeds blazing in beauty into my mouth. Kneeling on the edge of the
river I thrust my arms into the water so as to capture the underwater lights.
Words drip from my wet hair. I search Batalla’s eyes for a long while desperate
to know the message she hides within.
What is Beba thinking when she lays her yellow eyes on this same
overladen and fragile river, at once tarnished and gleaming? What does she
think of this accumulation of echoes, splashes, music? She thinks that chaos
has been lying in wait for months. She thinks that I read more books than I can
stand. That all the letters crammed in my brain have affected my judgment. That
experience in an of itself is simple, whereas the worlds within all those pages
is confused, at best. That she has seen me sing and growl while I dream.
That she knows of the tempestuousness of the river and its derivations. I
signal to her that the succeeding flow, bends and gorges pass through me in the
same way that the cloud’s shadows travel over the mountain or the way that the
flock of butterflies recently flew over Quima. It is nothing to
fear. However, the formidable effort to calm her while I am on fire
myself results in burning drops dripping from my tightly shut eyelids.
The universe feeds on me. It perceives smells through me. It listens. It
rejoices in my very existence, albeit frayed. In exchange I can speak in the
language of the fireflies. I can stain my fingers in the grass. I can bite into
the flaky skin of a dragon and shred it. All that so that Emilio, as he flows
through my blood like a chimera, wherever he may be, may survive.
I open my eyes at the point of the ignition of a dream. Words alight on
my lips which have ripened like fruit in August. They bite me with their baby
teeth. They brush my mouth with hummingbird wings. They embed little coals on
my tongue as if they were grains of brown sugar. Some melt in my saliva
reminding of tiny cubes of indigo in water. Even the horrible ones (the spiny
ones, the bilious ones, the stupid ones, the irritating ones, the wraiths)
communicate their attachment, in no way less than those that are soft,
suggestive, or candid. What is making me feel this way? Emilio’s suffering? The
plangencies of the war? That magic dust with those invisible fingers that are
stretching out and rounding out my body? The absence of Virgilio? The quiet
decline of my mother? Cartoon strips? Books? Noraima’s kids? Quima’s
reabsorption of me and me of Quima? What then? All of it? It is enough to
conceal my tell-tale eyes, my crazed demeanor.
Beba must not find out about the metamorphoses taking place in me
because if she did she would take off to the hills convinced that I had been
bitten by the same fly with its metallic shine ( the mechanical fly, the escape
to the future, they said) that poisoned Leoncio’s (the forestry expert,
Florinda’s son-in-law) hallucinations (until the tetanus that he got from
hurting the sole of his foot when he stepped on a moldy sardine can ended his
mental torture and his life).
My dreams knock me out with their absurd chant. (Perhaps my brain has
put me under a hypnotic spell so that I can rest). In the morning it is as if I
were coming from having spent time on another planet, channeling jungle
messaging, coterminous languages.
Translated by Isabel Zakrzewski Brown
Del capítulo
veintiuno
Cacao volvió con su cantilena: Qué
vaina, Beba, tener uno que morirse. Por toda respuesta, mamá le ofrecía
una bandeja de yuca y batata, regadas con cebollín frito, y un gran vaso
de morisoñando. Después, el Echadía parecía calmarse y marchaba a pasos
largos y lentos a su morada en el Campo de Aviación. Una tarde en que los rayos
solares esparcían un oro bordeado de barro y el firmamento se teñía de
bifurcaciones y sobre la montaña, sin más, se constreñía un dúo de arcoíris, a
Cacao, que sabía leer en el cielo, no le cupo la menor duda de lo que
sucedería. Avanzó calmoso hacia la palmera. Alcanzándola, una piedra de rayo le
partió el cráneo. Fue una muerte sin sufrimiento. Limpia.
Se desataron aguaceros interminables.
Parecía que iba a precipitarse toda la lluvia que en otros tiempos había
amarrado el Echadía de bruñida frente. El aire olía a moneda de cobre y
azucenas.
…Para mí, había nuevas. Contra
cualquier vaticinio, me llegó por correo un paquete desde Italia. Contenía el
libro Un millón de maravillas, como también se llamó a Los
viajes de Marco Polo, según me anotó Fresia en la dedicatoria. Observar y
leer sus páginas nos avivó el espíritu, tanto a mí como a mis hermanas, a mi
comadre Martina, a Siola y a Mambrú. Verificábamos que entretejer rutinas y
fantasías, diligencias y fábulas, lejos de ser anómalo, complace, espabila. El
hijo del carnicero era quien más gozaba nuestras juntas. Al sentirse bien
aceptado, convino en dirigirnos en el juego de pelota; a veces se distraía,
cantaba sin darse cuenta. A veces como un ruiseñor. A veces como un toro
atragantado.
Jamás se lo comunicaría a la doctora
Camilleri, qué iba a pensar de mí, pero me iba convenciendo de que el Libro,
aquel abonado por mi memoria cuando aún no sabía leer, vivía, como ciertas
criaturas, por la metamorfosis. En este punto de mi vida, ya se parecía muy
poco al original o a Un millón de maravillas. Cuando se me cayeron las alas del
corazón, mi Libro se transformó en un manantial con alas. Un montículo de añil
y oro. Un cocuyo mitad mariposa. Un arbusto faisán. Una gota de nube resbalando
de un rayo. Un sueño navegable en los torrentes. Una semilla con patas de
gorrión. Un lecho de senderos. Mi Libro es equilibrio del vaivén. Crece con mi
familia. Se nutre del calor de mi existencia. Emilio escribe en él con la pluma
de sus ojos. Sebastián gorjea. Galopa Batalla. Virgilio imprime una brújula y
un caracol. Por sus páginas pasean mis hermanas. Prende el fuego mamá. Obra
Enmanuel. Ríe Antonio. Cuece plantas Florinda.
Mi Libro es granítico. Blando como el
corazón. Noche de matriz. Resplandor de aventura. Aleatorias formas de agua. De
luz. Comarcas parpadeantes. Ciudades. Hazaña. Experimento. Compañía.
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